COLUMNISTAS

Farsa, efectos y caos

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Al leer la columna titulada “Manual de estilo para columnistas anti K”, que escribió Daniel Pliner en lanacion.com, sentí mucho orgullo. Atribuyo el espíritu crítico, antidemagógico, contracíclico y políticamente incorrecto que exhala esa columna a los muchos años que Pliner pasó en Editorial Perfil (fue uno de los tres directores adjuntos del malogrado diario PERFIL de 1998). Vi los genes de esta editorial en su texto; pero también me dije: “Lo van a echar de La Nación”.

Algunas de las reglas que Pliner recomienda al “columnista anti K” son:

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

“Es inocuo anteponer el adjetivo existencialista al nombre de cualquier funcionario. Los calificativos marxista o montonero aseguran mejores resultados.”
“Llame a Néstor El (con mayúsculas) y a Cristina Ella. Desata enormes risotadas entre sus adversarios.”
“Utilice con vehemencia la expresión ‘eternizarse en el poder’, cada vez que alguien hable de reforma constitucional.”
“Procure todo el tiempo demostrar que Cristina está traicionando el pensamiento de Kirchner, aunque haya que tragarse el sapo de aceptar que en algunas cosas Néstor no era tan malo.”
¿No es ridículo acusar de antisemita a un periodista de La Nación por recordar que el bisabuelo de un funcionario kirchnerista fue rabino? ¿Y no es inverosímil acusar de nazi a otro periodista de Clarín por decir que miembros de La Cámpora tienen antecedentes familiares con una genética rebelde?

Yo creo que –gracias a Dios– existe una genética rebelde y eso no me hace nazi. ¿Si la genética fuera nazi la matemática sería de derecha porque la empleaba mucho el FMI?

El uso de la acusación de antisemita para denostar a un adversario es un arma gastada en la política demagógica porque después de conocerse que la dictadura fue antisemita, acusar a alguien de antisemita es sinónimo de acusarlo de activo colaboracionista con la dictadura. Editorial Perfil dos veces escuchó ese insulto del Poder Ejecutivo de turno: del gobierno de Menem, por una producción de la revista Noticias que reconstruía el atentado a la AMIA, y del kirchnerismo, ante el revisionismo de un chiste publicado en la revista La Semana, hace treinta años, donde un judío decía que la situación estaba “graive, graive”, por el caso Graiver. Siempre ridiculeces.

Pero la cuestión de fondo no es si tal periodista es antisemita o nazi, que es obvio que no lo es, sino por qué la Presidenta hace esas acusaciones. Lo hace para provocar (y cuanto más falaz más lo logra), para que los periodistas y las organizaciones que agrupan a periodistas respondan creando una contienda virtual que haga creer a muchos que están en una cruzada.

Por ejemplo, sigue sin entenderse qué buscan con Papel Prensa. Si realmente quisieran hundir a Clarín, hubieran atacado a Cablevisión. Quizás no quieran herirlo de muerte sino mantenerlo como contrincante porque les resulta provechosa la pelea. Así, entretienen mientras otros asuntos importantes pasan. Algunos diputados piensan que la ley que declaró el papel de interés nacional sirvió para disimular la Ley Antiterrorista.

Ladran y ladran, en una trama que, a juzgar por muchas de sus consecuencias, más tiene de farsa que de real. ¿Se acuerda el lector qué pasó con Fibertel? También está claro que no sólo ladran y el Grupo Clarín resiste embates que ninguna otra empresa de la Argentina hubiera soportado, lo que lo engrandece aunque eso no repare sus daños.

Por ejemplo, esta semana se conoció que Goldman Sachs decidió poner en venta alrededor del 9% de las acciones del Grupo Clarín que le quedaron, por sólo 75 millones de dólares, lo que representa tres veces menos de lo que pagó por ellas a fines de los 90, cuando Clarín ni siquiera tenía Cablevisión ni Fibertel. O sea, una empresa hoy mucho mayor vale mucho menos.

Este no es un problema de Clarín sino de todas las empresas argentinas que cotizan sus acciones públicamente y cuyo patrimonio no ha dejado de bajar durante el kirchnerismo, a pesar de que sus utilidades hubieran aumentado. Algunos ejemplos (siempre por año y en dólares): Clarín, ganancias de 120 millones, valor total de las acciones en la bolsa: 612 millones. Banco Galicia, ganancias de 253 millones, valor total de las acciones: 830 millones. Telecom (la más apreciada), ganancias de 555 millones, valor total de las acciones: 3.700 millones. Banco Macro, ganancias de 269 millones, valor total de las acciones: 1.260 millones.

Las empresas argentinas que cotizan en Wall Street tienen un valor promedio de cuatro veces las ganancias del año; mientras que las quinientas mayores empresas de Estados Unidos valen 13 veces sus ganancias. Y si Estados Unidos pareciese una comparación excesiva, el valor de las empresas brasileñas es de ocho veces sus ganancias: el doble que la proporción de las argentinas. Y en México, la comparación ideal es con la empresa equivalente a Clarín en ese país, Televisa, cuyo valor es de 22 veces las ganancias de un año.

Podría encontrarse explicación a por qué las empresas ganan más pero valen cada vez menos en el texto de Kant, Analítica de lo sublime. Kant decía que cuando se observa un terrible alud desde un lugar resguardado, junto con el sentimiento placentero de seguridad se mezcla la sensación de aguda indefensión: uno podría ser el próximo.

YPF resulta hoy el caso testigo para valuar las empresas argentinas. ¿El Gobierno ladra pero no muerde? ¿O estatizará YPF? Si lo que le falta al Gobierno son dólares y por eso limita el envío de dividendos de las empresas a sus casas matrices en el exterior, no sería lógico que la vaya a nacionalizar porque tendría que girar al exterior en un solo año todo el valor de la empresa al pagar por su compra.

Pero algunos analistas sostienen que Cristina

Kirchner es infinitamente más honrada y más ética que su marido, lo que a ellos les preocupa más porque suponen que su principismo puede hacerla ir en contra de sus propias conveniencias.

Y perciben un caos en la administración del Estado al ver un gobierno deso-rientado, conducido por una mujer aislada, que en un autoimpuesto encierro dedica muchas horas a la lectura.

Aristóteles sostuvo que la vida de un pensador se parecía a la de un extranjero porque debía alejarse de su comunidad y de su ruido para reflexionar. Y ven a Cristina como a una extranjera en el peronismo, sin contacto con los referentes de la coalición que le dieron sustento al kirchnerismo, y que por eso mismo se estaría resquebrajando.

Algunos hasta perciben síntomas de angustia en el desmejoramiento de su rostro y en la tensión de sus expresiones. Pero, como se sabe, cada uno ve lo que quiere ver y la guerrilla semiológica no sólo la practica el kirchnerismo.

También gran parte de la sociedad está rara. Votó por Cristina porque quería que la economía no cambiara de rumbo, mientras que a la Presidenta no le queda otra alternativa que introducir correcciones en su rumbo. Cuando los síntomas de esas correcciones se sientan plenamente y los votantes comiencen a desaprobar, harán falta cada vez más farsas para contenerlos.