Había que ver a Néstor Kirchner desplomado en su banca. Confundido, apichonado, tragando saliva mientras sentía cómo se le escurría gran parte de su poder de las manos cuando la oposición daba comienzo a una nueva era parlamentaria. Era el final anunciado de una ficción institucional que inventó como manotazo de ahogado el día que adelantó las elecciones y abrió un período de más de cinco meses en donde, de atropellada, sacó todas las leyes que pudo para intentar instalar que el 28 de junio no había ocurrido nada malo para su proyecto.
No hay demasiados antecedentes de un ex jefe de Estado tan negador y autodestructivo. Tal vez con otro estilo, uno hiperkinético y el otro abúlico, sólo se pueda comparar con Fernando de la Rúa. Es tan fanática su decisión de mirar para otro lado que Kirchner suele llevarse la realidad por delante. La choca de frente y lo lastima más de lo razonable, sin amortiguación. Lo más grave es que no sólo se automutila, también afecta a su partido, a sus fieles y, en ocasiones, a la credibilidad de las instituciones.
Los atajos y presuntas avivadas de las listas espejos, colectoras, manipulación de las fechas, cambios de distrito, candidaturas testimoniales, borocoteadas de diputados, intendentes y gobernadores a cambio de millones de favores son pan para hoy y hambre para mañana. Voluntarismo puro que lesiona la relación entre el ciudadano común y la clase dirigente.
Eso es lo que terminó el jueves a la noche. Kirchner tuvo que notificarse de que el 28 de junio había perdido por paliza. Que la oposición, en su mejor construcción institucional, lo obligó a negociar y a consensuar, una actividad que no sabe, no contesta y no practica.
¿Habrá aprendido Kirchner que no se puede ocultar todo, todo el tiempo? ¿Habrá aprendido la oposición que aún con pensamientos diversos se puede llegar a acuerdos para mejorar la calidad institucional, reflejar el verdadero estado de conciencia del pueblo, ayudar en la gobernabilidad al Ejecutivo y, sobre todo, controlar a un kirchnerismo que se acostumbró demasiado a violar todas las reglas?
Está comprobado que Néstor K es un gran constructor y, a la vez, un gran destructor. Tuvo la capacidad de comenzar su gobierno con el 22% de los votos tras la huida de Carlos Menem y retirarse con cifras altísimas de imagen positiva cercanas al 70%. Pero también demostró su letal eficacia para arrojarse al vacío desde esa montaña de apoyo y caer, tanto él como su esposa, a menos del 20 % del respaldo popular. Todo lo hizo Kirchner. Lo bueno y lo feo. Varios de sus amigos más cercanos superaron el temor que despierta su autoritarismo y le advirtieron que estaba cometiendo errores y horrores. Pero él siguió adelante. Confundió coraje con irresponsabilidad y se encontró de frente con la locomotora.
Kirchner edificó su grandes fracasos cuando perdió en la calle frente a la multitud que concentró la Mesa de Enlace; en el Senado con el voto no positivo de Julio Cobos y en las urnas, el 28 de junio. Sólo le faltaba caer derrotado en Diputados. Allí estaba invicto. Pero las matemáticas no se pueden comprar y el 3 de diciembre quedará en la historia como el día en que Kirchner tuvo que presenciar como su táctica perdía la virginidad. Era previsible. Por el resultado electoral que había intentado malversar y porque con su estilo revanchista, contribuyó a amalgamar esa amplia coalición del Grupo A que juntó a los extremos ideológicos, desde la derecha macrista hasta la izquierda de Pino Solanas, Miguel Bonasso y Barrios de Pie.
Ese también es un mérito (¿o demérito?) de Kirchner. En cada caída logró esculpir la estatua de sus enemigos. Hizo popular a Eduardo Buzzi y a Alfredo De Angeli (y logró el milagro de juntarlos con la Sociedad Rural, igual que lo hizo en diputados con PRO y el progresismo), inventó a Cobos después de la 125 y lo potenció con sus ataques igual que a Francisco de Narváez y Felipe Solá. Se transformó casi en un teorema político: todo lo que Kirchner castiga crece más rápido. Si hasta Eduardo Duhalde lo torea día de por medio y le dice de todo para buscar la reacción de Néstor que lo haga despegar del todavía alto nivel de imagen negativa que tiene.
Un tropezón cualquiera da en la vida. Es parte de la condición humana. Lo realmente grave de Kirchner es el despilfarro que hizo y sigue haciendo de una oportunidad histórica, fabricando sus propios traspiés, agrandando a sus rivales y sometiendo a su propia tropa a humillaciones que se podrían evitar si aplicara el sentido común.
¿Cuál fue el sentido (¿o el sinsentido?) de no bajar al recinto cuando era evidente que el kirchnerismo había pasado a ser el Frente para la Derrota? La oposición había logrado un acuerdo sólido que superaba al oficialismo. Si Néstor, apenas pisó el Congreso, no hubiera hecho trizas el acuerdo tejido, su retroceso hubiese pasado algo más inadvertido. Lo podrían haber presentado como un convenio republicano, democrático y maduro. Pero encaprichado hasta lo patológico, se empacó y logró que toda Argentina, en vivo y en directo, observara cómo comenzaba la sesión pese a la ausencia de los kirchneristas. El sentido común popular acunó un dicho: “Si hay miseria, que no se note”. Pero NK hizo más que evidente su fragilidad. Exhibió su retroceso y sometió al escarnio a Agustín Rossi, al resto de sus compañeros de banca y a la módica movilización que harían al Congreso sólo para ver cómo tardaba dos segundos en decir: “Sí, juro”. Someter a intendentes y a piqueteros oficialistas a semejante gasto de dinero y de energía para ser espectadores privilegiados de una goleada parlamentaria fue casi masoquista.
Lo mismo puede decirse de las bravuconadas chicaneras. Antes, cuando eran pronunciadas desde la fortaleza, se podían confundir con soberbia. Pero dichas reculando o desde la lona sonaban patéticas. Los insultos de los muchachos de La Cámpora a los legisladores eran una falta de respeto y una confesión de impotencia que Kirchner no trató de frenar en ningún momento aunque sea con algún gesto. ¿A quién cree que favorecían los abucheos de la Jotapé? ¿Los televidentes independientes respaldaron esa actitud de barra brava o se solidarizaron con la víctima de los insultos, mirándola con más simpatía? Esas desmesuras ocurren cuando se pierde toda sintonía con el humor social, cuando no se tiene capacidad de interpretar el reclamo mayoritario y cuando se abandona la batalla por ganarse el respaldo ciudadano y se apuesta todo a los aparatos, la caja y las prebendas.
Cerca de la medianoche del jueves se produjo un hecho racional que permite potenciar las esperanzas hacia la actuación del nuevo Congreso. Cuando asumió la presidencia de Diputados, el kirchnerista jujeño Eduardo Fellner, el jefe del bloque radical, Oscar Aguad, se sacó el sombrero y dijo: “Nos hemos sentido honrados con su presidencia, jamás faltó a su palabra, siempre fue ecuánime y esto es un reconocimiento porque usted demostró ser un hombre cabal”. Ese mágico instante de país serio, civilizado y cohesionado que demuestra que se puede y se debe convivir en paz manteniendo la identidad de cada uno, se coronó con la emoción y el aplauso de pie de toda la cámara baja. Kirchner ya se había retirado. Fue una lástima que no lo haya podido ver ni siquiera por TV, porque Canal 7 emitía Chacarita-Estudiantes. Fútbol para todos, información para algunos. Más circo y menos pan.
Hace tiempo que Kirchner viene potenciando su actitud dañina y castigadora con la gente que tiene a su lado. La última fue Marta Oyhanarte, que lo acompañó durante seis años, pese a no ser del palo. Un conductor está en todo su derecho de cambiar fusibles. En general, hasta las personalidades más obtusas suelen llamar a quien van a reemplazar y le dicen: “Te agradezco mucho tu ayuda, pero necesito tu cargo porque quiero hacer unos cambios”. Y se termina el tema. Kirchner aplica otro estilo, más beligerante. Ordenó esmerilarla, puentearla y dejarla sin recursos para que, asfixiada, se viera obligada a renunciar. ¿Perversión o liderazgo? Un fino analista planteó una vez la gran pregunta sin respuesta: ¿por qué los Kirchner consiguen por violación lo que podrían lograr con seducción? ¿Cúal es el rédito de humillar y convertir en potenciales enemigos a Oyhanarte, Eduardo Hecker, Marcelo Saín, Graciela Ocaña, Miguel Bonasso y Alberto Fernández, entre muchos otros? El senador Luis Juez lo definió con tonada cordobesa: “ Fue Néstor el que me obligó a ser opositor. A los patadones me empujó a la vereda de enfrente”.
Pero Oyhanarte no fue la única en estos días. A Daniel Scioli (una vez más y van…) le ordenó que no fuera a la conferencia de la UIA pese a que había confirmado su presencia. Antes iban porque los industriales se mostraban aliados del Gobierno. Pero ahora que hay tímidas críticas el criterio fue “vaciarle de funcionarios” el encuentro. Avergonzados, todos hicieron saludo uno, saludo dos y pidieron disculpas por el faltazo. Todos menos el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, que con suaves movimientos está tratando de ocupar un espacio equidistante entre Kirchner y Duhalde. Tendría el padrinazgo de Alberto Fernández y José Pampuro, quien, con una autonomía infrecuente, reconoció que la CGT no es la única entidad representativa de los trabajadores, que le gustaría que surgiera una figura nueva en el justicialismo y que a Cobos no hay que satanizarlo como traidor porque es un buen candidato de la oposición.
El rayo paralizador de Kirchner sigue atento para castigar a los que no se someten a su verticalismo. Pero lo utiliza tan seguido que cada vez tiene menos fuerza. Con Víctor Santa María, el reto fue feroz. En la celebración de los 67 años de su gremio de encargados de edificios, quiso dar una tibia señal de no sectarismo. Invitó a Francisco de Narváez y a Guillermo Montenegro y apareció en varias fotos con ellos. Los gritos de Néstor, según cuentan quienes estuvieron con él en la quinta de Olivos, se escucharon hasta en El Calafate. La única manera de volver de “semejante traición” fue hacer publicar una larga crónica llena de fotos del acontecimiento, pero los nombres y las figuras de Montenegro y de De Narváez fueron borrados.
Aplicar técnicas stalinistas patagónicas con los que más lo han ayudado y lo han acompañado –aun en los errores– es descalificador en las relaciones personales. Por eso, cada vez se van más dirigentes del kirchnerismo y, en general, los que se van no están ubicados a la derecha de su pantalla, señora. La prueba está en que la mayoría de los militantes más intransigentes en el acampe que se hizo a 150 metros de la Casa Rosada pertenecían a Barrios de Pie, que hasta hace unos meses trabajaba codo a codo con el kirchnerismo y ocupaba cargos oficiales. Este grupo de importante trabajo de base se mostró muy crítico en las calles. Cantaron bajo la lluvia: “Te querés matar, pingüino, te querés matar… acampamos igual”. Sus diputadas tuvieron la misma actitud y se integraron al bloque opositor que consiguió la primera de una serie de victorias “que ya van a venir”, como dicen en las tribunas.
En la cima es posible soportar maltratos por la conveniencia de estar al lado del que manda o por convicción ideológica y subordinación a un proyecto político. Pero cuesta abajo, deshilachados, con el único objetivo de durar en el poder, se hace cada vez más difícil soportar y comprender la irracionalidad de un Kirchner que manda a la muerte política a sus mejores cuadros. ¿Ratificará la renuncia indeclinable al PJ o reasumirá en forma indeclinable?