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Hallan un escritor en Holanda

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La literatura holandesa no es de las más destacadas; tanto es así que ni los propios holandeses la reivindican. Tal vez se deba a que los holandeses hablan muchos idiomas pero pocos hablan el suyo. Pero ¿será cierto que en el siglo XX Holanda dio menos escritores que Uruguay?

Tal vez el escritor holandés más conocido hoy sea Cees Nooteboom, fácil de identificar por el apellido lleno de vocales y porque suele rondar el Nobel en segunda fila. Nooteboom es humanista, biempensante y escribe en una lengua rara, cualidades que lo calificarían ampliamente para el premio si no anduviera un poco falto de energía. Estas características se notan en el libro que acabo de leer. Se llama Tumbas de poetas y pensadores y es el resultado de la obsesión de Nooteboom y de su mujer, Simone Sassen, por visitar tumbas de poetas y pensadores. Recorren el mundo, él escribe, ella fotografía y así produjeron el libro, una colección de pequeños ensayos ilustrados por sepulcros. A veces él ni siquiera escribe y se limita a citar al escritor en cuestión. En ocasiones, cuando no tiene nada que decir, le cede la palabra a Alberto Manguel, que nunca tiene nada que decir. Algunos artículos son buenos, como el que habla de Mary McCarthy, de quien Nooteboom fue amigo, o los dedicados a Apollinaire y a Emmanuel Bove: en general, los textos mejoran cuando se ocupan de escritores no muy conocidos o parcialmente olvidados. En cambio, el de Borges es malo, salvo porque recopila los títulos de los diarios cuando murió (Libération: “Borges encontró la salida”). El mayor momento de humor de Tumbas es el que recoge las últimas palabras de Paul Claudel: “Doctor, ¿cree usted que habrá sido la salchicha?”.

Por otra parte, lo más deprimente de los pequeños ensayos de Nooteboom es que forman parte de ese refrito consensual, melancólico, autorreferente y museístico que la cultura vierte en los diarios semana a semana. Sin embargo, acabo de descubrir un libro que desmiente todo lo anterior: es de un holandés, tiene fotos, está en primera persona, cultiva un modo extremo de la melancolía y es excelente. Adriana Hidalgo acaba de publicar en castellano ese libro-excepción, que se llama El secreto del pasado. Su autor, Rudy Kousbroek (1929-2010), escribe en neerlandés aunque nació en Indonesia, pasó la guerra como prisionero de los japoneses y vivió casi siempre fuera de Holanda. El libro es parte de una serie de artículos periodísticos publicados bajo el título Fotosíntesis, siempre acompañados por una fotografía, que no es una ilustración sino el punto de partida para una reflexión que es siempre original y muchas veces brillante. Las fotos son anteriores a la Segunda Guerra y le sirven a Kousbroek para recordar su infancia colonial y sostener que el mundo se fue al diablo después de haber concebido objetos casi perfectos, como el dirigible. Su amor por el pasado, su erudición, su fineza y su empecinamiento (el prólogo nos informa que sus artículos contra la religión, el maoísmo, la moda y el deporte eran feroces) hacen de él lo contrario del columnista blando y domesticado que tan bien representa la prosa de Nooteboom.

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Imaginen el placer de abrir el diario y encontrar un pensamiento a contramano como era el de este hombre. Ahora que lo encontraron, quiero que sigan traduciendo a Kousbroek.