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Feinmann, Rucci, el honor y el botín

Cuando el oficialismo detecta temas que apuntan a su línea de flotación, muchos de sus intelectuales se internan en un patrullaje político e ideológico.

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| Cedoc

Cada gobierno tiene sus intelectuales, que buscan copar la agenda pública con ciertos temas e intentan generar consenso sobre los puntos de vista del oficialismo. No hace falta un cargo en el Estado; se puede realizar esta tarea conservando la forma de librepensador, y es probable que esta astucia sea la manera más eficaz de concretarla.

Lógicamente, un buen intelectual dirá que sólo defiende ideas, valores y propuestas superiores, pero, cuando lo que está en juego es el poder, conviene ser realista, como sugería el alemán Max Weber que por algo sigue siendo considerado uno de los padres de la sociología.

Weber decía que los cuadros de “una empresa de dominación política” son fieles al jefe por “dos medios que afectan directamente el interés personal: la retribución material y el honor social”. “El séquito del guerrero recibe el honor y el botín ”, recordaba.

El filósofo, ensayista y novelista José Pablo Feinmann es uno de los más destacados intelectuales del kirchnerismo, y sus textos resultan siempre interesantes, aunque sea para detectar los dolores y los miedos del conglomerado al que respalda.

En las últimas semanas, Feinmann parece preocupado por las denuncias contra el kirchnerismo por presunta corrupción y por el asesinato de José Ignacio Rucci, el secretario general de la CGT, ocurrido el 25 de septiembre de 1973.

Sucede en varios gobiernos: cuando el oficialismo detecta temas que apuntan a su línea de flotación, muchos de sus intelectuales se internan en un patrullaje político e ideológico contra todos aquellos considerados enemigos. Ya no hay lugar para el debate; se trata de estigmatizar, humillar y destruir.

Hasta el domingo pasado, Feinmann atribuía el atentado contra Rucci a Montoneros, como un acto de abierto desafío a la conducción de Juan Perón puesto que, como se sabe, el titular de la CGT era el hombre del General en el sindicalismo y una pieza clave en su diseño político.

Sin ir más lejos, lo dijo así el domingo 29 de noviembre de 2009 en Página 12, en el fascículo 106 de su interpretación filosófica sobre el peronismo. Sin embargo, el domingo pasado, apenas dos semanas después, Feinmann aseguró en el fascículo 108: “En cuanto al ‘¿Quién mató a Rucci?’, es sólo una pregunta sin posible respuesta”. En otras palabras: nunca se sabrá la verdad sobre eso.

Y convirtió mi libro Operación Traviata, ¿Quién mató a Rucci? en “una novela. Reato pretende darnos la verdad y cuenta hechos inverosímiles, que jamás pudo haber presenciado. Y para peor, se mete en la conciencia del supuesto asesino. Eso es un dislate”.

La afirmación me sorprendió porque dos semanas antes había dado otra opinión. Resulta que ahora Feinmann no sabe quién mató a Rucci y pretende que mi libro, que llega a la conclusión que él defendió toda su vida, sea una novela, una obra de ficción, y no una investigación periodística sobre un hecho histórico.

Quince fuentes con nombre y apellido avalan mi conclusión, que era la de Feinmann hasta el domingo. Otras fuentes, entre ellas un pariente de Julio Iván Roqué, el jefe del grupo operativo que mató a Rucci, me contaron cómo habían sido los preparativos y la ejecución. En realidad, no fui el primero en revelar el nombre de Roqué: lo hizo José Amorín en Montoneros, la buena historia, un libro al que hasta hace dos semanas Feinmann calificaba de “ejemplar”.

Feinmann anticipa ahora que ofrecerá una “conjetura” sobre ese atentado, y adelanta que José López Rega, el secretario privado de Juan Perón y ministro de Bienestar Social, “tenía muchos motivos para ver en Rucci un serio obstáculo en su carrera hacia el poder absoluto”. Pero, ¿en qué quedó su libro de 1987 titulado López Rega, la cara oscura de Perón? Resulta contradictorio que el personaje que él veía como una criatura de Perón matara a una persona que era tan útil al General.

Ahora, a tono con cierto sector del kirchnerismo, a Feinmann le preocupa que el asesinato de Rucci pueda derivar, en el futuro, en la apertura de juicios contra ex guerrilleros. Comprendo el temor, pero yo escribí un libro sobre algo que otros hicieron, un hecho que para mí sólo es historia. Un periodista tiene límites: no puede ajustar lo que ha sido a lo que convenga o no a un grupo en el presente. Un filósofo también debería buscar sólo eso: la verdad.

 

*Editor jefe de PERFIL.