Reviso mis cajones y encuentro monedas raras, recuerdos del pasado: billetes de Proyecto Venus, patacones y Lecor (nunca supe cuál era el plural de muchas de esas monedas singulares que se emitieron para paliar el déficit de monedas de curso legal).
Ahora se lanzará un Cedín (creo que el plural debe de ser Cedines) que funcionará, grosso modo, como las cuasimonedas o las monedas imaginarias de fin de siglo, sólo que en este caso la equivalencia se establece en relación con el dólar.
Antes, en un determinado territorio, en vez de pesos circulaban patacones; ahora, en un territorio determinado, en vez de dólares se usarán Cedines de cotización flotante (determinada por el mercado, ese monstruo) para las transacciones inmobiliarias.
No me niego a la invención, y a ésta tan audaz la acepto incluso con una sonrisa divertida.
Lo que, sin embargo, me preocupa es que parece una medida desesperada, destinada a conseguir de cualquier modo y a cualquier precio lo que falta, ese bien escaso que no debemos atesorar sin culpa porque se nos dice que es, para la sociedad civil, veneno (y remedio para el Banco Central, que emitirá los Cedines contra depósito de dólares).
Nunca hice nada para boicotear la política económica del Gobierno (pago rigurosamente mis impuestos, carezco de ahorros no declarados, no viajo a Colonia para hacerme de preciosos dólares, uso medias cada vez más rotas, ni siquiera comento las medidas económicas). Pero dudo que me atreviera a comprar Cedines, aunque tuviera dólares.