Cuál es la probabilidad de que Néstor Kirchner, u otro candidato oficialista, gane la elección presidencial de 2011?
Si se votase hoy, el oficialismo sería derrotado por Julio Cobos en un hipotético ballottage. Es menos claro lo que sucedería con otros contendientes. En general, otros candidatos opositores dan menos que Cobos y, excepto Scioli, no hay otro candidato oficialista con posibilidades. Esta es una descripción de lo que hoy registran las encuestas, pero no es un pronóstico. Lo que suceda dependerá de otros factores.
En primer lugar, la situación de la economía. La percepción generalizada en la población es que está mejorando y seguirá mejorando. Parece que también el Gobierno percibe eso. El kirchnerismo ya experimentó la agradable sensación del “viento a favor” años atrás y cree saber cómo manejar el timón para volver a aprovecharlo. Está por verse si extrajo las conclusiones del caso en lo relativo al aumento de la inflación y la manera de encararla. La inflación fue el principal factor que desencadenó la declinación de la popularidad de Kirchner a mediados de 2007, cuando aún el viento soplaba a favor. Tal vez el Gobierno tiene otra versión y atribuye su declive a la sucesión de distintos incidentes y procesos desafortunados que le tocó vivir, en gran parte provocados por propia decisión. En esa perspectiva, cabría esperar que morigere su estilo confrontativo y deje de fabricarse adversarios a diestra y siniestra. De hecho, eso es lo que parece estar haciendo.
Por el contrario, el enfoque actual está basado en el supuesto de que estimulando el consumo interno por todos los medios posibles se maximizarán los votos en 2011. La apuesta del Gobierno parece ser que el consumo tapa la inflación; ahora, cuánto consumo y cuánta inflación son compatibles con ese equilibrio está todavía por verse. La apuesta es riesgosa.
Hay otro factor que está jugando a favor del Gobierno: la oposición o, más propiamente, las oposiciones. Las oposiciones muestran dos flancos débiles: fragmentación y carencia de un mensaje atractivo. La fragmentación podría estar en vías de alguna resolución: el radicalismo se está reorganizando como partido y algunos dirigentes del peronismo antikirchnerista producen señales de que intentan hablar entre sí –pero por ese lado no hay ni asomos de organización.
El problema del mensaje es más grave. Las oposiciones todavía no han inventado una estrategia para tomar la iniciativa. Hoy es el Gobierno el que marca la cancha. Para los ciudadanos, el discurso prevaleciente es una sucesión de más ruidos que señales claras; para peor, lo que se entiende –cuando algo se entiende– no es muy creíble.
Los dirigentes opositores transmiten a diario que todo está muy mal; la mayoría de la gente no cree que todo está tan mal. Hablan del aislamiento creciente de la Argentina en el mundo; la gente registra que los presidentes del continente unánimemente designaron a Néstor Kirchner al frente de la Unasur. La corrupción es tema cotidiano, pero a los ojos del público no alcanza para calificar a este gobierno diferencialmente; además, ése no es un tema que define votos. El problema de las oposiciones es que no se diferencian. Los medios –a los que muchos ciudadanos han pasado a ver como actores de la oposición, tal como lo instala el Gobierno– muestran todo lo que sucede de un color monótonamente sombrío; la mayoría de la gente ve más matices.
Eso explica que un gobierno que tiene a dos tercios de la población en contra, o indiferente a su suerte, todavía pueda aspirar a ganar una elección presidencial. Los votantes no terminan de vislumbrar qué destino podría estar ligado al triunfo de algún candidato opositor. Si la economía está dejando a los argentinos dormir tranquilos, no tiene mucho sentido procurar convencerlos cada día de que están peor de lo que quieren creer. Tendría más sentido transmitirles qué pueden esperar de mejor si eligen una opción política distinta.
El mensaje de que cualquier cosa que venga será mejor que este gobierno es precisamente el mensaje que fortalece al Gobierno, porque para una gran parte de esos dos tercios de votantes potencialmente hostiles al oficialismo es un mensaje no atractivo, insustancial; es un no-mensaje.
*Rector de la Universidad
Torcuato Di Tella.