Como aquellos mapas previos al descubrimiento de América que indicaban la existencia de monstruos marinos que devoraban los barcos que se animaran a alejarse de la costa, cada vez que llega un presidente que inicia un cambio de ciclo (Alfonsín, Menem, Néstor Kirchner y Macri) se pronostican catástrofes y dificultades sobrehumanas que luego en la práctica no se verifican y el presidente entrante puede hacer, sin enorme dificultad, lo que se creía imposible.
Esta semana se anunciará el acuerdo con los holdouts, devolviendo a la Argentina la completa normalidad financiera internacional después de 15 años desde que Rodríguez Saá, como presidente interino, anunció el default el 24 de diciembre de 2001. Y no fue tan difícil lograrlo, ni predisponer al mediador Pollack y al juez Griesa a favor de Argentina, acorralando al temible Paul Singer. Lo mismo se podría decir de la salida del cepo, que se alcanzó con menos traumatismos de los esperados. Y de la consiguiente devaluación que agregó inflación y costos pero sin producir terremotos sociales ni enfrentamientos irreparables.
También se pronosticaban dificultades mucho mayores en materia de gobernabilidad para un presidente no peronista en minoría, tanto en Diputados como en Senadores, y llega a la apertura de las sesiones ordinarias de esta semana con un peronismo dividido y pronósticos de aprobación tanto de leyes como de nombramientos. Tan fácil resultó aislar al kirchnerismo, que la preocupación es por mantenerlo vivo para que el peronismo continúe dividido y no vuelva a ser una amenaza electoral imbatible, ni que la venganza a la que parte de la Justicia somete y someterá al kirchnerismo termine victimizando a Cristina.
Es probable que el viernes 18 de marzo, cuando se cumplan los primeros cien días de gobierno, el escenario político y económico de la Argentina sea totalmente diferente al que fue hasta el 10 de diciembre pasado.
Dividir al peronismo, insignificantizar al kirchnerismo, salir del cepo, devaluar y resolver el conflicto con los holdouts resultaba una tarea tan poco probable de realizar con éxito como para Alfonsín en 1983 juzgar y condenar a prisión a los ex comandantes de la juntas militares de la dictadura y los más emblemáticos exponentes de la violación de los derechos humanos. O para Menem en 1989 salir de la hiperinflación. O para Kirchner en 2003 incluir en el sistema a la enorme masa de excluidos que había dejado la crisis de 2002 y calmar el caos social.
Para sorpresa de todos, cada uno de estos presidentes fue cumpliendo esas tareas tan ciclópeas como imprescindibles para que el país pudiera continuar, lo que impulsa a preguntarnos si estamos frente a hombres superdotados o hay alguna lógica del sistema social que hace posible lo necesario, porque los países no se suicidan. Al llegar a la presidencia, tanto Alfonsín (que después cobró otra estatura pero hasta entonces era un ex diputado de Chascomús que “nunca había conducido ni una cancha de bochas”), como Menem (un frívolo irresponsable e impresentable), como Kirchner (alguien que generaba lástima por sus defectos físicos y miedo por sus defectos mentales), y como ahora Macri (la antipolítica), fueron subvaluados.
¿Eran más de lo que parecían o, como pasó con Bergoglio al convertirse en papa, la función cambia al individuo y el aura de la investidura termina transformando a la persona?
Otro fenómeno psicosocial es el correlato inverso: cuando dejan de ser presidentes y aquellas personas que habían alcanzado la estatura de héroes y casi semidioses se transforman en lo opuesto y, a los ojos de muchos, terminan pareciendo locos, necios o malvados (y en algunos casos, además, patéticos, como el Menem reciente). Podría ser efecto del síndrome de burnout (cabeza quemada por el desgaste ocupacional) que produce el haber estado expuesto a una tarea muy exigente y estresante durante bastante tiempo, y transforma al revolucionario vital del comienzo en un depresivo suspicaz y escéptico.
Pero quizás ese escepticismo del fin de ciclo sea la causa y la consecuencia de que su tiempo se agotó y hace falta que venga alguien cuya frescura sea precisamente que crea que puede.
Virgilio, en el Canto V de La Eneida, dijo: “Pueden porque creen que pueden” (Possunt quia posse videntur). Pero en el caso de los presidentes, pueden porque la sociedad cree que ellos (Alfonsín, Menem, Kirchner y Macri) pueden. Es la sociedad la que hace lo que en psicoterapia se denomina transferencia, le transfiere la condición de ser lo que se necesita que sea. Y termina siendo.
El juicio de Alfonsín a la junta de comandantes de la dictadura (salvando las distancias), la convertibilidad de Menem, el asistencialismo de Kirchner y el volver a insertar a la Argentina en la economía mundial de Macri eran imperativos de la realidad, y cuando algo es necesario las partes crean las condiciones de consenso suficientes.
Eso lo muestran las encuestas, que le dan a todo presidente al poco tiempo de asumir una popularidad y aprobación mucho mayores que los votos que obtuvieron en las elecciones que ganaron. Ese apoyo empoderante viene aluvionalmente y se va por goteo (en los casos exitosos), pero se va. Eso debe tener en cuenta Macri porque siempre fue más complejo ser ex presidente que presidente.