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Defensor de los Lectores

‘Gran Hermano’ y ‘Truman Show’, o la verdad como juego televisivo

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Ficción. No es más que eso lo que sucede en la casa de Gran Hermano. El error es creer que no lo es. | cedoc

Hay quienes creen que un mero juego de roles desarrollado durante un reality show indudablemente exitoso (entendiendo éxito como una propuesta con alto nivel de audiencia televisiva y consecuente instalación en otros medios) puede influir sobre la opinión de las audiencias hasta el punto de orientarlas en uno u otro sentido de la elección política. Es un error: en ese tipo de programas no hay verdad y tampoco mayor incidencia sobre las conductas sociales. Es un espacio lúdico, no más que eso. 

Exactamente cinco años atrás, este ombudsman analizaba la mediática detención de Amado Boudou como parte de un show, que ensució un proceso judicial que concluyó con la condena del ex vicepresidente. Recordarán los lectores que Boudou fue preso ante las cámaras montadas de manera poco inocente. Hacía entonces en mi columna un paralelo con una película filmada en 1998 por Peter Weir, con Jim Carrey como protagonista: The Truman Show (una vida en directo), vista en la Argentina con el subtítulo “Historia de una vida”. Traigo de la memoria mi texto de entonces: en el film, “era construida desde su nacimiento una vida ficticia para Truman (juego verbal con “true man”, hombre verdadero) Burbank. Las cámaras omnipresentes de la televisión siguieron durante treinta años al personaje, armándole esa vida mentirosa, guionada y consumida por millones de televidentes. Cristof (EdHarris) es el titiritero que maneja los hilos de esa irrealidad armada, que llega a su fin cuando Truman Burbank descubre la impostura y juega la única carta posible para liberarse de su cárcel de oro impuesta por la televisión y seguida casi con angustia por el público: puesto frente a la puerta que separa el mundo fantástico en el que Cristof y sus mandantes lo instalaron, el protagonista se niega a seguir sosteniendo su dramática ficción y se despide así de esa, su no-vida:  “Por si no nos vemos –dice-, buenos días, buenas tardes, buenas noches”.

¿Por qué establecí tal paralelo? Porque la televisión suele tensar la interpretación de las vidas de personajes reales o ficticios hasta ponerlos al límite del quiebre entre verdad y mentira (o entre realidad y ficción). Que los dichos de uno de los jugadores de la casa haya motivado la reacción pública del Presidente de la Nación por vía de su vocera, parece más un recurso del guión que lo expuesto por la vocera en redes sociales y en apariciones púbicas. 

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Decía este ombudsman en la columna de noviembre de 2017: “En su tratado sobre el Libro IV de la Metafísica de Aristóteles, escribió el filósofo español Patricio de Azcárate y del Corral a mediados del siglo XIX: ‘Si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es preciso que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan diferente los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones, consideramos que están en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así sucede, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, tienen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse, todas igualmente dirán la verdad’. Y agregaba mi texto: “Es lo que el propio Aristóteles analizó como verdad y apariencia, un  juego de opuestos que desvela a los pensadores desde aquellos tiempos griegos hasta hoy mismo (…). ‘No hay hechos, sólo interpretaciones’, escribió Friedrich Nietsche”. 

Recomiendo a los lectores de PERFIL no caer en el simplismo de entender la realidad ficcionada de un reality show como cercana a la verdad.