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Fuera de serie

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

En una época como la nuestra, en la que la especialización es requisito de casi cualquier actividad humana, las biografías de figuras ilustres del pasado contrastan con su carácter expansivo, sus aires de grandeza. Muchos de nuestros escritores fueron, al mismo tiempo, militares, funcionarios, periodistas, pedagogos, presidentes, estrategas políticos, conquistadores. Hacer de todo estuvo de moda en todos lados por mucho tiempo, incluso hasta el comienzo del siglo XX, cuando la pensadora francesa Simone Weil, por ejemplo, pudo conjugar la ejecución de una obra escrita personalísima en su vocación política y mística, con la exploración extrema de trabajos que ahora llamaríamos “de territorio”.  Aparece una pregunta obvia: ¿de dónde sacaban fuerza y tiempo para abarcar tantas cosas? 

Hoy, cuando se valora superlativamente el gesto de concentrarse en un único foco, brillar en un área ultraespecífica, resulta difícil suponer posible la existencia de gente como Sarmiento o Lucio V. Mansilla (dos que elijo por lo mucho que me gustan Facundo y Una excusión a los indios ranqueles), célebres en su tiempo y todavía catalogados como autores de libros imprescindibles que, además, operaron en el ámbito social, militar y político, amén de tener vidas privadas profusas en esposas, amantes e hijos. 

En 2014, entrevisté por primera vez a Jorge Rulli, cuyo fallecimiento hace una semana fue consignado en casi todos los grandes medios como el de un “histórico” del peronismo. Su vida pública arrancó en 1955 al calor de la resistencia, y la inextricable historia del movimiento fundado por Perón fue el marco que siempre lo acompañó, para bien y para mal. 

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Rulli estuvo en la cárcel, tanto en la década del 60 como en la última dictadura, padeció la tortura, pasó por la rehabilitación en Suecia, sufrió el exilio, pero también conoció de primera mano el entramado menos visible de potencias como China, o hitos latinoamericanos como Cuba, entre muchos otros meollos de la geopolítica. 

A excepción de algunas notas que pusieron sobre la mesa buena parte de lo que Rulli hizo y fue, la mayoría dejan la sensación de no dar abasto con la cantidad de cosas que encaró. Y con razón. Después del exilio, se convirtió en un detractor principal del agronegocio y el extractivismo, un conocedor y divulgador infatigable de las diferencias entre ambientalismo y ecología, temas que recién ahora, luego de décadas de aval al combo soja-Monsanto, empiezan a ocupar un lugar en la agenda pública local. 

Rulli fue, a partir del menemismo, un crítico ferviente de la deriva del movimiento por el que tanto había peleado, un activista por los derechos humanos antes de que fueran patrimonio del progresismo, un promotor de la sustentabilidad cuando pocos sabían qué significaba, un estudioso de las tensiones entre los discursos hispanistas y los que representan a los pueblos originarios, un analista político en plan revolucionario interesado en los modelos neoliberales encriptados en retóricas de izquierda, siempre ajeno a la rosca. Fue un padre y marido amado por los suyos y un referente para varias generaciones. En 83 años, alcanzó una conjunción de experiencias y saberes impresionante por su diversidad y nivel de exigencia. Si se dejan de lado las diferencias ideológicas, las incurables internas pejotistas o los repetitivos argumentos que sostienen la grieta (Rulli advirtió mucho antes que los histriónicos Milei y Grabois sobre la casta política funcionando, como un cuerpo con intereses alejados de los votantes) y se evalúa la complejidad de lo que hizo a lo largo de su trayectoria, la perplejidad es la misma que acomete al espiar las vidas de los ilustres del pasado.

Pero quizás, el fenómeno de un fuera de serie como Rulli, también ahora, sea parte de lo posible. Si evitamos perdernos en la multiplicidad de sus intereses, vemos que fue un gran conector, pero no solo por la atracción que ejerció en gente de medios, edades y ámbitos distintos. En Rulli, Santiago del Estero, Salta, Puerta de Hierro y Estocolmo convergen; la cárcel, la trinchera y el aula son ladrillos de la mima pared. Su figura recuerda que la palabra cultura, antes de cristalizar en libros como los que él mismo escribió, refiere a la relación con la tierra, a ideas abiertas a la renovación y a gestas que, tarde o temprano, germinan.