La escalada del dólar no para. La caída de reservas del Banco Central, tampoco. Desde que asumió el nuevo elenco ministerial, el drenaje de la divisa estadounidense no cesa. Ya son más de mil millones en sólo quince días. Esto ha disparado las internas dentro del equipo económico. Juan Carlos Fábrega, el nuevo presidente del BCRA, tiene pocas cosas en común con Axel Kicillof, y, al paso que van, corren el riesgo de esfumarse si la sangría de las reservas no para. Los mensajes y las decisiones del nuevo ministro generan cortocircuitos hacia dentro del Gobierno y poco entusiasmo hacia afuera de él. Los empresarios, a los que les pidió colaboración, ven con escepticismo todo lo que se viene haciendo porque, en verdad, es más de lo mismo.
El Gobierno no termina de darse cuenta de que lo que enfrenta es una crisis de confianza. Los acuerdos de precios nunca funcionaron y menos en esta administración. La salida de Guillermo Moreno es, en parte, consecuencia de ese fracaso. Por lo tanto, insistir con esa receta sin abocarse a la concreción de las soluciones que requiere el problema de base –que es la inflación– no tiene sentido.
La inflación es la consecuencia de un gasto fiscal que sigue en aumento. Por eso la tendencia de los reclamos viene experimentando un paulatino crescendo difícil de frenar. El incremento de precios que se verifica en los productos de primera necesidad exime a esas demandas de mayores explicaciones.
La primera reunión entre los supermercadistas, algunos industriales y otros hombres de negocios con el flamante secretario de Comercio Interior, Augusto Costa, no despertó mayor entusiasmo. “Mejoraron las formas pero sobreviven muchas de las ocurrencias de Guillermo Moreno”, resumió uno de los asistentes al encuentro que supo frecuentar al ex secretario. La prueba concreta de ello es que el control de precios y la segmentación de productos habrán de continuar. Lo único que cambió fue que hubo un reconocimiento explícito del problema que representa la inflación. Lo increíble es que, a pesar del fracaso de las medidas impulsadas por Moreno, se haya decidido insistir con ellas. Llamó la atención, y decepcionó a los pocos que se entusiasmaron con la posibilidad de cambios reales, el hecho de que se defendieran los métodos del ex secretario, a quien se sindicaba como el principal responsable de los estrepitosos errores de la política económica oficial.
Desde el punto de vista formal, la Secretaría de Comercio Interior, aquel templo por el que durante más de cinco años peregrinaron los empresarios de todos los rubros implorando soluciones para sus penurias, ya no es lo que era. Por fuera ya no resalta el cotillón contra Clarín ni los afiches burlones dedicados a Sergio Massa. Por dentro, los comentarios de pasillo hacen foco en los nuevos inquilinos, a quienes definen como jóvenes “de ropa cara, con grandes títulos, mucho posgrado en Harvard y muy poca capacidad de gestión”.
Un empresario que conoce los pormenores del traspaso de gestión explica en detalle el porqué de la lentitud del accionar de los nuevos funcionarios, circunstancia que causó una verdadera parálisis en las autorizaciones para importar. La causa fueron los diez días interminables que pasaron entre el anuncio de la renuncia de Moreno y su concreción efectiva, el lunes 2. Al principio, el ex secretario ninguneó tanto a Kicillof como a su gente. Recién cuando terminó de digerir la enorme amargura que le produjo su cesantía, Moreno llamó a sus sucesores para que se acercaran a la Secretaría a fin de interiorizarse de su funcionamiento. Su sorpresa fue grande cuando nadie respondió a su convocatoria. En consecuencia, por el lapso de diez días esa dependencia fue tierra de nadie.
A quien se le complicaron las cosas mucho es a Amado Boudou. Los testimonios de Nicolás Ciccone, uno de los dueños de la ex Ciccone Calcográfica, y de su yerno, Guillermo Reinwick, han hundido aún más al vicepresidente que, a esta altura, desde el punto de vista político es un hombre sin futuro. Está claro que Boudou quiso quedarse con la empresa Ciccone para usufructuar el fenomenal negocio de la emisión de billetes. Contaba para ello con una situación originada en el deterioro causal y no casual de la Casa de Moneda que se ahondó durante el tiempo en que el hoy vicepresidente fue ministro de Economía. El problema para Boudou es que la jugada le salió mal. Más allá de lo que vaya a ocurrir de ahora en más con el devenir de la causa judicial, toda la maniobra está ya categóricamente demostrada.
Los saqueos ocurridos en Córdoba en la noche de terror vivida por sus habitantes durante el autoacuartelamiento policial muestran no sólo cuál es el clima social imperante en muchas zonas del país, sino también el nivel que ha alcanzado la sinrazón. Un gobernador, José Manuel de la Sota, que llamó al jefe de Gabinete de Gobierno a un número que no es el correcto y que a las 10 de la noche dijo que no a lo que doce horas después dijo que sí. ¿Cómo se entiende? Un jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, que asiste pasivo e indiferente a la penuria del pueblo de Córdoba como si esa provincia fuera un enclave perteneciente a otro país, privilegiando la interna política del peronismo por sobre las necesidades y urgencias de la ciudadanía.
A cual peor es la síntesis de tamaño desatino. A nada de esto fue ajena la Presidenta. Está claro que fue ella quien ordenó lo dicho y hecho por Capitanich. Alguien debió haber advertido, además, lo peligroso de permitir que, al prolongarse, el conflicto generase un efecto dominó en otras provincias, tal como finalmente sucedió. En una noche, el gobernador del Chaco en uso de licencia dilapidó gran parte de su capital político.
Como si fuera el túnel del tiempo, este diciembre de la así llamada “década ganada” nos devuelve imágenes de un pasado reciente que nos aleja del mañana mejor al que aspiramos todos los argentinos.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.