Pese a que los humanos somos seres sociales, la mente suele engañarnos con que todo lo que sucede nos pasa sólo a nosotros. Incluso, aún sin llegar a cuadros clínicos de paranoia, existe ese leve segundo en que se llega a sentir que tal o cual dificultad o mala racha fue pergeñada contra uno mismo, como si la vida se tratara de una confabulación en serie. Y ¡ay, Diosito Santo!
Está claro ya que el encierro pandémico no es el mejor ámbito para la salud mental. Hay estudios serios sobre los efectos colaterales de andar cuarenteneando todo el tiempo. Por más clara que tengamos la prescripción de disciplina y aislamiento a falta de vacunas, el mismo remedio que cura puede enfermar (y hasta matar, exagerando) consumido en exceso. Es cierto que no queda otra. Sin embargo, la resistencia a lo que “se debe hacer” es tendencia en el mundo entero.
Los medios y la política se han mostrado blandos y hasta demagógicamente comprensivos frente al fenómeno. Confrontar con las audiencias o los votantes no parece ser muy aconsejable en tiempos de lealtades tan volátiles. Es más cómodo y rentable fundirse con la masa que pararle el carro. Suena más jugado y más canchero culpar al de enfrente que asumir la responsabilidad de plantear alternativas concretas, porque podrían colocarnos a la par del enemigo.
Los jóvenes decidirán la próxima elección, por Edi Zunino
Me pareció brillante la inusual franqueza con que Pepe Mujica, el expresidente uruguayo, planteó el problema este fin de semana. Primero, porque puso sobre la mesa “la incapacidad de los Gobiernos en todo el mundo de evitar repetidos picos de contagios y muertos por la pandemia”, quitando el foco de sus rivales específicos, encabezados por el actual presidente, Luis Lacalle Pou, y de cualquier procedencia partidaria o ideológica. Y concluyó que los países atraviesan dos crisis simultáneas: la crisis sanitaria y la crisis de la voluntad colectiva, que en su hartazgo por el encierro no logra aceptar las duras medidas restrictivas para frenar la transmisión del coronavirus.
"Estamos soportando una doble pandemia. Desde el punto de vista de la realidad dura, a mayor movilidad, mayor contaminación; pero lo contrario, la no movilidad, nos tiene hastiados y entonces queremos salir. Por un lado, está la fuerza y las necesidades de la economía y, por otro lado, está el cansancio interior", explicó. "Todo lo que sean medidas restrictivas para evitar los contagios chocan contra nuestra subjetividad -continuó- y los gobiernos están amputados, porque muchísima gente está harta de las restricciones, le caen mal. Entonces, los gobiernos chocan. Porque para parar el efecto de esta pandemia tendríamos que tener una dureza enorme, que nos llevaría a enfrentarnos con nuestros propios pueblos y los gobiernos no hacen eso... Entonces, la pandemia nos sigue ganando el partido", concluyó, antes de hallar una síntesis en lo que me sonó a Teorema de Pepe: "Si la libertad significa seguir nuestras voluntades, la libertad existe; pero si la libertad significa crear conscientemente nuestras voluntades, entonces la libertad no existe".
Es un razonamiento muy de época. Lo “libertario” está de moda. La palabra “no” es mucho más que eso. Emblema. DNI. Fetiche. Y, de seguro, sería un pecado intelectual quedarse en el señalamiento con el dedo acusador sin tratar de interpretar el fondo de conductas tan generalizadas a nivel local, regional y global.
Este mismo fin de semana, en PERFIL, el ecuatoriano Jaime Durán Barba se ocupó de las poco tratadas elecciones constituyentes en Chile del domingo 16. Es sabido que los vecinos trasandinos vienen de un proceso social muy conflictivo, que dio como uno de sus resultados una crisis de representatividad casi absoluta por parte de los partidos políticos tradicionales, sin distinguir oficialismo y oposición. En su columna, Durán Barba también pasa por alto los localismos y cita al académico español Manuel Castells:
“Lo que está pasando en Chile no es excepcional para nada, es un fenómeno global. Todo el mundo está así. O la especie humana se mentaliza de alguna manera, no solamente con respecto al clima, sino con respecto a las instituciones, con respecto a las aspiraciones de todos los jóvenes del mundo, o desaparecemos. Los ciudadanos no tienen confianza en sus parlamentarios, ni en sus gobiernos, ni en sus presidentes, ni en sus partidos, que no son considerados legítimos ni viables. Más concretamente piensan que la clase política se ha encerrado en sí misma, solo hablan entre ellos y no se preocupan de los intereses de los ciudadanos más que para vender una opción en el mercado electoral cada cuatro años”.
Sarlo, Zannini, Mao y los argentinos
Añade Durán Barba: “Es verdad que el círculo rojo está cerrado. Sus miembros repiten el discurso del siglo pasado, hablan de lo que les interesa: gobernabilidad, partidos, populismo, derecha, izquierda, mientras la mayoría de la población vive en el siglo XXI. Tiene problemas que no tienen que ver con las peleas de dirigentes autistas, sino con sus problemas concretos. La inmensa mayoría de los latinoamericanos está angustiada por la pandemia, siente una incertidumbre insoportable acerca de su futuro. Vive una sociedad en la que se necesitan elementos tecnológicos que les conectan con el mundo y se hicieron indispensables, como los teléfonos inteligentes y la internet. Mientras tanto, la mayoría de los políticos habla de teorías inútiles. O simplemente tratan de demostrar que son más ‘vivos’ que sus adversarios. Se insultan, se ningunean, se enjuician, corren mareados en una puerta giratoria, en la que son alternativamente perseguidores o perseguidos”.
Estamos hablando de nosotros mismos. Ayer, en este espacio, consignábamos una encuesta nacional en que el 85% de los jóvenes argentinos se siente marginado y el 87.5% se iría del país. La pregunta es: ¿por qué las mayorías deberían aceptar que la salida es una, si en la cúpula no hay acuerdo y esa misma dirigencia no ha dado muestras de trabajar para la población o directamente la perjudicó una y otra vez?
Tal vez Mujica esté de vuelta y sólo le importe tomar la recta final siendo fiel a sí mismo. Sea como sea, no deja de llamar la atención –para bien, en este caso- que un político de este tiempo y esta vecindad exponga los hechos sin privilegiar intereses mezquinos. No existe nada más cortoplacista y superficial que la ideología de la próxima elección.