COLUMNISTAS
Asuntos internos

Gutenberg tuvo la culpa

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

Todo aquel que se aproximó alguna vez al inglés tuvo la misma impresión; quienes llegaron a dominar la lengua lo olvidaron, pero quienes quedaron en el umbral y aún luchan por entrar en la casa más poblada del mundo siguen sintiendo lo mismo: la pronunciación del inglés es demasiado irregular, muchas palabras que se escriben de manera casi idéntica suenan (o deberían sonar) de manera completamente diferente. Esa falta de lógica deja de ser tal cuando se la estudia mucho porque, como ocurre con las series de televisión, no es que gracias a insistir en una que empieza mal uno puede disfrutar de un desarrollo que poco a poco mejora, sino que simplemente a lo malo uno se acostumbra. 

La revista digital australiana Aeon publica un ensayo de la lingüista americana Arika Okrent, en el que explica cómo el inglés llegó a ser tan deforme –en relación con la lengua escrita, se entiende: ahora solo nos falta que también se sientan agraviadas las lenguas–. Según Okrent, en una tarde uno puede aproximarse a las reglas de pronunciación de cualquier lengua, “pero la complejidad del inglés juega en otro campeonato”. Lo que hace al inglés tan incoherente radica en sus orígenes: el inglés tal como lo conocemos hoy desciende directamente de la lengua germánica, que hablaban las tribus anglosajonas que habitaban en Gran Bretaña en el siglo V d.C. Tres siglos después llegaron los vikingos con su lengua norrena, o sea el antiguo nórdico. Luego, en 1066, desde Francia llegaron los normandos, que, como es fácil imaginar, hablaban el francés. En los siglos sucesivos, el inglés siguió mezclándose con elementos orales de otras culturas, como la celta y la latina, sin un programa y sin control, que es como generalmente funciona la lengua entre los hablantes.

Sin embargo, dice Okrent, esta razón no basta para hacer del inglés el conglomerado de incoherencias que es hoy, y pone como ejemplo otras lenguas europeas que a lo largo de los siglos sufrieron constantes contaminaciones y, a pesar de ello, terminaron teniendo reglas ortográficas coherentes. Lo que contribuyó a hacer del inglés lo que es fue la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, momento en que el inglés estaba viviendo un vacío normativo entre la lengua hablada y la escrita. 

Según Okrent, cuando el inglés empezó a adoptar el alfabeto latino (es decir a partir del siglo VII), la pronunciación de las palabras no difería mucho de cómo se escribían. Hasta la invasión normanda, lo que se hablaba en Gran Bretaña era un inglés más o menos uniforme, pero en los tres siglos sucesivos todo se desbarrancó. Como los normandos hablaban francés, establecieron la suya como lengua oficial, mientras que para la Iglesia la lengua oficial seguía siendo el latín. Esto hizo que el inglés permaneciera vivo solo entre la gente común, y ya se sabe que la cotidianeidad destruye todo, hasta las lenguas (aunque en el caso de las lenguas destruirlas es también un modo de mantenerlas vivas). De modo que cuando, tres siglos después, comenzó a reemerger como lengua escrita, el uso la había modificado por completo. 

Y luego vino la imprenta. Y como no existía un estándar de transcripción, un diccionario en el que poder evacuar las consultas, esa transcripción quedó en manos de los tipógrafos, que, pobres, hacían lo que podían. Esa es la razón por la que la transcripción de ciertas palabras parece determinada por la casualidad: porque fue casual. Sin la imprenta de Gutenberg nada de eso habría ocurrido.