Opinaba hace poco el ex presidente Julio María Sanguinetti que “es entristecedor que dos países tan vecinos que nadie de afuera puede distinguir a los ciudadanos de un lado y del otro del Plata esperen la resolución de sus diferencias en un tribunal de la Haya.” Más me entristece que estos mismos ciudadanos tan parecidos en su aspecto exterior sean tan distintos en su comportamiento ciudadano. Así lo demuestran una vez más las elecciones realizadas en 2009.
Porque los comicios presidenciales del Uruguay, todavía no definidos por el balotaje, y los de diputados realizados en junio pasado en la Argentina, sirvieron entre otras cosas para ratificar que la transición a la democracia en ambas repúblicas, luego de las respectivas dictaduras militares, dio frutos diferentes.
Al finalizar la dictadura en el Uruguay (1973-1984), se restablecieron las prácticas políticas caracterizadas por la búsqueda de consensos y mediaciones entre los partidos. Como señala el historiador Benjamín Nahum, las internas partidarias, en la etapa final de la dictadura, sirvieron para derrotar definitivamente a los sectores más reaccionarios dentro de los partidos tradicionales, Colorado y Blanco. Estas mismas fuerzas buscaron incorporar al Frente Amplio (comunistas, socialistas, demócratas cristianos) a las conversaciones con los militares para fijar las condiciones de la transición. De este modo se renovó la dirigencia política. En ese país que cambia, pero lentamente, nadie ha renegado de sus líderes ni de sus divisas históricas. Porque el Uruguay moderno se construyó cuando la incesante lucha armada entre caudillos rurales y urbanos fue sucedida por el fuerte liderazgo del colorado José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) que terminó la guerra civil y dio lugar a una modernización acelerada (legislación laboral, divorcio, separación de la Iglesia y del estado, educación gratuita). Batlle que hizo política sobre una base popular, tuvo que llegar a un compromiso con su adversario, el Partido Blanco o Nacional, más fuerte en los departamentos rurales. Este tuvo la oportunidad de integrarse al sistema, al principio como socio menor y más tarde en condiciones de ganar elecciones.
Por eso, a partir de 1985, fue posible la alternancia entre colorados y blancos. Rompió la hegemonía de las fuerzas tradicionales la victoria de Tabaré Vazquez (Encuentro Progresista-Frente Amplio) en 2004 que ganó por el 50% de los votos, sin necesidad de recurrir al balotaje.
Tabaré ha gobernado bien dentro de las condiciones y limitaciones propias de su país y de su tiempo. No anunció que volvería a fundar la república, aunque el suyo era un gobierno sin anclaje en el pasado. Recientemente, en forma sorpresiva para nuestros usos y costumbres, al inaugurar el nuevo aeropuerto internacional de Carrasco, iniciado en una gestión anterior de distinto signo político, invitó a cortar las cintas a los ex presidentes Batlle, Lacalle y Sanguinetti, presentes en la ceremonia. Fue una clara señal de que la construcción de un país es la tarea de todos y que nadie debería proponerse como único realizador o salvador de la patria, como se suele hacer en la Argentina.
Volviendo a los parecidos y a las diferencias, cómo me gustaría que en las grandes ceremonias los ex presidentes de mi país fueran invitados a participar, y no como sucedió al asumir Cristina Kirchner en que todos estuvieron ausentes (unos porque habían sido descalificados abiertamente por el matrimonio gobernante, otros, el caso de Alfonsín, porque habían sido ofendidos con modos más sutiles). También me gustaría que no trataran de venderme que la Argentina renació sólo por obra y gracia de los K y les pediría una pequeña cuota de modestia y hasta de prudencia para admitir que otros también hicieron algo, aunque no fueran peronistas de la actual ortodoxia. Por último, y ante el anuncio presidencial de que esta vez sí habrá una auténtica, necesaria, sólida y duradera reforma política, reclamo simplemente que no nos tomen más el pelo.
Porque para valorar cómo se practica la política con dignidad, me basta con ver lo que pasa en la República Oriental, nuestra vecina con la que compartimos tantas vicisitudes en el pasado y que hoy nos lleva tan significativa ventaja en el ejercicio cotidiano de la democracia.
*Historiadora.