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Obama post osama

Etica para matar

La operación que terminó con la vida del líder de la red terrorista Al Qaeda plantea muchos interrogantes. La falta de debate en los Estados Unidos y el futuro incierto.

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Quienes analizamos las relaciones internacionales estamos inclinados a observar los efectos políticos en el sistema mundial. Más allá de nuestra opinión acerca de lo que sucedió con la desaparición de Osama bin Laden, me parecen más importantes las preguntas sobre el futuro inmediato. ¿Qué pasará en la política estadounidense luego de este suceso? ¿Cómo puede cambiar el papel de la amenaza terrorista en las políticas internacionales de Estados Unidos? ¿Qué sucederá en un país que se queda sin enemigo? ¿Comenzará la retirada de Afganistán y a los planes de Obama de recorte del presupuesto militar? ¿Tendrán estos cambios la capacidad para dar más libertad a Washington para actuar en Libia?

En general, creo que nuestro trabajo es entender los hechos que van sucediéndose y, sobre todo, comprender sus impactos, cómo afectan al mundo, cómo se vinculan con otras situaciones y alteran las relaciones entre los actores clave. Observamos lo singular para comprender cómo se altera lo global. Mis opiniones, lo que me gusta o desagrada, no son un dato para ese análisis.
Pero lo que sigue no es una opinión. Es, en todo caso, un intento de entender lo que pasa incluyendo lo que aún sigue siendo un elemento razonablemente importante para nuestra civilización, el contenido ético de los actos políticos. Lo hago consciente de que, para algunos, esto es en el mejor de los casos una debilidad. Alguien dirá: “¿De qué ética hablan cuando el tema era anular la cabeza de una red terrorista? ¿Etica? ¡Así que nosotros vamos a poner la ética y mientras ellos ponen las bombas!”. Estas objeciones son, en parte, correctas. Por eso, hay que aclarar aún más.

La ética, a veces, es parte de los efectos políticos. Todo acto político importante debe poseer legitimidad moral, no por una razón moral, sino por una política (aparte, creo que debe tener razón moral en sí, pero esa es otra cuestión).
En su libro Manifest Destiny, la socióloga estadounidense Roberta Coles escribe que “en las intervenciones militares, los intereses prácticos, son en general insuficientes para lograr apoyo público, (…) las verdades transmitidas en la religión civil del país sirven para vestir esos intereses con ropajes trascendentes (…). Sin por lo menos la apariencia de un propósito humanamente válido, el éxito de las políticas (prácticas) estará puesto en duda”. En el caso que nos ocupa, hay varias cuestiones sustantivas que confeccionan los “ropajes trascendentes” de las “causas prácticas”.
Además de los objetivos, la diferencia entre el terrorismo y el estado democrático de derecho es el método de acción. El Estado de Derecho se somete a reglas. La condena de un criminal requiere un juicio (Eichmann, por ejemplo). Por eso, la venganza no condena ni hace justicia.

Estados Unidos asumió ser el faro de los valores de Occidente, lo que debería incluir, sobre todo, su concepción ética. Esto parece no aplicarse al caso que analizamos. La captura de un prisionero desarmado no debe conducir a su ejecución sumaria. Pero así sucedió con Bin Laden. El ocultamiento del cadáver y toda prueba de identidad comprobable por un tercero son hechos que arrojan un manto de sospecha sobre lo sucedido.

Desgraciadamente, esto es lo que ha sucedido. “Es importante para nosotros estar seguros de que las fotos de alguien que recibió tiros en la cabeza no estén dando vueltas por ahí creando incitaciones a nueva violencia o como medio de propaganda”, dijo Obama. En esta lógica se podría también pensar que una morgue judicial es una suerte de centro de insurgencia. En breve: captura y ejecución, procedimiento lejanos de cualquier ejercicio judicial, ocultamiento de todo rastro.

Por cierto, la ausencia de contenido ético, tal como podríamos entenderlo, no parece haber causado un impacto considerable en la opinión pública estadounidense. Obama subió en las encuestas en cuestiones vinculadas a seguridad y en la percepción en su gobierno en general (aunque disminuyó cuatro puntos, hasta 34% de aprobación, en su manejo de la economía, tema que probablemente estará en el centro de la campaña presidencial del año que viene). Los diarios de Estados Unidos mencionan poco y nada lo extraño del procedimiento empleado. En general, el discurso es que “se ha hecho justicia”.
¿Por qué poseyendo toda la legitimidad moral para perseguir y capturar a Bin Laden, arquitecto del terrorismo, conjuntamente con la capacidad militar para hacerlo, se eligió este tenebroso camino? Por cierto, no tengo respuestas, por lo menos que puedan desmostrarse. Aunque sugiero al lector indagar en la doctrina del llamado “excepcionalismo americano”, tan ignorada afuera de Estados Unidos como importante dentro. Sostiene que Estados Unidos es una excepción, no comparable a otras naciones y, por lo tanto, con otro destino y con otras prácticas.

Más allá de doctrinas endógenas, Estados Unidos compite en el mundo para mantener su estatus de primera potencia. En esta columna se vieron cuestiones económicas, políticas y militares, que son decisivas en esa competencia. Pero también la supremacía moral juega, no tengo dudas, una parte esencial en ella.
Recuerde, lector, que la gran ofensiva estadounidense contra la Unión Soviética antes de su fin no fue militar. El corazón de la política exterior de Estados Unidos fue mostrar a la Unión Soviética como un país donde los derechos humanos eran barridos, donde las libertades eran sistemáticamente atacadas. Y por cierto, además de la ayuda que proporcionó la propia Unión Soviética, Estados Unidos acertó con su estrategia, ser o parecer moralmente superiores.

Lo normal es que los hechos dejen de ser noticia cuando su impacto se va apagando. Pero me parece que las cosas suceden a la inversa. Los hechos dejan de existir cuando la noticia se apaga. Ya empieza ese fenómeno en la prensa de Estados Unidos. Pero creo que este hecho irá más allá de su supervivencia como noticia. Tendrá que ver con la competencia mundial en su dimensión moral, lo que impactará políticamente.
Permítame, lector, concluir esta reflexión recordando una frase de mi amigo Jorge Federico Sabato. “Cuando se combate al diablo con las armas del diablo, el mundo se vuelve un infierno”.