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desatinos K

Hacerse odiar

Del maltrato oficial no se salvan ni Tinelli ni Caló ni Capitanich. Se derrumba Boudou.

CHAU, CHAU, CHAU, CHAUUUUUU
| PABLO TEMES

No hubo sorpresas. Cuando el fiscal Jorge Di Lello le elevó al juez federal Ariel Lijo el pedido para que citara a declaración indagatoria a Amado Boudou por el caso del escandaloso levantamiento de la quiebra de la ex Ciccone Calcográfica, nadie se sorprendió. Las evidencias que comprometen al vicepresidente son tantas y tan contundentes que hacía rato que se sabía que esto iba a ocurrir. Las respuestas de Boudou fueron las obvias: decir que él no tenía nada que ver y echarles la culpa a los otros. En este caso, los otros son Ricardo Echegaray y la AFIP. La situación del vicepresidente es cada vez más complicada. Salvo Cristina Fernández de Kirchner, en el Gobierno no lo quiere nadie. Eso quedó reflejado en el escasísimo número de voces que salieron a apoyarlo. Por ello, la jefa de Estado tuvo que dar la orden para que fuera defendido. “A Cristina no le queda otra; ella lo eligió sin consultar a nadie”, señalaba en la tarde del viernes un legislador oficialista que desde un principio se atrevió a despotricar contra aquella decisión presidencial.

El viernes, el vicepresidente generó un aspaviento mediático con su sorpresiva aparición en los tribunales de Comodoro Py, algo planificado por la cantera de “genios” que lo asesoran. “En vez de subir directo al despacho del juez, pasó por mesa de entradas. Fue para la foto. La conversación con el magistrado fue muy tensa”, revela una fuente que sabe al detalle lo que pasó allí. El juez Lijo, que va a tomarse todo el tiempo necesario para consolidar las pruebas que ya tiene en abundancia y determinar las medidas procesales correspondientes, fue duro con Boudou, al que le echó en cara el show que montó. Uno de los efectos colaterales de la delicada situación en la que ha quedado el vicepresidente es la incógnita acerca de sobre quién recaerá el dedo de Fernández de Kirchner a fin de designar al presidente provisional del Senado, la tercera autoridad en el orden sucesorio del país.

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Como venimos diciendo, es éste un momento particularmente difícil en la vida personal y política de la Presidenta. Hay en ella un comportamiento ilógico y de características autodestructivas. ¿Cómo interpretar, si no, el maltrato público a Antonio Caló, un aliado esforzado, en el “Aló Presidenta” del miércoles? ¿Cómo interpretar, si no, lo sucedido con Marcelo Tinelli, a quien pasó de recibir con un beso en la Casa Rosada a despedirlo por tuit y a vapulearlo a través de Hebe de Bonafini, en medio de la pantomima en la que quedó transformado el Fútbol para Todos? ¿Cómo interpretar, si no, la pulverización de la figura de Jorge Capitanich, a quien en sus escasos tres meses como jefe de Gabinete no dudó en dejar expuesto al duro trance de la desautorización casi permanente?

El gran error de Capitanich fue creer que él iba a ser un jefe de Gabinete con poder para cumplir con las atribuciones de su cargo y que, con sus iniciativas, iba a modificar la concepción absolutista de gobernar que tiene la Presidenta. Se equivocó. Fernández de Kirchner quiere que su jefe de Gabinete sea, en realidad, un secretario de lujo carente de iniciativas propias y limitado a acatar sus órdenes. Capitanich se creyó otra cosa y cometió así un grueso error de apreciación. Supuso que iba a poder con La Cámpora y se equivocó. No se dio cuenta de que La Cámpora es Máximo, es decir, Cristina. Algún día, cuando todo esto sea ya historia, el actual jefe de Gabinete contará por qué consintió desempeñar el triste papel que, por ejemplo, ha terminado de transformar sus conferencias de prensa en una caricatura.

La orden impartida a los bancos para que se desprendieran de un porcentaje significativo de sus reservas en dólares ha aquietado las procelosas aguas del mercado cambiario y le ha dado al Gobierno oxígeno a la espera de los dólares provenientes de la liquidación de la cosecha que entrarán entre marzo y abril. Se vio ahí la mano del presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega. El problema es que las medidas para atacar las causas de la inflación siguen ausentes. Así, pues, la conflictividad por la puja salarial en las próximas paritarias será inevitable. El pedido de los docentes para llevar el salario mínimo a 5.500 pesos ya fue rechazado de cuajo por el Gobierno. La presión de las bases se hace sentir cada vez más. Los “precios cuidados” son una cortina de humo. Los supermercados adheridos tienen dificultades para cumplir con el acuerdo. Además, hay que tener en cuenta que la mayoría de la gente no compra en esas cadenas sino en comercios de barrio, en los que los aumentos se sienten fuertemente y sobre los cuales es materialmente imposible un control sistemático.

El enojo de ministros, legisladores y gobernadores peronistas con Axel Kicillof va en aumento. A muchos les preocupa no sólo el presente, sino también el futuro, ya que comienzan a entrever el daño que la actual situación podría tener sobre sus carreras políticas.

La Presidenta ha decidido recostarse definitivamente sobre La Cámpora. La agrupación se ha constituido en su albacea política. Al actuar así, Fernández de Kirchner ha acentuado el perfil sectario de su gobierno. En los “Aló Presidenta” les habla casi exclusivamente a sus militantes que copan el ámbito del acto, que ahora tiene un agregado: el patio. En el discurso de la jefa de Estado, los únicos buenos son los que están allí. Todos los demás son la encarnación viva del mal. El copamiento que La Cámpora está llevando adelante en todos los estamentos del Estado es incesante. Las denuncias de tres ex empleadas de la Cancillería ilustran, además, sobre las formas que impone la agrupación, en las que abundan el sectarismo, el autoritarismo, el pensamiento único y los malos tratos. Lo grave es que la Presidenta convalida todo eso.
Dijo el barón de Montesquieu: “Cuando se busca tanto el modo de hacerse temer, se encuentra siempre primero el de hacerse odiar”.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.