Alberto Fernández pretende ganar las elecciones vacunando masivamente a los argentinos. Para eso se apropia de la pandemia, negocia con laboratorios, arma espectáculos con aviones que transportan vacunas, quiere ser el gran protagonista de una tragedia difícil de manejar.
La gente está enojada con el gobierno. Según la última encuesta de la Universidad de San Andrés, solo uno de cada diez argentinos está satisfecho con lo que ocurre, el 12% aprueba la labor del gobierno, la imagen positiva de Alberto cayó de 70% hace un año a 27%. Es claro que lo que hicieron salió mal en todos los sentidos. ¿Tiene sentido seguir en la misma senda?
No es sano supeditar la vida de la gente al éxito electoral porque los ciudadanos suelen ser más sensatos que muchos políticos y se dan cuenta. Es difícil que alguien se haga popular liderando una tragedia, aunque sea eficiente y trabaje bien. Cuando peligra la vida de la gente es mejor compartir responsabilidades con otros y ser absolutamente transparente, porque todos se ponen susceptibles.
Habría sido mejor para el país y para su propio proyecto político, que el presidente conformara un comité de científicos serios, asesorado por personalidades y autoridades de todos los partidos y sectores. Tendríamos menos muertos y su liderazgo habría crecido.
La gente siente que vacunarse es un derecho, no una dádiva de políticos que quieren parecer simpáticos. Exige que cumplan con su obligación y está atenta a cualquier falla que se presente en el proceso. La imagen de un manejo neutral y profesional de algo tan terrible habría engrandecido al presidente. Si Alberto piensa ganar las elecciones porque maneja la vacunación con viveza está equivocado.
Algunos no estudian historia. Cuando defienden medidas impopulares suelen citar la frase de Winston Churchill “vengo a ofrecer sangre, sudor y lágrimas”. Creen que cuando un mesías ofrece sufrimiento, el pueblo responsable le apoya. Eso no ocurría ni en la antigüedad, menos en la sociedad individualista en que vivimos. Churchill fue un gran estadista, primer ministro desde 1940, condujo a Gran Bretaña al triunfo en la guerra mundial, pero fue derrotado en las primeras elecciones de post guerra en 1945. Ni el éxito sirvió para que la gente agradezca su acertada conducción del país en una tragedia.
Mirando objetivamente las cifras, no hay duda de que el gobierno chileno es el que mejor ha manejado la pandemia: compró enormes cantidades de vacunas, en un mes habrá inmunizado a toda la población. Sin embargo, la popularidad de Sebastián Piñera no ha mejorado. Actualmente la comunicación importa más que la realidad.
No hay dudas de que el gobierno chileno es el que mejor manejo la pandemia
Historia. Después de estudiar durante cuarenta años la política real, tengo la sensación de que la historia se repite siempre y en todo lado. Cuando se inicia un gobierno, llega un aluvión de alabadores que aplauden, fomentan el síndrome de hubrys que estudió Robert Owen. Recuerdo a varios que le decían a Macri que era el líder más grande de la historia y salían a despedazarlo en la televisión cuando no les daba el cargo que pedían. Nada especial, ocurre en todo lado.
Inicialmente los presidentes tienen una buena imagen. Sería el momento para diseñar una estrategia que impida que se deslice en el tobogán que suele venir, porque después es difícil recuperarse. Son pocos los que lo hacen. Piñera en Chile, Duque en Colombia, Abdo en Paraguay, Bolsonaro en Brasil, fueron muy populares, pero cayeron. Piñera enfrentó una rebelión generalizada en octubre de 2019, le pasó lo mismo a Marito en Paraguay, la situación de Duque en Colombia es de pronóstico reservado, en Perú las instituciones políticas están demolidas. Según las encuestas de Data Folhia, Bolsonaro perderá ampliamente las elecciones a manos de Lula. En Ecuador, el movimiento indígena es el único que moviliza gente. Derribó a Mahuad, puso en fuga a Moreno y ahora convoca a un paro en contra del presidente elegido por el pueblo, cuando recién se posesiona.
¿Hay alguna razón para que los argentinos sean los únicos en el continente que no puedan sufrir estos problemas?
Los entusiasmos ideológicos confunden. La apuesta casi exclusiva por la vacuna rusa fue una equivocación. La ministra de salud visitando Cuba para comprar una vacuna que se experimenta en la isla es otro desacierto.
No somos un país muy poderoso, pero esto lo ignoran quienes no estudian
Las medicinas de mejor calidad se producen en países en los que hay decenas de miles de científicos y personas trabajando en laboratorios y universidades, con enormes estructuras, que descubren constantemente nuevos conocimientos. Cuba no ha descubierto nada en los últimos 50 años, es muy pobre, está aislada de la comunidad científica internacional. Comprar esas vacunas, incluso si fueran buenas, es un mensaje de desprecio para la gente.
La política internacional. En un mundo interconectado la política internacional es más importante que en el pasado y trae consecuencias económicas. Hay códigos de comunicación, intereses, posturas ideológicas, realidades, que saben manejar los expertos.
El país necesita una política internacional, la que sea, para ser coherente. Si quieren identificarse con dictaduras militares que violan los derechos humanos pueden hacerlo asumiendo los costos. La mayoría de los países occidentales son democráticos. En America Latina ya no estamos gobernados por militares como en el siglo pasado.
Algunos valores se han consolidado. Los gobiernos que matan a la población civil y provocan hambrunas que expulsan a millones de pobres de su territorio, no son bien vistos. Cuando la brutalidad de una dictadura es muy grande, hay líderes democráticos que la llevan a los tribunales internacionales.
Alberto Fernandez habló hace poco con Angela Merkel para pedirle su apoyo en la negociación con organismos internacionales. Quedó contento con la frase diplomática “apoyaremos a la Argentina”, que se dice siempre entre mandatarios y no significa nada.
Pocas horas después Argentina anunció que se retira de un grupo de países que presentó una demanda por la violación de los derechos humanos en Venezuela. Antes se había separado del Grupo de Lima para apoyar a los militares venezolanos. Por su parte, Alemania con otros países europeos presentó una demanda en contra de Maduro acusándole de delitos de lesa humanidad en la corte de la Haya. El gobierno está en libertad de defender a la dictadura, pero si así el apoyo para el Fondo Monetario y el Club de Paris, debe buscarlo en Caracas y La Habana.
No somos un país demasiado poderoso, pero esto lo ignoran quienes no viajan o no estudian. El tamaño de nuestra economía es menor que el de muchas empresas globales. Elon Musk, fundador de Paypal, Tesla y Space X, es un empresario privado de Silicon Valley que proyecta enviar 1.000 naves espaciales a Marte hasta 2040, para fundar colonias. Sería difícil que nuestro país intente hacer algo semejante.
Pero nuestro canciller aprovechó el triunfo de Biden para ponerle en su sitio. Seguro que el norteamericano tembló cuando le tradujeron la frase.
Pretendemos que los organismos internacionales cambien sus normas para tratar con nosotros, que Pfizer, que ha contratado con los 100 países más importantes del mundo, haga un contrato especial con Argentina. Si no lo hace, no les compraremos nada. Total, se mueren sus empleados.
Se anunció que Argentina presentó con Venezuela y Cuba un proyecto de resolución para investigar a Israel por la violación de los derechos humanos en el enfrentamiento con Hamas. Tal vez las autoridades leyeron que “jamás se debe apoyar al terrorismo” y entendieron que se debía respaldar a Hamas. No discuto si es bueno, malo, o si es una equivocación. Digo simplemente que la simpatía con grupos terroristas tiene consecuencias.
La otra disyuntiva importante es: ¿queremos generar riqueza o distribuir pobreza? El estado y sus aliados aprietan a la empresa privada, le someten a chantajes, bloquean con camiones sus actividades, obligan a contratar con empresas de catering o constructoras de sus parientes. Algunos líderes del proletariado se hacen muy ricos con ese juego.
El negocio de la pobreza es uno de los más grandes, a veces mezclado con auténticos sentimientos solidarios, pero impide el progreso. Ningún país se ha desarrollado económicamente persiguiendo a la empresa privada y manteniendo subsidios para la mitad de la población. Todos los países con economías centralmente planificadas quebraron.
No es un tema ideológico. No me interesa defender ni atacar ninguna teoría. Hagamos la lista de los países con menos pobres y veamos cuántos tienen una economía de mercado y cuántos una economía estatizada. Incluyamos a Vietnam y China.
En el mundo existe una nueva concepción de la economía vinculada a la tercera revolución industrial que genera cantidades enormes de conocimientos, riqueza y empleo. Es un proceso que cambia la realidad, en el que estaremos inmersos inevitablemente como protagonistas o como víctimas. La robótica, la inteligencia artificial, la computación cuántica, se instalarán en todos los aspectos de nuestra vida.
Aparecen nuevos valores, la ecología, la inclusión, una actitud responsable ante la vida, relaciones igualitarias, una visión más racional de la realidad. Paso el tiempo en que los niños creían que venían de Paris en el pico de una cigüeña o en que era elegante vestir con pieles de animales en extinción.
En Argentina nacieron en los últimos años varios unicornios, empresas cotizadas en más de 1.000 millones de dólares, decenas de miles de emprendimientos que con las pymes pueden convertirnos en un país desarrollado. Algunos políticos antiguos creen que los latinos debemos conformarnos con ser pobres y subdesarrollados para siempre. ¿No sería bueno que en vez de perseguir a los opositores tratemos de colonizar Marte?
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.