La muerte de Bin Laden está dando lugar a una profusión de análisis, interpretaciones y, desde luego, fantasías –como no podría ser de otra manera–. Esos análisis no están fundados en información precisa sobre cómo sucedieron realmente las cosas, cómo se tomaron las decisiones en una operación tan crítica, ni sobre la real situación de Al Qaeda y de los distintos grupos terroristas islámicos. No hay demasiada información disponible sobre esas cosas. Por lo tanto, y descartando las fantasías, quedan las interpretaciones. Esta nota es una de ellas.
Hay distintos planos, todos importantes y relativamente independientes unos de otros: la amenaza terrorista islámica, la situación de Estados Unidos en el mundo, los dilemas morales del uso de la violencia contra la violencia.
Aunque no se puede medir todavía el impacto de este hecho sobre la capacidad operativa del terrorismo organizado, puede presumirse que no será demasiado grande. Aparentemente, Al Qaeda estaba ya disminuido en ese plano, y además iba adoptando una estructura celular con mucha autonomía de las células y poca concentración de las decisiones. El impacto podrá ser mayor en el plano de la moral de los terroristas.
El impacto sobre la confianza en la inteligencia y la contrainteligencia de los Estados Unidos será mayor. Esa confianza estaba fuertemente en baja. Entre el ataque demoledor del 11 de septiembre de 2001 y el golpe informático de WikiLeaks, en menos de una década el mundo estaba aprendiendo a aceptar que su mayor custodio en materia de seguridad debía ser declarado prescindible. Para más, la crisis financiera de 2008 también había barrido de la escena al mayor custodio de la estabilidad financiera del planeta. Algo puede estar empezando a cambiar.
En alguna medida, Estados Unidos dispondrá de una nueva oportunidad para reconstituir su posición de primer jugador en el mundo. El presidente Obama contribuye a potenciar esa oportunidad precisamente porque se supone que es más “blando”, más “paloma”, que sus predecesores. Operaciones como la que acabó con la vida de Bin Laden son, al menos en su eslabón final, operaciones militares; pero los eslabones previos requieren de inteligencia de alta gama. Eso está en demanda en el mundo, y no sólo en el plano del terrorismo en general, también por ejemplo en el sistema financiero –altamente globalizado–, en la lucha contra el narcotráfico, en la profesionalización de las agencias de relevancia estratégica. Si se pudieran evitar, mediante inteligencia de alto nivel, ataques como el del 11 de septiembre, o filtraciones como las de WikiLeaks sin afectar la libertad de expresión, o dobles estándares como los que llevan a sostener regímenes del tipo de Kadafi en nombre de los valores opuestos a los de esos regímenes, o desastres como el de la política antinarcotráfico, que sólo produce cada vez más muertos y más drogadictos, Estados Unidos recuperaría una posición de liderazgo legítimo, acorde a su peso económico y tecnológico en el mundo actual.
Los dilemas morales son otra cosa, pero no menos relevantes. La lógica de las guerras es que se mata por una causa. A menudo las partes definen su propia causa como noble y justa; pero matan, no menos que quienes pelean por causas injustas o innobles. Matan, torturan, traicionan y destruyen a mansalva. Así ha sido desde que el mundo es mundo. El derecho a la autodefensa, que es de sentido común y de práctica generalizada en muchísimos códigos morales, no está exento de implicaciones complejas. No es obvio que tengamos que ser ciegos a esas implicaciones. Kant no lo aceptaba, para ponerlo en dos palabras. Muchos creemos que el mundo sin Bin Laden es un mundo probablemente mejor. Pero un mundo donde, para lograr mejoras marginales, hay que matar, torturar, traicionar y destruir sigue siendo un mundo tan imperfecto como el que incluye en su diversidad a un Bin Laden. Mi conclusión: posiblemente no haya muchas alternativas a la decisión de seguir por ese camino, pero eso es sobre la base de restricciones que surgen de las circunstancias de cada momento, no de una estrategia para avanzar hacia un mundo mejor. Las guerras santas, las guerras sucias, las guerras en general no mejoraron ni mejorarán el mundo, por mucho que eventualmente existan razones para llevarlas a cabo.
*Universidad Torcuato Di Tella.