Inédito. Otra argentinada distintiva en materia electoral: dos mujeres van a competir sin participar efectivamente en el torneo de la provincia de Buenos Aires, el domingo 22 de octubre. Se trata de una curiosa riña virtual entre dos fantasmas femeninos en los comicios más importantes del año. Así lo entiende el presidente Macri, como si fuera la final del mundo. Las dos damas prometen ejercer como médiums en el cuarto oscuro, María Eugenia Vidal y Cristina de Kirchner, protectoras de candidatos a los que presuntamente les delegan o alquilan un capital imaginario, siempre y cuando la gente lo permita.
Se benefician personajes como Bullrich, Manes, Magario, Insaurralde, Gladys González, quizá Scioli, protagonistas de una deseada polarización. Se supone que el resultado será una genialidad del espiritismo político, un fenómeno de metempsicosis: transferir de un cuerpo al otro voluntades colectivas como si la intermediaria dispusiera de una escrituración del alma. Para completar la rareza, previamente encuestadores y medios habrán de medir en números de aprobación o desencanto a los participantes, como si fuera un acontecimiento común esta transición móvil de poderes, casi extraordinaria, sin antecedentes a menos que se rescaten las órdenes de Perón cuando mandaba votar a su tropa con cartas o mensajes grabados desde el otro lado del océano. La novedad de esta transmisión paranormal revela, quizás, una inclinación de buena parte de la sociedad bonaerense por peregrinajes del espíritu, por la conexión de presentes con ausentes, por escuchar las voces preferidas de “votame a mí” en una mesa imaginaria, con las manos enlazadas, incluso por encima de las redes sociales. No debería sorprender este recurso, ya que todavía se adornan las paredes con pintadas de “Perón vive”, “Evita vive”, “Néstor vive”; semejante a lo que piensa la otra dama del tour partidario, se creía una exitosa arquitecta egipcia, vaya a saber en qué época. La gobernadora Vidal, en esta materia, no parece beneficiada en la herencia celestial, nunca se pronunció sobre sus antecesores heroicos, siempre ricos, nunca pobres, pero igual se ha lanzado sobre la gente para que adhiera a favor de los pichones candidatos que guarda bajo la falda. Debe estar Sergio Massa, hoy lejos de la batalla de las dos clarividentes, en busca de una transmigración espiritista, de un dador de votos del alma, como sus rivales, que lo equipare por lo menos a esta novedad extrasensorial que caracterizará los futuros comicios de octubre. Finalmente, a él no le van a discutir la vocación por hacerse el vivo si encuentra un mediador ausente.
La aceleración de la obsolescencia de todo, herramientas, hábitos y valores, hace a muchos más conservadores
Otro peregrinaje menos esotérico, en cambio, reina en la contienda electoral por el distrito porteño, aunque no es menor la actividad de los espíritus avivados. La disputa física, terrenal, supera a la espiritista, y la singularidad radica en que, al revés de Buenos Aires, a la batalla electoral no concurren dos agrupaciones diferentes, opuestas, sino gajos de un mismo tronco que en su momento sirvió para desterrar al cristinismo cesarista. Por ahora, dicen, las otras expresiones políticas carecen de penetración en el ámbito porteño. Matices, entonces, separan a los luchadores capitalinos, que se vuelven diferencias desde que renunció Martín Lousteau como embajador de Macri para convertirse en un acosador del territorio alambrado por el propio Macri. Esa decisión provocó, al menos, un triple impacto: 1) el corazón de la Unión Cívica Radical se descompensó, aparecen otros nombres para integrar listas, se cuestiona hasta la inversión en el orden nacional, a la línea Sanz-Del Corral se le indispuso otra cofradía que está del otro lado de la vidriera; 2) en algún otro órgano singular o plural del Presidente también sintió dolor el propio Mauricio Macri, quien a pesar de las advertencias no imaginaba que Lousteau demandaría concursar en las primarias (aunque el ex embajador y ex ministro sólo reserva mandobles para Horacio Rodríguez Larreta), y 3) Elisa Carrió, quien arropaba a Lousteau con el mismo afán que antes reservaba para Prat-Gay, ahora se indigna porque la impugnan como poco democrática cuando ella estaba en la primera línea de llegada con ese mensaje. Y por causa de un preferido (fueron juntos en la última elección), al que ahora debe enfrentar en un cuadrilátero, a puertas cerradas de Cambiemos o a cielo abierto en las legislativas. Para muchos, con su disidencia, Lousteau –al reclamar que lo dejen participar en una interna– encarna el señuelo de “agrandar Cambiemos” cuando en rigor pretende una proyección personal que el macrismo le niega; su planteo cuestiona la globalización de la marca PRO, meta obvia de Macri para imponerla en todo el país; basta recordar sus conflictos con asociados en Santa Fe, Chaco, Córdoba, Catamarca, la misma Carrió en Buenos Aires.Desatenciones. El economista versátil, además, responde al núcleo original que lo rodeó y mima por su apariencia de diamante electoral que podría perforar el techo partidario: la juventud porteña de la UCR, hoy convertida en el único elemento movilizador de la franja oficial, sea en la calle o en las redes sociales. Abundan otros mayores que asisten: Nosiglia, Colombo, García Arecha, el mismo Alfonsín, disconformes con el himeneo de Ernesto Sanz con la Casa Rosada. El factor Lousteau, que tal vez altere el producto, asedia en simultáneo al jefe de Gobierno y a la conducción oficial de la UCR. Más de uno teme que el desafío constituya un sismo semejante al de Arturo Frondizi contra Ricardo Balbín en la década del 50. Atrevida la comparación, pero el intento recoge adhesiones oportunas: unas, disgustadas con el Gobierno, como algún sector sindical; otras pasivas, como la falta de empeño de Massa por designar aspirantes en la Capital Federal. De todo el juego interesado, el mayor acierto de Lousteau quizá sea la convocatoria a votantes que no encontraban alternativa para su malestar ( los altos impuestos en el ámbito porteño, por ejemplo) sin que esa expresión enojada, en las urnas, favoreciera la vuelta de Cristina, un cínico cerrojo del cual se aprovechaba Rodríguez Larreta en particular, Macri en general y eventualmente Carrió. Al bloquear el debate interno, tal vez el oficialismo niega una regla de oro: el poder central se erosiona o sucumbe cuando impide la formación de facciones. Si hubiera estudiosos en el Gobierno, tropezarían con antecedentes, de la Revolución Rusa a episodios de la política local. También podrían entender, ya que de radicalismo se trata, una certeza doméstica que siempre repetía el mítico César Jaroslavsky a la vera de Raúl Alfonsín: “En los partidos siempre hay dos grupos, uno que organiza y otro que hace quilombo. A los dos se les debe prestar la misma atención, caso contrario uno se lleva puesto al otro”.