COLUMNISTAS
DERECHO A REPLICA

Hernán López Echagüe narra a Verbitsky

Por Rafael Bielsa. El excanciller desmiente la“vieja mentira” de que su designaciónfue un castigo de Néstor Kirchner.

El libro, que está escrito –como quería Onetti– con ironía y con piedad.
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En el libro El Perro (Hernán López Echagüe, Vergara, 2015), Verbitsky (Horacio, hijo del cabal novelista Bernardo) vuelve a calumniarme con una vieja mentira: el ex presidente Néstor Kirchner, convencido (por él) de que yo tenía malas intenciones, me habría borrado de un plumazo de las estanterías del Ministerio de Justicia y mandado en penitencia a la Cancillería. Como todo el mundo sabe, algo muy propio de Kirchner cuando estaba seguro de una maquinación adversa: castigar al réprobo con una recompensa.

Según el irrefutable invento de V., luego de que yo intentara salvar a los militares genocidas de su destino de mazmorra, sin éxito por su providencial intervención, el ex presidente, considerándome poco agnóstico y demasiado continuista, decidió recluirme en el gallinero del globo terráqueo, reemplazándome ante Themis por los doctores Gustavo Beliz, Norberto Quantin y José María Campagnoli. Me lo tenía merecido; lo bien que hizo.

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Dado que López Echagüe –en todo su derecho– no me consultó, y a pesar de que refuté públicamente esa paparruchada decenas de veces (tantas como HV la meneó, abusando del lema “miente con terquedad, que algo queda”), si alguien quisiera poner negro sobre blanco en la materia podría sencillamente consultar a personas que participaron en la decisión, cercanas a mis afectos –como Eduardo Valdés– o que hace probablemente una decena de años que no veo –como Alberto Fernández–.

Esto que Verbitsky me depara puede predicarse de gran parte de sus últimos hallazgos, entre los que se advierte que el hábito de la primera clase en los aviones transoceánicos –pagado por arcas ajenas– lo ha narcotizado al punto del barbarismo léxico: escribe “sector automotriz” (P/12, 08/12/13; es “automotor”); o “el cerebro gris de la movida” (P/12, 15/02/15; es “la eminencia gris”). A veces, salta sin escalas al esperpento metafórico: “con callejuelas medioevales pero de hasta cinco pisos de altura” (P/12, 02/03/14), verdadero cuadro verbal de Escher.

El libro, que está escrito –como quería Onetti– con ironía y con piedad (y que hace un esfuerzo que se nota por encontrar cierto equilibrio entre la catilinaria de tirios y las lamidas de troyanos), repasa los conocidos rasgos de quien en vida fuera periodista, entre los que destaca con luz negra y propia su exaltación por sí mismo. El inconsciente, se sabe, es el capitalista de los sueños. Esto no le era ajeno a Néstor Kirchner, quien una vez dijo delante de varias personas que el espejo es el mejor amigo del Perro (el mágico, que hablaba melosamente a la Madrastra de Blancanieves).

No sólo atribuye HV a su pobre silueta de nematelminto el carácter de “comeaños” (expresión mexicana para los ancianos que parecen más jóvenes), sino que pasea sus ojos frente al escritor con expresión teñida por un rocío melancólico, un rugido sofocado pero aún bravo, un silencio de ventisquero. Se hace el arrojado, el sencillo, el omnipresente y el omniinfluyente de los lugares de donde no conviene faltar. El relato que hace HV, un mes después de La Tablada, instalándose en el diario con vidriera a la calle, en medio de amenazas de “bombardeos” (Verbitsky literal, que le gusta ser citado), recuerda la frase: “He ahí el catre, debajo del cual el general ganó su batalla”. Uno pasa las páginas con el deseo de exclamar: “¡Qué formidable interlocutor!”; aunque, para ser precisos, pensando en  el autor del libro, si el entrevistado hubiese sido otro.

No prescinde V. de intentar ser el novio en el casamiento y el muerto en el velorio. Relatando el descubrimiento de las distintas frecuencias de onda corta que usaba la Policía para sus comunicaciones internas, habla de Walsh y de él empleando la primera persona del plural para contar que “empezamos a ver de qué modo se podía profesionalizar”. Como si en punto a genio investigativo pudiesen homologarse el Profesor Neurus de García Ferré con un “postino” que lleva mensajes de Puán a Tornquist.

Verbitsky tiene y exhibe a cada paso un interés crepuscular pero devorador por el aspecto físico de las personas, propio de los travestis entre rejas, para quienes una pinza de cejas es más importante que un teléfono celular; del talante de las ajenas, para hacer mofa, y del propio para hacer el ridículo. Ajenas: la calvicie prematura del abogado Archimbal; el peinado estrafalario del prelado Toté Arancedo; el rostizado a la cama solar de quien esto escribe; el tercer ojo glabelar del magistrado Rodríguez. De su propia apariencia: “comeaños”. López Echagüe, con pudor, lo pone en su sitio, cuando describe su triste figura actual, cerca de la portería de los octogenarios. La vida lo bendijo con la longevidad, una caridad que él jamás tuvo. A su alrededor, casi pueden leerse los carteles que anuncian: “Zona libre de generosidad”.

El Perro, de Hernán López Echagüe, es algo llevadero y cálido (el libro). Se nota que entrevistador y entrevistado se solazaron. Pero entenderse con alguien no es sinónimo de entender a alguien.

Así y todo, el libro deja muchas cosas en claro; una, esencial: la relación de HV con la verdad es la que tiene el perro con la pulga: sólo la toma en cuenta cuando le pica, pero para ahuyentarla o aplastarla patas abajo.

 

*Ex canciller.