A pesar del dicho persa: “… la mitad de la alegría reside en hablar de ella”, hoy son pesares los que soliviantan las lenguas en Irán. Y quien dice Irán, dice Estados Unidos, Israel, Rusia, Siria. Por diferentes motivos: censuras y aprobaciones, en dosis imperfectas.
No se trata sólo de los problemas económicos por los que pasa la República Islámica. Su presidente, Mahmoud Ahmadinejad, probó resolver el flagelo de la inflación, el injusto reparto de los subsidios, el bajo valor de la moneda y el brete energético con bálsamos islamistas conservadores, sin haberlo logrado. Le queda el vulgar remedio occidental de echarle la culpa en persa a la crisis mundial, pero allí no terminarían sus preocupaciones.
A partir de los comicios del 12 de junio en los que se impuso con cuestionamientos, todos han sido contratiempos. Aunque el Consejo de Guardianes (máxima autoridad electoral) convalidó su triunfo ante Mir Hussein Mussavi y el ayatolá Alí Khamenei (líder supremo del país) lo apoyó respecto de la victoria, los disturbios del arco opositor se multiplicaron. La represión causó al menos 20 muertos.
A las 19.05 del 20 de junio, en la avenida Kargar, en la esquina donde cruzan las calles Khosravi y Salehi, Teherán, Neda Agha-Soltan –una estudiante de 26 años– convirtió su muerte a manos de esbirros pro-gubernamentales, con la simultaneidad de Internet mediante, en el símbolo mundial más trágico de las protestas.
Ni la movilización contestataria ni la reacción de las milicias del Basij y la Policía han cesado. Barack Obama advirtió a Irán que su comportamiento lesionará el diálogo con Washington. Posición costosa en términos de política exterior, porque implica un retroceso en el avance de un diálogo parsimonioso, que se agravaría si fuese cierto que Ahmadinejad dispuso de asesores rusos en su lucha para aplacar la gastritis poselectoral.
Durante las plegarias del viernes 17 de julio en la Universidad de Teherán, el ex presidente y sponsor de Mussavi, Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, se proclamó como el verdadero heredero de la Revolución Islámica y acusó a Khamenei de violar los principios al aceptar el triunfo de Ahmadinejad. Afuera, los partidarios del presidente gritaban “¡Muera América!”, y sus rivales “¡Muera Rusia!”. El carácter clásico de la primera imprecación releva de tener que explicarla, pero lo segundo exige algún prolegómeno.
El binomio “Khamenei-Ahmadinejad” puede ser caracterizado como conservador ortodoxo; Occidente suele adjetivar al dúo “Rafsanjani-Mussavi” como reformistas partidarios del “diálogo cuidadoso” con el Oeste. En un texto inolvidable, nuestro Albino Gómez recuerda algunas respuestas del “reformista” Rafsanjani cuando lo entrevistó en agosto de 1980: las dificultades internas de Irán se terminarían con la presencia en el nuevo gabinete de la gente joven de la revolución, le confió.
Dijo que él había estado detenido en las prisiones del sha y había sido torturado por los agentes de la Savak, que estaba supervisada por expertos norteamericanos. Para terminar, se preguntó qué era lo que Occidente denominaba derecho internacional, para contestarse con algunos interrogantes retóricos: “¿La ocupación de Jerusalén? ¿O la ausencia de un Estado palestino?”. Entre Albino Gómez y Rafsanjani no faltó el diálogo, pero sí entre Argentina e Irán: los pedidos de captura de ocho ex funcionarios iraníes, entre ellos el ex presidente Rafsanjani, como presuntos responsables por la voladura de la AMIA, jamás fueron respondidos por Teherán.
¿Por qué razón la muchedumbre anti Ahmadinejad voceaba: “¡Muera Rusia!”? El analista George Friedman sostiene que Ahmadinejad teme que los Estados Unidos estén planeando una “revolución de colores”. La expresión remite a una serie de revueltas, notoriamente la de Ucrania en 2004, llamada la “revolución naranja” (por el tono elegido para enseñas y hasta prendas de vestir), que culminó con la instauración de un régimen pro norteamericano y pro NATO, al que los mullahs (clérigos chiíes) iraníes llaman gobierno títere. Previendo que los Estados Unidos estén apoyando los disturbios alrededor de Mussavi, Ahmadinejad adoptó la posición rusa con todos los repuestos incluidos, y de allí las imprecaciones de sus adversarios el 17 de julio.
En momentos en que Ahmadinejad se encontraba bajo una creciente presión de sus sponsors fundamentalistas para poner fin a las protestas sociales, tuvo la ocurrencia de proponer como primer vicepresidente (son doce en total) a su consuegro Esfandiar Rahim Mashaei, “uno de los más grandes favores que Dios me dio”. Pocos pensaron lo mismo. El diputado conservador Hamid Rasaei bramó contra la nominación. Dariush Ghanbari la consideró “una declaración de guerra contra el Parlamento”, porque Mashaei había absuelto a Israel en el pasado y porque el presidente iraní había prometido una ronda de consultas. El líder de la asociación fundamentalista de estudiantes fue más allá: “Le propondremos nuestros propios lineamientos respecto del gabinete”. Khamenei, quien tiene la última palabra en asuntos de Estado en Irán, rechazó la nominación. Luego de algunas jornadas de extrema tensión, el viernes 24 de julio Ahmadinejad dio marcha atrás. Grietas nada más, entre su vida y la de sus patrocinadores.
Las recientes y ostentosas maniobras israelíes con submarinos y corbetas desplazándose por el canal de Suez y el mar Rojo han sido una magnífica noticia para los sectores más recalcitrantes del republicanismo norteamericano, lo mismo que el anuncio de que el ministro de Defensa Robert Gates visitará Tel Aviv en dos semanas. La elite clerical de Irán no quiere la guerra, y Estados Unidos sabe que el desarrollo nuclear del país no es aún una amenaza, pero siempre existe la tentación de los que gobiernan de encontrar una amenaza exterior presunta para sofocar las interiores ciertas.
Un dicho persa sostiene que “... es en lo más estrecho del desfiladero donde comienza el valle”. Más que palabras de aliento para Ahmadinejad, parece un vaticinio respecto del futuro de la Revolución Islámica como se la conoce. En el mientras tanto, los decisores no deberían olvidar que si se resfría Ahmadinejad, van a estornudar Obama, el primer ministro de Israel, Netanyahu, Medvedev, y siguen las firmas. A fin de cuentas, si alguien sabe de años es el pueblo persa. Occidente debería saber de aprender a no repetir errores.