Desde hace tiempo me pregunto a quién me hace acordar Lanata. A Lou Costello, sí, pero, ¿a quién más? En estos días con tanto Lanata lo pude descubrir por fin. Me hace acordar a Columbo. No a Peter Falk, que es quien actuaba el personaje, sino a Columbo, el personaje. Y no solamente cuando usa impermeable y sombrero, no solamente cuando ensaya las pausas reflexivas tan propias del fumador.
Columbo encaraba sus investigaciones combinando singularmente la astucia con el chambonismo total. Ir a menos era una de sus técnicas predilectas. También lo era el asedio, aunque entreverando con frecuencia el zumbido del cargoseo con los gestos de la amistad. Al final ataba cabos. O bien, tanto mejor, conseguía, a golpes de fastidio o de falsa confianza, que el propio sospechado soltara su verdad, un poco por descuido, un poco por hastío, un poco por desesperación, un poco como homenaje a la propia verdad, una vez que esa verdad se había hecho presente.
Una característica notoria de estas denuncias de Jorge Lanata es la siguiente: que antes las habían efectuado Elisa Carrió o Luis Majul (o Carrió en lo de Majul, o Carrió junto con Majul). ¿Por qué, entonces, cosecharon guarismos tan menguados, tanto uno como otro, en las urnas o en el rating? ¿Por qué, entonces, todo pasó tan de largo en su momento, cuando Carrió revoleó ojos y datos, cuando Majul publicó su libro El dueño, y ahora se arma en cambio tanto escombro, tanta cosa, tal revuelo, tanta historia?
Si las cosas que denuncia Lanata son verdad o no son verdad, lo dirán las pruebas, o la Justicia actual, o una Justicia futura, o la sucesión incontenible de metidas de pata del patético Fariña, o quedará para siempre a disposición de la creencia o del escepticismo de cada ciudadano, de cada televidente. Puede que un avión en un hangar las ratifique, puede que un formulario con un sello pertinente las desmienta; puede que el cajero de un banco tropical las confirme, puede que un cadete de Puerto Madero algo empapado en sudor las refute.
Lo que me ocupa no es eso, sino esto otro: que Lanata pueda haberle encontrado a la verdad algo más influyente que un testigo, que una prueba, que un fiscal, que una sospecha; algo aparentemente accesorio, pero a poco de pensarlo, decisivo: un tono, una modulación, una gestualidad, una forma. ¿Se estaría refiriendo a esto el mustio Leonardo Fariña cuando, hablando esta vez a cámara descubierta, empleó la palabra “ficción”? Si la usó queriendo decir “mentira”, a mi entender pifió el concepto.