De las palomas hay una versión ternurista, que va del famoso vals de García Giménez y Aieta (“Palomita blanca que pasas volando / rumbo a la casita donde está mi amor”) hasta las “blancas palomitas” de Efraín, el portero-anfitrión escolar de Jacinta Pichimahuida. Las palomas, ya lo sabemos, tienden en verdad a ser mayormente grises; promueven pestes diversas y dispersan suciedad (no es ese su único descrédito: se acostumbra a decir también “más boludo que las palomas”). Traspasadas, sin embargo, a un ideal convencional de blancura, se las asocia con la pureza etérea, incluso con la pulcritud. En la simbología cristiana, nimbada de trascendencia, figura ni más ni menos que el Espíritu Santo. En un plano de representaciones profanas, pero no por eso menos emblemáticas, la paloma simboliza la paz, y con Picasso esa asociación cristalizó, se diría que para siempre. Proclive a los deslizamientos semánticos, Spinetta mutó las palomas en golondrinas y cantó "Las golondrinas de Plaza de Mayo". Agrego, porque me conmueven, estos versos de Armando Tejada Gómez en Canción de lejos: “Que la paloma de tu pañuelo /me diga no, me diga adiós”.
El halcón, por su parte, parece reivindicarse circunstancialmente, si se piensa en Defensa y Justicia, el equipo de Varela. Pero a lo que remite principalmente es al grupo de operaciones especiales de la policía, y eso supondrá adhesión o reticencia, según la ideología de cada cual. De por sí, los halcones son aves de rapiña y se destacan por su condición de depredadores despiadados. Son carroñeras. Se dan incluso casos en que llegan a comerse entre sí.