Hace años, muchos años, que los violentos del fútbol emplean la palabra “combate” para referirse a sus peleas callejeras o sus bataholas de tribuna. Esa metáfora no es baladí, suponiendo que alguna lo sea. Y encontró una perturbadora correspondencia allá en 1986, durante el Mundial de México, cuando los barras de Boca y de Chacarita se trenzaron con los hooligans y les quitaron varias banderas británicas, exhibidas luego como “trofeos de guerra”, no menos que las que se atesoran en el convento de Santo Domingo desde 1806-1807 (el efecto de perturbación se acrecienta, si es cierto que algunos de aquellos barras eran ex combatientes de Malvinas).
La otra tarde, en Laferrere, en ocasión de un partido entre Deportivo Laferrere y Dock Sud, se produjeron hechos de violencia de tal envergadura que la metáfora del combate cedió en sentido figurado y viró hacia la completa literalidad. Los barrabravas de Deportivo Laferrere chocaron con efectivos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, con un saldo de catorce agentes heridos, tres de ellos de gravedad, varios coches incendiados, una Itaka sustraída, un jinete bajado del caballo, vidrios rotos por doquier, etc.
No solamente la premisa weberiana del monopolio de la violencia legítima por parte del Estado tambalea con frecuencia, sino también la que establece que las fuerzas estatales, en choque con fuerzas no estatales, han de contar con superioridad numérica. Trascendió que el objetivo de los barras era ni más ni menos que dar alcance al plantel de futbolistas de Dock Sud, para lo cual, en un operativo que no me atrevo a llamar comando, hasta llegaron a interceptar el micro destinado a transportarlos. Guarecidos flacamente en el vestuario, los jugadores vivieron un verdadero sitio.
Ante estos hechos tan impactantes, es de esperar que los cráneos que decidieron acabar con la violencia en el fútbol prohibiendo el ingreso de los hinchas visitantes a los estadios continúen ahora con su ímproba tarea tomando la decisión que a todas luces se impone: la prohibición del ingreso de los jugadores visitantes. El fútbol, es cierto, perderá así su sustancia. Pero, ¿el fútbol para la televisión y sin espectadores en las tribunas no es acaso la tendencia dominante? ¿Y montar escenas mayormente sin sustancia para convertirlas en un espectáculo aparente no es acaso la especialidad de la televisión?