Se sabe que el ajedrez es un juego que representa una disputa medieval. Dos casas reales enfrentadas. Peones, torres, alfiles, caballos (caballería) puestos en un tablero para defender a la Casa, representada por la reina y el rey. Se sabe que los peones son muchos y rápidamente sacrificables hacia el reto mayor: lograr ventajas posicionales para sitiar (jaquear) y vencer al oponente. En algo tan sencillo como un juego de ajedrez hay un orden, un orden jerárquico.
Niveles. Pero esto no termina ahí. Slavoj Žižek en su texto “Lacan contra el complot de la CIA”, nos explica que hay todavía algo más. Con simpleza y maestría, el filósofo esloveno explica cómo funciona la realidad según Lacan en sus tres niveles: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Y para adiestrarnos en las difíciles artes lacanianas, usa precisamente el ajedrez como ejemplo para mostrar cómo opera la tríada. Las reglas que hay que seguir para jugarlo constituyen su dimensión simbólica: los movimientos de las piezas y el orden en que se mueven los jugadores (ejemplo, el alfil en diagonal, primero las piezas blancas y luego las negras) dan inteligibilidad a lo que está permitido y prohibido. Ningún jugador cuestionaría en su sano juicio estas reglas.
El campo de lo imaginario es más sencillo, las piezas tienen distintas formas y posiciones que permiten dar nombres y reconocimientos. Hay juegos de ajedrez “tuneados” que enfrentan aztecas contra españoles, pero no cambian la esencia del juego. Queda determinar lo real, que de realidad tiene poco: “Es todo el complejo conjunto de circunstancias contingentes que afectan al curso del juego: la inteligencia de los jugadores, las impredecibles intrusiones que pueden desconcertar a un jugador o directamente interrumpir el juego”, dice Žižek. La astucia de la razón.
El malestar en la cultura (nacional) La Argentina tiene una falla radical en su dimensión simbólica. Estos quiebres se deben a un sinnúmero de razones, donde las sucesivas crisis económicas tienen primacía. Conclusión: se han extraviado las reglas del juego, solo quedan vestigios.
Cuesta reconocerlas, existe un nuevo malestar para cada nueva regla, y también resistencia pasiva a su aplicación.
En este contexto, cada pieza del mapa social argentino parece cobrar autonomía, no se entiende el tablero ni quién juega primero. Se puede cortar cualquier ruta en cualquier momento o aumentar precios acordados sin ningún tipo de punición. Es un infinito sálvese quien pueda, la nueva guerra de todos contra todos. No hay que confundir el ejemplo del ajedrez con la realidad, las sociedades (y menos la argentina) no tienen las jerarquías y estratificación del Medioevo. Sin embargo, hay algo que falla en la matriz y los sucesivos gobiernos de la democracia no pudieron o no quisieron resolver este entuerto. Todo orden simbólico puede tener defectos, pero siempre es peor no tener ninguno.
Javier Milei propone con sus formas desordenadas, a veces estrambóticas, un nuevo orden simbólico. Podríamos suponer que este nuevo orden estaría basado en relaciones puras de mercado, sin reguladores ni intermediados. Todos los agentes debieran ir al mercado con lo que tienen: su capital (poco o mucho) o con lo puesto (vender su fuerza productiva). El nuevo orden simbólico repintaría las piezas del tablero.
No sabemos bien cómo sería este nuevo orden, pero podemos suponer que términos como justicia social, derechos humanos, soberanía monetaria, legislación laboral, sindicatos, banco central, fuga de capitales, etc., quedarían arrumbados para la curiosidad de los historiadores del futuro como joyas del siglo XX.
Lo que el viento devolvió. Del derecho o del revés, es claro que este nuevo orden tendría mil espacios de resistencias: parte de la dirigencia de los partidos tradicionales, corporaciones de diferente calibre, militancias de diferentes espacios, pero también personas que se sentirían avasalladas en sus derechos. Si alguien le da una mirada a la Constitución Nacional sabe que la palabra “derechos” es la estrella de la función (mirar especialmente artículos 40° y 41°). La posible “suspensión” de los derechos levanta automáticamente cierta indignación, pero nadie puede pensar que en Argentina el Estado asegure el acceso a una vivienda digna, como dice el 14° bis.
En lo operativo y coyuntural, dadas las restricciones del sistema institucional, el hipotético gobierno sería una suerte de democracia directa donde el presidente (Milei) debería llamar a una convocatoria electoral frente a la ausencia de mayorías parlamentarias para cada medida sin anuencia parlamentaria. Con respecto a la dolarización, el centro del debate hoy, es casi intrascendente frente al orden simbólico en tanto que la moneda siempre es una convención. A cierto valor convertible se puede “pintar de verde” la economía. Lo que no se puede asegurar es que aparezcan como hongos mil cuasi monedas, como sucedió al final de la convertibilidad, cuando incluso aparecieron monedas privadas, fruto del trueque. En el marco del régimen libertariano total, a las provincias exportadoras de minerales quizá les convenga acuñar su propia moneda ya que las únicas economías viables son las que pueden competir en el mundo y generar los dólares que, obviamente, Argentina no puede imprimir.
Alt-right. Se pueden pensar mil alternativas y conflictos posibles frente al avance arrollador de la derecha electoral; sin embargo, todo es a la vez impensable, porque justamente cuando cambia el orden simbólico ya no se puede tener el ancla en los modelos precedentes, así como los campesinos que vivieron cientos de años en el feudalismo no hubiesen podido imaginar el mundo capitalista de hoy.
Pero volviendo a Lacan y Žižek, el problema final no es solo de la esfera simbólica sino la viabilidad en el campo de lo real, donde operan la contingencia, el azar, las personas y el conjunto social.
Quizá si De la Rúa hubiese aguantado un año más, en 2001 se hubiese beneficiado del boom de los commodities y su caída no se hubiera producido.
Pero la historia contrafáctica es solo un ejercicio recreativo, lo importante es que la demanda de un nuevo orden simbólico está delante de nuestros ojos y eso ya genera efectos palpables.
*Sociólogo (@cfdeangelis).