COLUMNISTAS
deseos

¿Fiesta?

default
default | Cedoc
¿Yo hablaba de mundos muertos? Sí, y por eso se me apareció el fantasma de uno de ellos, el de la fiesta. Agradable fantasma que me trae el jazz, la reunión en casas de amigos o en algún club, el café, cerveza tal vez y a veces un vino jerez para los sándwiches, el baile, la risa, la alegría. No faltaba nada de eso, no sobraba nada, no extrañábamos nada. No le dije, al fantasma, en qué se ha convertido aquello. Pobre tipo, por mucho fantasma que sea, le da un infarto y se me queda tieso aquí nomás. Porque tampoco había equis equis equis ni armas ni droga. Sí, el mundo cambia y enhorabuena, pero cuando el cambio consiste en pasar de un modesto paraíso casi doméstico a un perverso desorden, hay quienes sentimos que queremos recordar aquello y, si es posible, averiguar cómo se puede hacer no digo para traerlo de vuelta, porque eso es imposible, pero para adaptar a este tiempo aunque fuera una sombra, una leve sombra de aquel otro. Y una se pregunta si la semilla de la cual salió el mundo que transitamos hoy germinó en el hogar de cada uno y cada una. ¿Es posible? Sí, lo es. Sociólogos y antropólogos y psicólogos pueden y deben manejar las corrientes que desembocaron en este estuario de desdichas, conmoción y muerte. Yo no puedo hacerlo, no soy más que una mina que escribe novelas, es decir que cuenta cosas que no les sucedieron nunca a personas que jamás existieron, y como dijo alguien que sabía mucho más que yo, “al fin y al cabo, desde Homero hasta hoy, de lo único de lo que se trata es de contar historias”. Lo que puedo hacer es preguntarme eso que nadie podrá contestar: ¿cómo era el hogar en el que crecieron esos chicos que te invitan a divertirte con alcohol, drogas y armas? ¿De qué les hablaban y en qué tono esos padres a esos chicos? ¿Almorzaban todos juntos? ¿El padre le dijo alguna vez a su hijo: che, vamos a dar una vuelta a la manzana y conversamos? ¿La madre abrazó a su hija y le dijo: no llores, vení contame? ¿Les gustaba pasar algún domingo en casa mirando tevé, leyendo, tratando de componer el secador de pelo que no anda bien, escribiendo esa carta a la tía que vive en Barcelona, sacando del estante alto del ropero, el dominó a ver si volvemos a jugar, cambiando de lugar los sillones del living, poniendo las fotos del verano pasado en el álbum que habíamos comprado? ¿O era como la boca de un volcán, oscuro, acunando el deseo de expulsar el aullante fuego que se guarda en la garganta?