No menos de un tercio de mis columnas de estos sábados de PERFIL contienen pronósticos a corto, medio o largo plazo y una parte de ellos suelen cumplirse. No fue el caso de la columna del 9 de septiembre del año pasado, donde anunciaba que la pareja Macri&Cristina no podría enfrentar al público ni a los artistas y trabajadores de Colón tan maltratados por esas dos gestiones de signo diferente pero de idéntica ignorancia e ineficiencia. Me equivoqué: mientras la presi evitó asistir –y si fue por su fobia a las silbatinas o por el ofensivo e inoportuno comentario de Macri sobre su causa penal es algo que nunca se sabrá–, el porteño dio la cara y gozó la presencia de figuras, figurones y de su ámbito predilecto de ricos y famosos y figuras de la farándula cuya afinidad con el arte no es mayor que la de los ejecutivos de Socma y la de los managers de los grupos piqueteros oficialistas.
Eso explica las ovaciones que celebraron un programa lamentable: una pieza de museo, un tramo de ballet vistoso y disciplinado que, a decir de los críticos más respetables, actuó acompañado de una orquesta mal elegida y de metales estridentes, y un acto de una ópera nada original y cantado a nivel de un ensayo de rutina y apenas “marcado”, según el respetado crítico de Clarín. Pero, reconozcamos que, artísticamente, el resultado debió estar a la altura de lo que ese público merece y que, ruido más, ruido menos, el evento plebiscitó favorablemente la conservada acústica de teatro, y con ella a los medios y funcionarios que alentaron el master plan y su cuenta de gastos de más de cien millones de dólares.
Otro error: escribí que ni el Gobierno nacional ni el de la Ciudad de Buenos Aires contarían con algo digno de mostrar al mundo en oportunidad de la celebración del Bicentenario.
También me equivocaba: muy a pesar suyo y de su necesidad de montar un escenario conflictivo, contaban con una masa de población de clases medias y subordinadas dispuesta a consensuar con el objetivo común de disfrutar en paz de la convivencia urbana, de contemplar el arte de la manera en que pueden verlo, de aplaudir a los ídolos populares y mediáticos, de gozar colectivamente y en paz de lo que asombra y lo que emociona, desde los trinos de Fito Páez hasta el despliegue circense de Fuerzabruta, sin descontar las gigantografías y los efectos de 3D-mapping de las proyecciones, y hasta el desfile militar que despertó la ovación de dos, o tres, o cinco, o nueve cientas mil personas espontáneamente instaladas en las mismas calles que tantas veces paralizaron marchas de cien o de mil piqueteros convocados por el Gobierno o por los mayoristas de sus planes sociales.