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Elecciones

Hacia un gobierno de ideas

Hace falta un nuevo proceso político, que no vendrá de la mentada grieta.

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En su editorial del domingo 10 de febrero, bajo el sugestivo título de “Sabio o líder”, Jorge Fontevecchia repuso una esperanza: que en las próximas elecciones presidenciales alguien –en este caso Roberto Lavagna– exprese el venerable proyecto de un gobierno de ideas. En uno de sus párrafos más significativos, se lee: “Construir un gobierno de ideas, lo contrario a Macri (no hay otra alternativa que el ajuste) y a Cristina (no hay otra alternativa que el control de la economía por parte del Estado)”. He aquí el desplazamiento fundamental: la grieta que valdría sería, en términos electorales, entre liderazgos sin ideas y un proyecto político en el que sean las ideas las que lideren.

Cabe recordar lo que escribiera con agudeza Lichtenberg: “Lo que importa no son las ideas, sino lo que estas hacen con los hombres” (hoy más correctamente diríamos con las personas). ¿Pero dónde, de qué forma, las ideas inciden en nuestra vida? Aunque no estén hechas solo de palabras, las ideas viven sin duda en el lenguaje. ¿Pero qué ocurre si el lenguaje mismo, sea en su dimensión social originaria o en su provincia política, se encuentra desquiciado o en estado de avanzada necropsia?

Porque hay que ver que aquellas palabras tradicionalmente portadoras del vínculo político en la Argentina llevan actualmente en su frente una mueca de hiriente ironía: “compañeros”, “correligionarios” y “camaradas” hace mucho que no evocan ni convocan ninguna affectio societatis real. De igual forma sucede con los sustantivos que al nombrar consagraban cuerpos políticos, como “peronismo” o “radicalismo”, principalmente.

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Se dirá: “Es el lenguaje de la economía, estúpido”. De ese saber se trata, y si hay uno que el imaginario colectivo le atribuye a Lavagna, es justamente ese. Pero el saber de los economistas, después de la interminable serie de fracasos cosechados en décadas, también está vaciado de poder. En todo caso, algo más y en parte diferente se requiere para encarnar la imagen de la idea que lidere un nuevo proceso político en la Argentina.

Se acordará fácilmente que hay un espacio para ello, que lo necesitamos, que urge alcanzarlo, y que de la mentada grieta, que en términos electorales se cristaliza en la masiva polarización entre CFK y Macri, difícilmente provendrá. Si es o no Lavagna quien pueda hacernos participar como sociedad en una imagen colectiva en la que las ideas hagan algo nuevo y algo mejor con nosotros, lo dirá la historia.

Quizá la próxima elección presidencial esté todavía envuelta en lo que ya suena a viejo, casi pasado: la consigna “cambiemos”, a escasos tres años de ser proclamada, ha licuado su poder evocativo para seguir encarnando la idea de lo que nombra, pues ya no se sabe de qué cambio se habla y hacia dónde. ¿Y qué decir del kirchnerismo, que parece irremediablemente sumergido en el pasado? (Poco glorioso para una importante mayoría de los votantes, a la luz de las encuestas de opinión, chapoteando como está, cotidianamente, en los tribunales federales).

Pero la Historia no está escrita; las posibilidades para una renovación por las ideas está abierta –debemos mantenerlas abiertas–. Mas las ideas requieren de la vida del lenguaje y este muere donde no lo habita una comunidad ella misma con saludable vitalidad. ¿Conservan las antiguas palabras de la política argentina la suficiente lozanía para renacer de la mano de una transversalidad real, no consignista? (Lavagna como figura de un radical- peronismo ya ensayado en 2007). ¿O acaso hay un nuevo significado para la rápidamente envejecida “cambiemos”? Cuando lo sepamos ya será tarde, por lo que es hora de tomar nuevos riesgos en todos los espacios hasta aquí construidos, o bien para recrear las identidades perdidas, o bien para consolidar lo que esté naciendo en las palabras, en las ideas.

*Ex senador. Filósofo.