Todos los videos de Raffaella Carrá, recuperados por obra de una ausencia, están al borde de no poder ser. “Camp” designa estas formas caídas del otro lado del buen gusto, pero “camp” no significa nada. Es provisoria comodidad para defenderse de los puntos ciegos que la cultura se fabrica para sí, esos hoyos negros por los que se va la corrección establecida. Lo que el término no dice es la enorme felicidad que teje esa fricción con lo increíble, una energía desbocada, fruto de la percepción cuando es jaqueada de lycra y lucecitas.
Por obvios motivos formales la habíamos olvidado. Nunca supe nada de su vida y recién ahora me doy cuenta, si bien sus vinilos estuvieron en todos lados, como el payaso que llora. Unos chilenos le celebran su audacia a la hora de la fiesta en la farándula: “Yo siempre voto comunismo”. Mil amigos gays la adoran como el ícono imbatible: ese empujoncito que les hizo falta para definir una sexualidad antes prohibida. Maradona le baila a sus 67 años (los de ella) y otra vez “camp” no dice nada. “A far l’amore comincia tu” mutó a “En el amor todo es empezar” para pasar el filtro de la dictadura, lo mismo que “Para enamorarse bien hay que venir al sur”, que era en realidad “Para hacer bien el amor” y el sur era otro sur, pero la oportunidad quiso que nos cantara en castellano, toda hecha boca, y que hiciéramos del sur de Italia este sur nuestro para siempre. Y luego 53-53-456 fue 03-03-456 para nosotros, sin que mediase ninguna explicación, ¿secreto código masónico o un número que fuera quizás más verosímil en su asaz larga distancia?
Raffaella: desconocemos tus motivos últimos. Allá te los llevaste. Pero hiciste bailar hasta el pasmo a todo el mundo. Encarnaste felicidad y desparpajo. No te partiste el cuello cuando parecía inevitable. El mundo latino (el mundo) está en un raro luto, porque tu muerte no hizo más que revivirte, loca, rubia, y explosiva. A más de uno le gustaría que esa categoría artística lo acariciara al fin del día.
