COLUMNISTAS
todos locos y en manos de ellas

Histericracia

El Señor K era bastante mayor que ella y estaba casado, pero aún así (o tal vez por eso mismo) la ponía loquita. Lo sedujo, le hizo ojitos y dedicó suspiros hasta que el Señor K se le fue al humo entre unos árboles.

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El Señor K era bastante mayor que ella y estaba casado, pero aún así (o tal vez por eso mismo) la ponía loquita. Lo sedujo, le hizo ojitos y dedicó suspiros hasta que el Señor K se le fue al humo entre unos árboles. Ella rió, lloró, tembló, se desvaneció, se repuso, casi le da una piña y le dijo que no, que nada que ver, que estaba confundido. Dora pasó a la historia de la psicología universal como la histérica más famosa del mundo. Freud se ocupó del Caso Dora en Análisis fragmentario de una histeria y después Lacan, tratando de unir las piezas sueltas dejadas por el maestro, llegó a una conclusión polémica: el problema de Dorita, en realidad, era la Señora K. ¿Qué tenía la dama que ella no tuviera para atesorar a tan apuesto objeto del deseo?

La política argentina está como la pobre Dora. Llamados al diálogo que terminan a los bifes, convocatorias a la unidad nacional lanzadas con insultos, oficialistas atacando a opositores y viceversa y también a oficialistas y opositores que denuncian a otros opositores de haberse vendido al oficialismo. Todos bailan fogosas danzas alrededor del Señor K, aparente dueño de los atributos. Pero el problema termina siendo la Señora K, que es a quien se le ha encomendado que los posea.

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Hace rato que la histeria dejó de ser considerada una neurosis exclusivamente femenina. Histeria viene de hyster (útero en griego). Hasta la Edad Media se creía que el útero era un órgano móvil y que el Demonio era muy propenso a apoderarse de él, pasando a ser sus portadoras unas tremendas colifatas en potencia. Vulgarmente, suele decirse de alguien que es un histérico cuando esa persona se muestra inestable, nerviosa, iracunda, sacada, intratable.

Así anda nuestra dirigencia, histérica desde todo punto de vista. Incapaz de colocar el deseo en su justo lugar. Gataflórica. Y cada día más uterina: el hoy y el mañana del país de golpe quedó, en buena medida, en manos de mujeres.

La Señora K, es decir, Cristina Fernández de Kirchner, en su carácter de primera presidenta electa de la historia acaba de nominar a Merceditas Marcó del Pont como la primera jefa del Banco Central, cosa que ya se había hecho manteniendo a su cuñada al frente de las políticas sociales, con Nilda Garré manejando los cuarteles y con Débora Giorgi comandando las políticas industriales. (A Graciela Ocaña no la menciono porque la ex ministra de Salud siguió los pasos de Alberto Fernández, quien, como en el Caso Dora, se alejó del poder convencido de que el verdadero problema era la Señora K.)

En la vereda de enfrente, las voces de Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y Gabriela Michetti tallan en el armado electoral del panradicalismo y el macrismo, mientras acusan a Julio César Cleto Cobos de ser el más genuino histérico de este culebrón, con su “no positivo”, su “no negativo” y su qué sé yo.

Lo curioso es que cada denuncia opositora (desde el uso o no de las reservas federales hasta la aplicación o no de la Ley de Medios) acrecienta el poder arbitral y decisivo en cuestiones políticas y económicas estratégicas de la Corte Suprema, un ámbito donde dos mujeres, Carmen Argibay y Elena Highton de Nolasco, pueden acabar definiendo la votación menos pensada. O sea, dando las directivas que no puede dar la Señora K a su gusto y piacere.

Con tanta histeria estamos siguiendo las alternativas casi pugilísticas de la política en esta etapa, que hemos perdido de vista hasta qué punto aquel matriarcado que se veía venir hace unos años se fue adueñando de nuestros destinos. Todavía nadie sabe nada sobre los resultados del experimento. Es más: aun a riesgo de que el comentario sea tomado por machista, falta saber si semejante despliegue de polleras en el poder habrá sido más el resultado de incuestionables currículums que de las anárquicas amenazas del “que se vayan todos” para que se vengan todas y aquí no ha pasado nada.

Si los resultados se midieran circunstancialmente por la potencia de las construcciones políticas en marcha, dejan mucho que desear. La imagen presidencial sigue por el sótano y el Gobierno pierde un leal por semana. El Acuerdo Cívico y Social está a punto de volar por el aire. El PRO nunca llegó a enamorar.

Tal vez medidas así las cosas, resulte lógico que Argibay y Highton pasen a ser muy pronto las estrellas del momento. El prestigio de la Corte Suprema parece seguir intacto. Pero, ¿alguien quiere de veras que todas las grandes decisiones queden en manos de un engéndrico Ejecutivo Judicial?

Ahora bien, si midiéramos los resultados por las formas y los modales, sería fácil llegar a la conclusión de que, así como uno puede ser tratado de histérico sin necesidad de tener el útero bien puesto, la práctica indica que hay mujeres fálicas sin necesidad de que entremos en metáforas berretas.

Según nuestra cultura occidental y judeocristiana, Dios es varón. El poder lo es. Mujer es la Libertad, herida en la batalla, el atuendo desgarrado, un inquietante pecho al aire. Mi asesora en temas psicológicos dice que, cuando pelean, las mujeres pelean a muerte. Pues líbrennos del mal. Amén.