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Faltan grandes incógnitas

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El. Macri demostró que sabe hacer política. Ahora la sociedad mastica paciencia. | Marcelo Escayola

Dicen que sólo sirven para ganar elecciones y que no hay vida más allá del peronismo. Macri demostró que no es cierto. Que sabe hacer política y obtuvo la tan deseada gobernabilidad. Ahora es cuestión de gestionar y demostrar que puede.

Muchos empresarios tenían tan aceitado el mecanismo de corrupción que veían con buenos ojos la supervivencia del kirchnerismo porque el método funcionaba. Muchos periodistas partícipes de cadenas de felicidad interminables, junto a los hombres y mujeres de la cultura, daban por hecho que la fantasía de una economía sustentable y populista con beneficio propio permanecería en el poder.

Apostó Macri. Con el bagaje de una gestión exitosa en la Ciudad, puesta en obra por Rodríguez Larreta, y muy asesorado por Duran Barba, se atrevió. Los radicales ofrecieron su estructura y Lilita Carrio ayudó a limpiar su imagen.  Así lo hizo, contra todos los pronósticos. En primer lugar, su padre, feroz predicador de un posible fracaso. Juntó la fuerza arrolladora que dan los sueños casi imposibles. Y sonrió, y bailó y cantó. Recorrió el país y vendió futuro, cambio, esperanza. Otros valores. Y ganó no una vez, dos.

No puedo borrar de mi memoria el día de la asunción sin traspaso del mando, apenas unas horas después de una plaza llena vivando a Cristina. La imagen de Macri cantando desafinado con la Michetti, en el balcón sagrado donde Perón echó a los Montoneros y Alfonsín nos recibió con “La casa está en orden”. Esa alegría desbordante de quien sabe que puede. Algunos de nosotros, en cambio, formados en la escuela del descreimiento y el desencanto, veíamos la escena, casi simulando la versión bailantera de la ex presidenta. No imaginábamos que esa alegría y que la fe mueven montañas.

Ajuste gradual, aumentos terroríficos, falta de empleo, inflación, inversiones en el campo de los sueños, el Estado pulverizado en gestión, un tren lleno de viajeros negadores que se dirigían sin saberlo a un precipicio.  Se le pedía al Gobierno un nuevo relato. Macri contestaba: son hechos y obras. A pesar de la historia familiar y de sus amigos involucrados en el viejo sistema del poder, y de los pronósticos más oscuros, el Gobierno actuó. Pagó la deuda, se blanquearon 117 mil millones de dólares, bajó algo la inflación, aumentó los empleos, respetó los subsidios sociales. Acordó con las provincias, intenta implementar reformas impensables. Consiguió aumentar el número en el tablero del Congreso, congeló a los sindicalistas retirándoles el manejo del fondo de las obras sociales. Revalorizó otros derechos humanos, sin poner el acento en el enemigo, sino una mirada sobre la exclusión y la pobreza como prioridades. Con un discurso de pacificar e integrar a los ciudadanos. Implementó una ingeniería comunicacional que Mario Castells, el sociólogo, repite como un mantra: “La comunicación no es un poder en sí mismo, sino el territorio donde se juega el poder”. Y esto el Gobierno lo manejó y lo practica a la perfección. La sociedad, cansada de los políticos que repiten ideologías vacías sin solucionar sus necesidades, necesita escuchar discursos motivadores y frases sensibles donde primen imperativos morales. Así tan simple como eso.

Aún falta responder grandes incógnitas, cómo invertir en un país que ningún emprendimiento puede ganarles a las ganancias de tasas cercanas al 29% de las Lebac. Los presagios de bajar la inflación sólo se cumplen en parte y el dólar quieto amenaza exportaciones y alienta importaciones. Las jubilaciones en caída.

Insistir en ese camino sin modificaciones puede volver realidad los presagios agoreros de los fundamentalistas economistas del shock.

Por ahora, la sociedad mastica paciencia frente a la suba de tarifas y transporte. Pero igual apostó al cambio, a nuevos valores, a terminar con la fórmula del fracaso que postuló y defendió el peronismo. La expectativa  y la energía de muchos provocó un cambio de paradigma.

A Macri lo esperan grandes desafíos, cambiar la cultura del piola y del ladrón, y eso se hace desde abajo y con tiempo, partiendo de la educación, los medios, nuevas reglas de convivencia y una cultura del ejemplo, respeto y orden. Otorgarle al gobierno de turno la responsabilidad del cuidado de sus habitantes con instituciones que defiendan a ultranza al ciudadano frente al poder y fortaleza del Estado. Además, contestarnos para qué y por qué tenemos tantas instituciones vetustas y un país grande y rico, casi sin habitar. Y cómo transformamos la visión popular del cortoplacismo y el furor de lo inmediato en un proyecto a largo plazo.


*Periodista y socióloga.