Lo que han hecho con nosotros. Lo que hemos hecho con ellos. Siete de cada diez pibes son pobres. Mirá. Están ahí. En brazos de sus padres, o atrás, apurando el paso, empujando el carro. Hacinados en los cuartos de las casillas. Dormidos en el bondi. De ida, de regreso. En la fila del hambre, el plato vacío en la mano. Hijos, nietos, de la nada. Si sos de los que no niegan, ni repiten consignas, dogmas, veinte verdades, mirá. Están ahí.
Con las capuchas alzadas, bajo las gorras, los adolescentes se protegen de la mierda que les llueve cada día. Explicales por qué los jueces dejan libres a ladrones comprobados. Cómo es que se hacen millonarios los capos sindicales. Quién, “de la política”, era el recaudador de los millones de dólares que José López llevó al convento. Por qué no renuncian los que robaron vacunas, como Zannini, que se hizo pasar por personal de la salud. Contales cuántos de esos miles de muertos podrían estar vivos. Elegí tu culpable favorito.
Irse del país, al que hace poco más de un siglo todos querían venir, es la única ilusión que los mueve. Colgados de la luz, de la sombra, del azar, revisan basura. Sus padres, los que seguramente rogaron por ellos a curas y pastores, sobreviven como mendigos con las limosnas del poder. Bajos salarios, subsidios, planes con descuento por retornos para los punteros, bolsas de comida, donaciones, raciones calientes que acercan manos solidarias. Las pocas opciones al destino marcado implican riesgo de vida. Soldadito del narco, guardia, seguridad, sicario, falopa, fierro.
Cristina confesó ante los jueces, arrodillados para escucharla, que quiere dejar un país mejor para sus hijos y nietos. En su caso, ya podría darse el deseo por cumplido. Tal vez no puede todavía ir por todo lo que le falta, pero al menos ya les aseguró una parte en bienes materiales: hoteles, casas, departamentos, dólares en cajas de seguridad, depósitos a plazo. Todo pago con dinero propio que alguna vez fue de todos. Hay que reconocer en la recta conducta el amor a la patria. Ningún Kirchner tuvo jamás un empleo privado, ni dejó nunca de cobrar guita pública.
Sin méritos ni antecedentes, solo por ser “hijo de”, a Máximo le dieron un lugar en la lista de candidatos al Congreso. La orden debía estar escrita en el testamento de su padre. Siendo ya un boludo grande, como se dice vulgarmente, la voluntad popular administrada por su madre lo convirtió en diputado. A su vez, la voluntad de los sometidos por su madre lo nombró jefe de bloque en la Cámara. De seguir así, a la velocidad que va, es probable que el sueño lacrimógeno de su madre ante los jueces finalmente se haga realidad y todo el país sea de su propiedad.
Ser “hijo de” es un pasaporte diplomático al poder. Te dejan pasar sin revisarte el pasado, ni la valija, ni los bolsillos. Pablito quería un camioncito. Los reyes del lavado le trajeron entonces el sindicato camionero al hijo de Hugo Moyano. El niño Víctor jugaba con la escoba. Contaba chismes. Su padre sufría de solo pensar que un día lo vería manguerear la vereda a la mañana temprano. Le prohibió iniciarse desde la planta baja. A cambio, le regaló el sindicato de porteros. Ya grande, frustrado, insatisfecho, pero millonario en expensas, después de guardar la suya afuera, Víctor Santa María se dedica a comprar lo que se ofrece. Diarios, revistas, radios, periodistas, canales de televisión, clubes de fútbol, el peronismo de la Capital, lo que sea.
Siempre hay un Moreau, un Amadeo, unos Cafiero. Desde hace cuánto los “hijos de” viven del Estado. Un Mariano Recalde, hijo del ex diputado, abogado sindical-empresario Héctor Recalde, que estrelló Aerolíneas. Un Ricardito Alfonsín, a salvo de las patadas en el culo que le hubiera dado su viejo por ser todavía embajador de un gobierno que no condena las violaciones a los derechos humanos. Decenas de “Alperobichos”, hijos o parientes de señores feudales en provincias que abusan de vidas y haciendas. Si se cuenta también la servidumbre: gaterío, lameculos, portabolas, testas e inútiles en general, tal vez sumen, en total, esos tres de cada diez que según las estadísticas se salvan de ser pobres.
El pequeño país de los “hijos de”.
*Periodista.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.