Ese joven candoroso que, oficiando de fiscal de mesa, rechazó enfáticamente darle la mano al señor Macri demuestra el fracaso de un modelo de mistificación llevado hasta sus últimas consecuencias, sobre el cual ya me he detenido.
Ese joven que se creyó a pie juntillas la construcción discursiva de los antagonismos, tal y como Laclau se la ha dictado al Gobierno, no hace sino demostrar los límites que, queriéndolo o no, el exceso de mistificación provoca en el sistema democrático.
A nadie puede preocuparle que ese joven se muestre intemperante, fanático o consecuente con sus ideas políticas, sino que crea que los antagonismos construidos discursivamente (es decir: que tienen su fundamento en un acto de discurso antes que en otra cosa) representan algo así como “la realidad” y que, por lo tanto, las ideas políticas del señor Macri son muy diferentes de las de la señora Fernández, lo que hasta ahora no ha sido probado (y allí está la renta financiera no gravada, como un caso testigo de una gemelidad borrada a fuerza de actos de discurso, o la asociación entre YPF y Chevron para proyectos
de fracturación hidráulica, sobre los que el señor Macri nunca expresó su disgusto).
Todo gobierno que se pretende heroico debe desarrollar una épica, y para eso sirve la construcción discursiva de los antagonismos: digamos “campo” (olor a bosta de vaca), digamos “Clarín” (olor a hegemonía comunicacional), digamos “Macri” (olor a zona norte), y ya está. Poco importa que el campo sea ya otra cosa que la explotación ganadera, que los medios masivos sean ya residuales en un mundo atravesado por las nuevas tecnologías de la información, o que Macri sea apenas el costado más liberal del panperonismo en el que el oficialismo acuna sus peores pesadillas.
Mistificar, en determinados procesos históricos, es una necesidad ineludible (El 18 Brumario de Luis Bonaparte), pero eso no significa que haya una “mistificación buena” (la que ejercen “los buenos”) y una mistificación mala (la de la derecha).
La construcción discursiva de los antagonismos, que es una hipótesis (muy visitada y muy fértil) de análisis, convertida en normativa y orientadora de la acción política, requiere de una delicadeza de tratamiento que, cuando está ausente, provoca el efecto contrario al deseado: el hastío del votante y la transformación de los comportamientos políticos (como la mano que ese joven le niega a un político antipático) en una nota al pie de un paper académico.