Mientras escribo esto me encuentro en un simpático complejo autosustentable montado en la playa misma de Bahía Creek, pequeño poblado en la costa norte del Golfo San Matías, Río Negro.
Para llegar hasta aquí tuve que remontar 75 kilómetros de ripio, a baja velocidad, desde La Lobería. La RP1 bordea el Mar Argentino, de modo que obtuve unas vistas espléndidas del entramado costero. Como mi intención es seguir hacia el sur por la orilla, debo volver sobre mis pasos, repetir la escalada y antes de llegar a Viedma, tomar la RN3. La otra posibilidad sería continuar escasos 6 kilómetros por el filo del océano, pero para eso necesito un vehículo cuatro por cuatro.
Las tres personas que me crucé hasta ahora (el chico que atiende el emprendimiento turístico donde me alojo, un policía y el dueño del único almacén) aseguran que no abrazan un turismo masivo, que de ser así se esfumaría justamente el encanto, el atractivo que magnetiza al visitante de ocasión. En el pueblito anidan un puñado de casas en lo alto del acantilado. A lo largo de la playa no hay construcciones, salvo el complejo, compuesto por seis domos amplios, un baño seco y espacio multiuso que hace las veces de bar/restorán/mirador. No hay señal de teléfono ni internet, de manera que tendré que procurar algún lugar cercano para poder enviar estas líneas.
Me estiré hasta este sitio con la intención de probar mi nuevo traje de neopreno en una porción considerable de atlántico patagónico. La experiencia no puede resultar más gratificante.
Ayer, como la temperatura del agua no estaba tan baja (11.9 grados), aproveché para hacer los primeros tramos, tantear corrientes, estirar la osamenta digamos. En definitiva nadé 5.8 kilómetros.
Suelo leer literatura que tenga como protagonista a la natación. Mis libros favoritos son Total inmersión, de Laughlin Terry y Delves John, centrado en el perfeccionamiento técnico, ejercicios de respiración y control cardíaco, combinado con disciplinas como yoga y tai chi; Why we Swim, de Bonnie Tsui, que raspa en la motivación de la especie para penetrar el lecho marino tan solo para nadar; Fitness Swiming, del gigante Emmett Hines, uno de los más experimentados entrenadores de Estados Unidos.
Hace poco compré en España 48 brazadas, de Miquel Sunyer, nadador que se enfrenta al desafío de la legendaria Triple Corona, las tres pruebas en aguas abiertas más duras del mundo: cruzar el canal de la Mancha, rodear la isla de Manhattan y atravesar el canal de Catalina, en Los Ángeles.
Antes de partir de Buenos Aires exhumé de la biblioteca el único libro que tenía a mi alcance y no había leído: Malvinas. Entre brazadas y memorias, de Agustín Barletti. Por la solapa me entero que el autor es abogado, periodista, y tiene, además de este, dos libros publicados, uno de ellos dedicado a recuperar la experiencia de unir a nado Europa y África a través del estrecho de Gibraltar.
En Malvinas... narra cómo el 9 de noviembre de 2014 logró unir en unas dos horas y con el agua a dos grados de temperatura, las dos islas Malvinas por el estrecho de San Carlos (conocido también como “el corredor de las bombas”, el lugar donde desembarcaron las tropas británicas en 1982).
Como todo material que describe este tipo de hazañas, está centrado en los preparativos más que en el momento mismo del hecho (no abunda la literatura que mantenga al cuerpo en acción): el equilibrio físico y mental previo, el trabajo en equipo, la motivación frente al fracaso, la búsqueda de sponsors, y una explicación más o menos acabada de cómo un sujeto corriente logra hacer algo extraordinario.
No lo he terminado aún, pero pinta bien. Por lo demás, me quedé sin espacio y sin tiempo. Debo atrapar señal para enviar esto a mis colegas en el diario; luego me lanzaré al próximo destino, tengo que arribar antes que cambie la marea.