Interrumpo hoy nuestra programación habitual porque está muriendo gente, no sé cuánta -escribo esto hace siglos, el martes a la noche, mientras Cristina baila y el gobierno festeja- y esas víctimas merecen al menos un gesto, aunque sea insignificante; una pausa en nuestra actividad cotidiana, que los reconozca como personas. Esta página debería estar en blanco, o ser toda negra, o contener un dibujo como el que merecía estar en el papelito doblado que los niños falsos de una comunidad ficticia le daban a De Narváez en su spot de campaña. Pero es muy difícil de organizar y prefiero no hablar con nadie en ningún diario; esta semana los quise menos que nunca. Aun estando lejos vi por Twitter cómo la realidad era cuidadosamente evaluada por los medios antes de convertirse en una variación meditada y esencialmente falsa.
De la Sota se reunió con Capitanich y salió diciendo que lo que había pasado -los saqueos- era “impensable”. Sabemos que no lo era porque lo pensamos mil veces y lo dijimos cien, a menudo en esta columna, tan a menudo que nos terminamos aburriendo; desde hace años vivimos temiendo que pase esto o algo parecido. Es notable que Carrió alucine cuando anuncia que va a pasar lo que después, cuando pasa, era impensable. Carrió, sin embargo, lo tiene que haber pensado para decirlo. Por anunciar lo impensable se la castiga antes acusándola de delirante, y después ignorando que alguna vez lo dijo.
“Si era tan evidente, si era tan previsible, ¿por qué nadie levantó la voz?” preguntó Marcelo Zlotogwiazda, exégeta del gobierno disfrazado de periodista, con su mejor cara de póker. Lo dijo en un programa cuya tanda incluye publicidad de puertas blindadas “únicas con el revolucionario sistema anti-entradera”. Todo el espectro político se agolpaba alrededor de una mesa demasiado chica para tantos y demasiado larga para lo que podían balbucear. A ninguno se le ocurrió retrucar: “¿Y a vos qué te parece razonable que pase en una sociedad que compra esas puertas como si fueran pañales?” Son tontos y son malos. Y quieren que los sigan invitando.
En su discurso ciego y sordo, poco antes de que la policía de Tucumán abriera fuego contra los damnificados que protestaban ante la gobernación, CFK dijo que los logros de su gobierno habían sido, antes, “impensables”. La coincidencia subraya una confesión común: la incapacidad de anticipar las consecuencias más evidentes. En este caso: que una sociedad con vastos sectores marginales, embrutecidos y armados no desemboca precisamente en la comunidad amish de Testigo en Peligro.
No tengo elementos para determinar si dicen la verdad. Tal vez sí lo pensaron y lo consideraban un escenario de riesgo poco probable, o un efecto colateral irrelevante, o incluso -no es impensable- una hecatombe controlada de la cual podrían extraer algún beneficio. Pero tal vez sea útil dejar escrito acá, para cuando vengan los marcianos y traten de entender lo que pasó, que esto era cualquier cosa menos impensable.
Y también, por qué no, agregar un párrafo con algunos escenarios que son “pensables” hoy, para tener un link a mano cuando vengan a decirnos que eran impensables. Por ejemplo: el gobierno aguanta pero no logra remontar su deterioro y pierde las elecciones en 2015, atomizándose después en una metástasis de grupos violentos que, si triunfan, confluyen en un liderazgo posterior aun más mesiánico. O, si fracasan, son masacrados por la encarnación más o menos explícita del peronismo de derecha que les juegue en contra. La cultura argentina más o menos racional que conocimos los que tenemos más de treinta ya mutó, ese no es un escenario del futuro. Pero no es impensable que con nuestras generaciones mueran en Argentina los últimos exponentes de esa cultura algo democrática, casi moderna. De hecho, parece estar extinguiéndose bastante rápido, esas cosas pasan. Pasó en Persia y en Mesopotamia. Le pasó a los vikingos. No es impensable.
*Escritor y cineasta.