El habla contemporánea está, más que atravesada, construida por el habla de los medios y las redes: una mezcla de exasperaciones, reclamos, demandas, acusaciones sobre temas diversos y cambiantes, acerca de los que solo un mínimo de distancia permite percibir como un pegoteado rumor de monotonía abismal. La lógica de los medios es la del pájaro carpintero (a quien en nuestra infancia, alimentada por los dibujitos animados, llamábamos pájaro loco): abordar un tema cualquiera –una muerte, un secuestro, un accidente, una renuncia, una denuncia, una conspiración, un bombardeo, una invasión– y picotear allí, enloquecidamente, presentando, el hablante o el escribiente, la figura exaltada del profeta dueño de una verdad. Ahora bien, como el giróscopo de los temas muta cada día o cada hora, la verdad se vuelve también cambiante, por lo que la creencia del espectador o lector de los medios muta también, en ese mismo vértigo. Para evitarlo, buscamos una tabla de salvación en medio de la tormenta y terminamos aferrándonos a la cara televisiva, la voz radial o la firma del medio que preferimos leer. Sospechamos que no hay, en el fondo, verdad o esencia, y nos adherimos a las formas variables de una representación.
Por cierto, a la política le caben las generales del párrafo anterior, porque más allá de las especificidades de su propia práctica, los políticos consisten, en tanto figuras de esos medios, en una dinámica en la que tanto los alimentan como viven –existen o se perpetúan– de ellos. Una anécdota de nuestra protohistoria: Carlos Menem, recién salido de la prisión, se dejó fotografiar corriendo hacia las orillas de una playa marplatense, tomadito de las manos de dos vedettes. Era para una producción de una revista de la época (olitas, malla, bikini, risitas fingidas). Un periodista amigo le preguntó para qué se sometió a semejante bochorno. Menem le contestó: “Soy un político provinciano, para existir tengo que ser visto”.
Qué pena. Justo cuando iba a abordar el delicado tema del influjo de los imperativos del presente fijando la agenda de buena parte de la literatura actual, me quedé sin espacio.