Siria hoy es el escenario de una lucha armada por el poder, donde están involucradas diversas potencias del mundo. Recientemente, la exhortación apostólica Evangeliium gaudium, del papa Francisco, señala: “Una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos (…) siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia”.
Palabras similares ya habían sido dirigidas por el pontífice al presidente ruso, Vadimir Putin, durante la reunión en San Petersburgo del G20, en septiembre de 2013, cuando el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, amenazaba con atacar militarmente a Siria por los atropellos del presidente Bashar Al-Assad ante su propia población.
El llamamiento de Francisco para que los países del G20 “abandonen cualquier vana pretensión de una solución militar” a la guerra civil de Siria era un claro mensaje hacia el belicoso Obama.
El secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, después de meses de negociaciones, anunció una conferencia de paz sobre Siria para el 22 de enero en Ginebra. El éxito todavía es una incógnita, por el rechazo a la conferencia de algunos grupos sirios combatientes. Esto nos lleva a preguntar, ¿cuál es el origen profundo de la guerra civil en Siria?
Siria tiene una población estimada en 22 millones de habitantes. El sunismo es el grupo musulmán mayoritario (70%) y la religión cristiana representa alrededor del 10 por ciento.
Entre los musulmanes no sunnitas están los alauitas, drusos y chiitas. También hay minorías de las etnias asiria, armenia, turca y kurda, junto a miles de refugiados palestinos. En total, las minorías étnicas y religiosas constituyen una cuarta parte de la población de Siria.
Entre ellos están los alauitas, dos millones de seguidores de una pequeña rama del Islam, con gran influencia en el gobierno y el ejército de Siria. En los años 50 y 60 del siglo XX los jóvenes alauitas se destacaron en las escuelas militares y luego en la política, entusiasmados con las ideas del socialismo y el nacionalismo panárabe. A partir de 1953, el Partido Baaz Arabe Socialista, llevó a cabo una intensa acción política para acceder al poder, que logró conseguir en Siria (1963) y en Irak (1968). En 1970 Hafez Al Assad –padre del actual presidente- dio un golpe de estado e instauró la dictadura del Partido Baaz, que con el tiempo quedó en manos de la minoría alauita, generando resentimiento en la mayoría islámica sunita.
Los lazos de Al Assad con Irán y Rusia son fuertes. A través del presidente sirio los iraníes ejercen influencia en países como Líbano, donde opera Hezbolah, un grupo chiita armado, enfrentado a Israel. Por otra parte, Siria –además de comprarle armas- le alquila a Rusia el puerto de Tartus, el único acceso al Mediterráneo que tiene la marina rusa.
A principios de 2011 diferentes sectores sirios –con posterior apoyo de soldados desertores- iniciaron un conflicto reclamando más libertades y plena democracia. Sin embargo, ahora un grave problema lo constituyen los milicianos extranjeros –yihadistas–, provenientes de muchos países, europeos y árabes. En su lucha por el poder, están realizando una limpieza étnica-religiosa: invaden, matan y queman los hogares de las minorías sirias, sin ningún control. Las tropas extranjeras no parecen contribuir a la pacificación de Siria. Entonces, la solución al conflicto sólo puede surgir de la misma población y grupos diversos que habitan la milenaria Siria.
Según señala Evangeliium gaudium, sólo “la diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una diversidad reconciliada”. Un desafío impostergable para la agenda del papa Francisco, en su próximo viaje al conflictivo Medio Oriente.
Profesor de Historia (UBA).