Lamento que te hayas perdido la fiesta, Etelvina. Nuestra común amiga organizó una de las más divertidas a las que yo haya asistido jamás. Pero vos, claro, siempre andás de acá para allá con cursos y seminarios y esas cosas, y es difícil pescarte para un festejo. Fiesta, festichola, gala, cuchipanda, como se llame eso, pero me parece que a la gente le gusta reunirse y, precisamente, festejar. En una de ésas, no es que le guste sino que le sea necesario. Como en el carnaval, como en “Mono y Esencia”, ¿te acordás, Etelvina?; y hasta en los encierros de Pamplona, las bacanales; los simples cumpleaños y aniversarios aquí ya más cerca y en familia, de vez en cuando hay que darles permiso a las ganas de salirse del molde y hacer algo distinto. Abrazarse y reírse y cantar y hacer rondas y trencitos y destapar botellas con mucho ruido de corcho que vuela y brindar por todos y por todo lo que se ponga a tiro. Tal vez sea una obligación solapada. No sé, estoy tratando de encontrarle una vuelta diferente a eso que hacemos de vez en cuando y que cuando pasa el tiempo nos gusta recordarlo y asegurar que esa noche, en esos días, nos divertimos como nunca. Quizá no sea cierto pero y qué. Ya sabemos lo que pasa con los recuerdos, y está bien, diga lo que diga el psicoanálisis, y no me vengas con que no dice nada porque siempre dice algo sobre algo. Quizá no sólo no sea cierto sino que haya sido todo lo contrario. Ultimamente, y por lo que dicen los diarios, los fines de semana contemplan eso, todo lo contrario, y la gente se dedica casi con delectación a la tragedia y todo termina con una faca clavada en el estómago de alguien o tres tiros en la cabeza de otro alguien. Entonces todas y todos hablamos de inseguridad cuando lo adecuado sería hablar de asesinatos en cuanto a calificación, y de educación en cuanto a uno de los problemas de fondo. Pero en esta cuestión, boliches, calle, noche, bebida, siempre terminamos viendo en primer plano el horror más visible, el muchacho o la chica, su cadáver, lo que queda después de la fiesta. Es, perdoname la comparación, Etelvina, es como el asunto del libro, la lectura, la nena, el nene no me lee. El crío no agarra un libro ni aunque le juremos que no muerde. Y en la noche, después de la fiesta, lo que queda es algo más que vidrios rotos, mugre, restos y una cinta que pone la policía. ¿Y la fiesta? No todas las fiestas terminan en asesinatos, por suerte, y que el Señor y toda Su Corte Celestial nos sigan amparando. Muchas terminan en el edulcorado recuerdo de abrazos y champagne y las ganas de volver a encontrarnos bajo el mismo palio que entonces.