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Espíritu encantado

Esteban Bullrich, persona del año

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

La Navidad se impone y nos impone. Es una fecha que, en virtud del misterio que encierra, en honor a la historia de un Dios que se hace niño, nos obliga a tenerla en cuenta. Son pocos, en nuestro alrededor cultural, los que, frente al día navideño, actúan con indiferencia. Nos lleva a pensar y replantearnos los lazos familiares, la felicidad y la tristeza, la generosidad y el egoísmo, el compromiso y la indolencia. Incluso, su proximidad con el fin de año nos interpela al balance personal, grupal y de país. Nuestra parte, tal vez, más “porteña y progre” por vergüenza hace que le quitemos a la Navidad la simpleza y la grandeza que tiene. Exponer sentimientos en una cultura de la burla y el comentario hiriente puede hacernos parecer “débiles”.

Pero también la Navidad posee un efecto, en algunos casos anestésico y en otros motivador, de plantearnos qué es el bien, quiénes somos y dónde vamos. Algo similar, en cuanto a abordajes existenciales, ocurre frente a la enfermedad. Los seres humanos, al tomar conciencia de nuestra finitud, solemos estar más propensos a las inquietudes trascendentales. El poeta, la escritora, el dramaturgo pueden encarar versos, alegorías, obras, novelas, sobre la enfermedad y el límite de la vida y la muerte, pero la persona que está sumergida en la dolencia, que la atraviesa, puede decir mucho más que los que saben escribir. Nuestros días, nuestros minutos, están hechos de vida y, por lo tanto, de muerte. Los abrazos, la ternura, la amistad, los encuentros y desencuentros, la familia, los nacimientos, son manifiestas señales de vida. Pero este transcurrir vital también es acompañado por una larga agonía. Somos finitos. En este último tiempo y, sobre todo, en el momento de su conmovedora renuncia, aparece la figura edificante de Esteban Bullrich, acompañado de su familia. Padece ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) una enfermedad degenerativa del sistema nervioso. En su dimisión deposita enormes enseñanzas para la situación argentina, para la política. Agradece a su mujer, María Eugenia, que es su “conexión con el cielo” y su “cable a tierra”, a sus hijos, y agradece a Dios “por la cruz que me ha permitido recibir infinitas muestras de cariño y amor diariamente”. En varias ocasiones la enfermedad y/o las dificultades físicas otorgan un poder extra, una suerte de superpoder. Así como los ciegos pueden agudizar el oído y el tacto, Esteban Bullrich ha adquirido el poder de mirar las cosas desde otro lado. Ha ejercido numerosos cargos, diputado, senador, ministro de Educación Nacional y en CABA, igual que ministro de Desarrollo, sin embargo, hoy que no ostenta ninguno de esos puestos, es uno de los hombres más poderosos de la política nacional.

A las dificultades físicas le sobrevino el desarrollo de su potencia espiritual. Acaso a este espíritu encarnado que somos los humanos, tal vez con mayor enfoque en el músculo que en el alma, Bullrich lo resignifica –en la política y en todos– para repensar el sentido de la vida que llevamos, reparar en las compañías afectivas, amorosas, en el duelo imperceptible, pero permanente de lo que somos. Las presencias y las ausencias, el agradecimiento y la voluntad. La Navidad, para los creyentes, es un nacimiento, pero en el pesebre también está la cruz y la vida eterna. Esteban Bullrich es, a mi modo de ver y sin dudas, la persona del año y desde su ejemplo se puede decir Feliz Navidad. Felices Fiestas.

*Secretario General de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y Convencional Nacional UCR.