Esta pregunta de un niño jujeño me emocionó hasta las lágrimas, cuando luego de un taller de prevención del bullying le ofrecí un cuaderno. Era parte de la campaña “Hagamos un Buen Trato”, en la que pude recorrer el país para trabajar con alumnos de escuelas primarias, con el apoyo de la empresa Angel Estrada. Los chicos, acostumbrados a compartirlo todo. Yo, creyendo que podía enseñar a tratarse bien.
Esa campaña, realizada durante 2015, fue un primer paso para llegar a algunas de las escuelas públicas más olvidadas del país. “Profe, ¿por qué viene a esta escuela donde no quiere venir nadie?” me preguntó otra niña. ¿Qué sienten los niños cuando nadie los quiere visitar? ¿Qué puntos en común podría encontrar entre los alumnos de una punta y otra del país? ¿Qué necesitan los chicos de nosotros, los adultos? ¿Podemos enseñar el buen trato? Tantas preguntas me acompañaron ese año.
Visité chicos de Jujuy, La Rioja, Mendoza, Tierra del Fuego, entre otros lugares. Conocí a sus docentes, sentí los diferentes climas adentro y afuera de las aulas. Me esperaron con desayunos, cantos, coreografías. Aprendí muchísimo con ellos, me nutrieron y, al mismo tiempo, sentí que el trabajo por delante era gigante. Miles y miles de chicos esperan espacios para hablar. De norte a sur y de este a oeste, los niños necesitan lo mismo: adultos disponibles que los miren y escuchen.
En 2018 estamos renovando la propuesta, en una segunda etapa de la campaña: iremos a más escuelas, escucharemos a muchos más chicos y pondremos el foco en un tema específico, que atraviesa a todos los niños y jóvenes: las redes sociales y el trato en las mismas.
Hoy los chicos se encuentran y comunican en el espacio digital, erróneamente llamado “virtual” (porque lo que sucede en las redes tiene efectos absolutamente reales a nivel emocional). Este espacio es un escenario en el que se expresan, comparten, vinculan, conocen, preguntan, aprenden. Las pantallas acompañan a los chicos en todas sus actividades y, más allá de juzgar si esto está bien o no, es fundamental que conozcamos los sitios a los que entran, las aplicaciones que utilizan, los ídolos (muchas veces youtubers) que siguen y muchas veces emulan.
Los talleres de la campaña serán espacios de diálogo y construcción con los chicos. Tendrán un objetivo muy claro: humanizar el trato en las redes. Que los chicos comprendan que del otro lado de la pantalla hay otro que siente, piensa, se emociona, proyecta, igual que ellos. Que registren al otro, lo acepten, lo quieran.
En tiempos en los que los niños y adolescentes le preguntan todo a Google, es fundamental ofrecernos como faro. Proponerles otros espacios, enseñarles a dudar de lo que leen, a cuestionar información y, al mismo tiempo, contenerlos.
En este contexto que privilegia lo digital, el ciberbullying es uno de los problemas epocales, a partir de la irrupción de la tecnología de la comunicación. Pantallas cada vez más portátiles e individuales, conexión a wi-fi disponible y accesible, hacen que los usuarios no midan del todo lo que dicen, cuándo lo dicen y a quién se lo dicen.
El ciberbullying consiste en avergonzar, humillar, descalificar, agredir de manera sostenida a alguien que no logra defenderse, en el espacio digital. Es una extensión del término bullying, pero aquí las agresiones ya no se dan cara a cara sino a través de las pantallas. El impacto suele ser muy fuerte ya que la humillación se puede exponer frente a muchos. La vergüenza se sostiene las 24 horas, se multiplica y expande rápidamente. Quien es humillado en las redes se queda solo y expuesto. Desnudo frente al mundo.
Prohibir, controlar o castigar no son herramientas útiles y resultan insuficientes. Ojalá existieran recetas aplicables e infalibles; no las hay. Lo que sí es posible es encontrarse y compartir. Acompañar a los chicos con interés y curiosidad, con entusiasmo. Alertarlos, enseñarles, cuestionarlos. Y seguir abrazándolos, siempre. Eso podemos hacerlo nosotros, y no lo hace un celular.
*Directora de Libres de Bullying (www.libresdebullying.com.ar).