Este domingo vuelven a las urnas 147,9 millones de brasileños. Es la primera elección en todo el país después del triunfo de Jair Bolsonaro en 2018. Y a pesar de tratarse de la renovación de intendentes en 5.569 municipios, y de los concejales de las cámaras municipales, estos constituyen los únicos comicios de medio término; de modo que servirán para anticipar las tendencias del electorado en las presidenciales de 2022.
Es un escenario políticamente fragmentado; con multiplicidad de agrupaciones. Los líderes de las diversas siglas pusieron todas las fichas en las capitales estaduales y en los centros urbanos de más de 200 mil votantes, en total 43 ciudades. Triunfar en estas urbes anticiparía la posibilidad de estar, dentro de dos años, en el podio de los ganadores cuando se jueguen la presidencia del país, los gobiernos de los estados, y los diputados y senadores del Congreso.
Esta campaña electoral lleve el sello de la pandemia, con cifras poco alentadoras: más de 165 mil muertes y 5,8 millones de infectados en todo el país. Peor aun, estas dos últimas semanas, nueve capitales atestiguan un avance del Coronavirus. Es el caso de San Pablo, donde las curvas de contagios y fallecimientos habían caído en forma pronunciada, y ahora registran un crecimiento que puede provocar el colapso en hospitales públicos y privados. En este contexto, en los que la expansión del Coronavirus hace temer una segunda ola, se le suma un nivel record de desempleo, del 13,48%, y el largo tiempo que demora un empleado en conseguir un trabajo de reemplazo. Este drama nacional es el eje de las polémicas en las disputas trabadas por los postulantes a los cargos.
Así como en 2016 fue la plaga de la antipolítica, que continuaría desparramándose en 2018, los comicios de este domingo tendrán como común denominador las pérdidas de vidas y empleos y las perspectivas poco alentadoras para 2021. Las últimas encuestas revelan un caída de Bolsonaro desde el pedestal alcanzado en septiembre, cuando su popularidad llegó a 39%. En San Pablo, el rechazo subió a 50% y la aprobación cayó a 23%. En Río de Janeiro, el declive fue considerable: pasó de 34% de aprobación a tan solo 28%.
En ambas ciudades, que juntas suman más de 18 millones de habitantes, los candidatos apoyados por el presidente brasileño: el carioca Marcelo Crivella y el paulistano Celso Russomano (los dos del partido Republicano) corren el riesgo de no entrar, siquiera, en la segunda vuelta.
El caso de Russomano es un ejemplo sintomático. El diputado comenzó la campaña con un favoritismo más alto que Bruno Covas (actual intendente del PSDBl). Pero su candidatura se derritió: del 29% de apoyo cayó a 14%. Covas lo sobrepasó de lejos: tiene 32% ; y el segundo, Guilherme Boulos, un filósofo y sociólogo del izquierdista Partido Socialismo y Libertad, ya lo superó con 16% de las intenciones de voto.
En cuanto a Crivella, el alcalde de Río se encuentra bien atrás de su competidor Eduardo Paes (del partido Demócratas). El obispo evangélico, hombre de Bolsonaro, no supera 15% de apoyo. Hace 4 años, a esta altura tenía 35%. Pero ahora también la centroizquierda va atomizada como nunca. Candidatos de partidos que en su momento eran afines, como el PT, el PCdoB y el Psol, traban batallas entre sí para conquistar el electorado progresista.
Las fuerzas centroizquierdistas se medirán especialmente en San Pablo, donde el PT lleva un candidato propio que no ha logrado despegar (apenas 6% de los votos). Con todo, los politólogos como Antonio Lavareda afirman que el partido de Lula da Silva debe recuperar terreno con relación a 2016, cuando se encontró en medio de la depresión provocada por el impeachment de la ex presidenta Dilma Rousseff. En cuanto al centrista PSDB, que fundó Fernando Henrique Cardoso, tampoco pasa por el mejor momento. Tendrá 25% menos de candidatos que em 2016. Y eso es reflejo de la disminución de fuerza en el Congreso en las presidenciales de 2018, cuando perdió 25 parlamentarios.
*Periodista. Autora de Brasil 7 días. Desde San Pablo.