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historia olvidada

Fuimos (y somos) capaces de epopeyas

Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar Buenos Aires.

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La decisión política de los vencedores de nuestras guerras civiles de borrar de la historia argentina todo lo positivo relacionado con el federalismo y las reivindicaciones populares y provinciales encarnadas durante veinte años por Juan Manuel de Rosas, tendió un manto de olvido sobre una de las dos grandes epopeyas militares de nuestra patria, junto con el cruce de los Andes: el combate de la Vuelta de Obligado.

Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar Buenos Aires, entonces bajo el gobierno de Rosas. La gigantesca armada bloqueó el puerto para desnivelar el conflicto armado entre Argentina y la Banda Oriental del Uruguay, que los franceses consideraban protectorado propio y para cumplir con el propósito inglés de independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones para formar un nuevo país, la “República de la Mesopotamia”, que haría del Paraná un río internacional de navegación libre.

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El pretexto fue una causa “humanitaria”: terminar con el gobierno supuestamente tiránico de Juan Manuel de Rosas, que los desafiaba poniendo trabas al libre comercio con medidas aduaneras que protegían a los productos nacionales. Los reales motivos de la “intervención en el Río de la Plata”, como la llamaron los europeos, fueron de índole económica. Deseaban expandir sus mercados a favor del invento de los barcos de guerra a vapor que les permitían internarse en los ríos interiores sin depender de los vientos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur del Brasil.

Los invasores contaron con el antipatriótico apoyo de los unitarios enemigos de la Confederación Argentina, muchos de ellos emigrados en Montevideo.

Ingleses y franceses creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados y su modernísimo armamento bastarían para doblegar a nuestros antepasados como acababa de suceder con China. Pero no fue así: Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, decidió hacerles frente.

Encargó al general Lucio N. Mansilla conducir la defensa. Su estrategia fue la siguiente:

1)Era imposible vencer militarmente a los invasores por la diferencia de poderío y experiencia, lo que hacía inevitable que tuvieran éxito en su propósito de remontar el río Paraná.

2)Pero dado que se trataba de una operación comercial encubierta, el objetivo era provocarles daños económicos suficientes como para hacerlos desistir de la empresa y lograr así, una victoria estratégica que vigorosas negociaciones diplomáticas harían luego contundente.

3)Era necesario buscar un lugar del Paraná donde fuera posible alcanzar los barcos enemigos con los anticuados y poco potentes cañones con que se contaba.

Mansilla emplazó cuatro baterías en el lugar conocido como Vuelta de Obligado, donde el río se angosta y describe una curva que dificultaba la navegación. Allí nuestros heroicos antepasados tendieron tres gruesas cadenas sostenidas sobre barcazas y de esa manera lograron que durante el tiempo que tardaron en cortarlas, los enemigos sufrieran numerosas bajas en soldados y marineros y devastadores daños en sus barcos de guerra y en los mercantes. El calvario de las armadas europeas y los convoyes mercantes que las seguían continuó durante el viaje de regreso.

La estrategia fijada por Rosas y Mansilla tuvo éxito y las grandes potencias de la época finalmente se vieron obligadas a capitular aceptando las condiciones impuestas por Argentina.

En contraste con argentinos que apoyaron la invasión, cuyos nombres bautizan muchas de nuestras calles, al tener noticias de la heroica y eficiente defensa, un San Martín henchido de orgulloso patriotismo escribió a su amigo Tomás Guido el 10 de mayo de 1846: “Los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca” y más adelante felicitaría al Restaurador: “La batalla de Obligado es una segunda guerra de la Independencia”. Y al morir le legó su sable libertador.

 

*Psicoanalista, historiador y escritor.