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Ganaron los piratas

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Casi después de María Kodama (la heredera sin testamento), se fue Ryuichi Sakamoto (el de la música contra el desastre medioamebiental). Cuando pensaba que ambos merecían sencillas palabras de despedida, el pasado 1° de abril murió Klaus Teuber. Cualquiera de los tres serviría para pensar las ausencias generales, aquellas que de algún modo nos afectan a muchos. Teuber (un perfecto desconocido en la Argentina) dejó en Alemania su huella definitiva. En este milenio de letras marmóreas, de música para lo eterno, Klaus en cambio inventaba juegos de mesa. Pero sépase que si fuera posible reinventar el ajedrez, solo el buen Teuber sabría cómo.

Su juego más conocido es Die Siedler von Catan, o Los colonos de Catán. A mí me lo presentó Martina Fernández Polcuch, traductora y profesora de alemán, que creó laboriosamente un grupejo de fanáticos. Somos adultos responsables que contra todo pronóstico aún jugamos juegos de mesa. Yo mismo supe agregar a esta lista unos cuantos más. En un viaje a Stuttgart (allí se fabricaban) atraqué una juguetería y me traje todas las variantes del juego, con fichas todavía de madera y no de plástico. Las cajas ocuparon una valija entera, pero valió la pena: la versión clásica; la extensión para seis jugadores; los accesorios para navegantes, islas y piratas; los caballeros y ciudades; los escenarios especiales de Troya y la Muralla China y las versiones con cartas para dos jugadores.

El juego se ubica en una vaga Edad Media y consiste en emplear algo de azar y mucho de lógica para construir ciudades, expandirlas, explotar recursos y unirse a otros nativos de Catán para rechazar a los piratas. Gana el que lo hace más rápido, pero la gracia es que todos creen todo el tiempo que pueden ganar, o salir bien parados, algo que no sucede en otros juegos de Occidente, que aburren rápidamente a los perdedores.

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Aunque no lo puedo demostrar bien, la lógica de este juego debe tener que ver con la compleja idiosincrasia del pueblo alemán, tan hachado en dos por el siglo XX. Es un matiz sutil que también puede advertirse en cómo los alemanes exportan su cultura. Soy un gran fanático de los libros para aprender idiomas, desde el vasco al galés, del esperanto al catalán, y siempre me rindo a la retórica de los sprachkurse del alemán. Di clases de inglés con todo tipo de libros; allí lo importante parece ser la conversación y el vocabulario. Todo es prosaico: comprar en la verdulería, encontrar una calle, explicar tu currículum. En mi libro de texto de alemán elemental, en cambio, ya en la página 10 había un poema de Brecht. Las preguntas para los aprendices no eran sobre precios de manzanas sino sobre diálogos entre Marx y Hegel, aun cuando uno está siendo incapaz de usar correctamente los artículos más básicos. Así como los libros de francés pretenden endiosar la cultura francesa, presentada casi siempre como un monumento rancio a ser visitado por jubilados, los libros de alemán sorprenden mucho porque incitan a suponer que hablar en alemán es como resolver un enigma. Uno filosófico.

A diferencia de los juegos universales, donde gana el que más países conquista, o el que llega antes a la meta, en el Siedler von Catan se tiene la impresión de que todos los participantes avanzan por igual. Para poder ganar es necesario comerciar con los otros, hacerse de amigos, aunque luego se los robe o traicione en secreto para ponerles un puerto en plena cara o para llegar antes a la mina de oro. Las reglas son complejas; hay que sostener muchas variables al mismo tiempo y generar su propio equilibrio: cuando uno va ganando se activan unos sistemas autorreguladores y la ganancia disminuye, o se reparte, como en una ilusión vagamente socialista, pero a la vez francamente desoladora para quien iba ganando. En la comedia Kleo, la serie que por estos días ofrece Netflix, advierto el mismo tono nostálgico que reúne a Este y Oeste: crítico, insoluble. Un sentido del humor extraño, que no hace reír casi nada.

No sé de qué ha muerto Teuber. Entré a jugar en la versión online y la página nos dio la triste noticia. Tal vez no sea una pérdida notable para su pueblo. Para mí es el fin de una promesa formidable. Alguien que ha dedicado su vida a hacer jugar a las personas. Alguien que desafió la sencillez de los juegos ya dados. 

Toda mi admiración al querido, desconocido, Klaus, que ha sido amado más allá de toda frontera.