La guerra contra Ucrania ha llevado al mundo académico a reflotar categorías clásicas de pensamiento. A su vez, pocos pronósticos han acertado los acontecimientos de la historia reciente. La idea de un mundo con enfrentamientos en el ciberespacio y basada solamente en la competencia económico-financiera quedó para un futuro incierto. La esencia del hombre en su expresión bélica primitiva ha resurgido: territorios, hidrocarburos, gas y alimentos.
En un texto olvidado de Parmalee Prentice El Hambre en la Historia, aparecen conceptos interesantes para entender el título de la revista The Economist “La catástrofe alimentaria que se avecina”.
El libro citado hace un interesante análisis sobre lo que algunos historiadores denominan “la derrota sobre el hambre”. Para muchos de ellos, fue la Revolución Industrial y la consolidación de un sistema de reglas de libre mercado las que permitieron generar alimentos para amplias mayorías. Por cierto, este análisis se focaliza en Europa y dentro de ella, en ciertos sectores que concentraron la forma de producir y lo producido.
El resto del mundo y el interior de mucho de esos países, se mantuvieron sin acceso a lo mínimo para sobrevivir durante años. Cuando la producción se masificó, la estructura centro- periferia de asimetría sistémica generó un sistema mundo muy claro: países productores de materias primas y países industrializados. Los primeros quedaron en el subdesarrollo y los segundos pudieron dominar sus economías y las del resto del mundo. El sueño del modelo agroexportador eterno, es desmentido por la lógica y la historia económica internacional.
Uno de esos países desarrollados como Rusia, ha decidido consolidar su esfera de influencia sobre una de las zonas del planeta que genera el equilibrio y la seguridad alimentaria global.
A los muertos y heridos por misiles se le sumarán aquellos por falta de alimentos
Esta guerra, como hemos mencionado precedentemente, no es sólo contra Occidente, sino que es contra toda la civilización humana en tanto se está afectando el sistema mundial de producción de alimentos. Este mundo debilitado por la pandemia y en medio de una reconfiguración de los equilibrios del poder, lo hace aún más vulnerable. Según la revista citada, el planeta se encamina hacía una hambruna generalizada. El campo de batalla en términos alimentarios es el planeta entero. A los muertos y heridos por misiles y bombas se le sumarán aquellos por falta de alimentos.
Las economías empiezan a sentir el descalabro macroeconómico de la inflación: solamente los precios del trigo aumentaron 53% desde principios del conflicto y siguen en ascenso.
La guerra tiene lugar en una región que provee a la humanidad el 15% del maíz que se consume; un 29% de la cebada; un 28% del trigo y entre un 75 y un 80% del aceite de girasol. Ambos países suministran el 12% de las calorías comercializadas mundialmente. Estas calorías alimentan a más de 400 millones de personas.
Solamente unas pocas palabras de la ONU se expresaron en la voz de su secretario general António Guterres, quien manifestó: “Los próximos meses amenazan el espectro de una escasez mundial de alimentos que podría durar años”. El Consejo de Seguridad que debe velar por el nombre que le adjudicaron luego de la Segunda Guerra Mundial, aún no ha problematizado el tema en la gravedad que se merece. Las consecuencias desatadas, ya se sienten en los países más débiles –como siempre, aquellos del Sur Global–. Las consecuencias, en palabras del editorial de la revista será: “cientos de millones de personas más podrían caer en la pobreza” y “los niños sufrirán retrasos en el crecimiento y la gente morirá de hambre”.
Un nuevo triángulo de poder concentrado se fortalece: el complejo militar-farmacéutico y agroalimentario. Sus acciones crecen, pero los beneficios que generan para sus accionistas generan un mundo al borde del caos. Los Estados que se empoderaron durante el covid-19 aún no encuentran la forma de detener las consecuencias de la guerra no calculadas en costos humanos.
Ya lo mencionaba Giovanni Battista Segni en “Carestia e Fame” en 1602: “Ningún hombre puede ser tan perverso e inhumano que cuando vea languidecer a otros hombres en las calles, cayéndose de hambre, no sienta dolor en su corazón”..
*Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales.
Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires.