COLUMNISTAS

Impiedad

Piedad, pide. Pide piedad. No lo hace de modo directo, pero se queja de la “impiedad” con que, refunfuña, se trata al pobre Gobierno.

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Piedad, pide. Pide piedad. No lo hace de modo directo, pero se queja de la “impiedad” con que, refunfuña, se trata al pobre Gobierno. Si habla de impiedad es porque él debe pensar que los conductores del “modelo” deberían merecer indulgencia. Lo dice y ni siquiera parece sentir algún pudor al hacerlo. El nuevo secretario de Cultura de la Nación ha sido puesto en el cargo que ocupaba José Nun porque la Presidenta cree ver en él a un cuadro preparado para librar, ahora mismo, lo que ellos llaman “la lucha ideológica”. Eso sí, advierte Jorge Coscia, él no va a andar citando al marxista italiano de la primera mitad del siglo XX, Antonio Gramsci, sino que, más apegado al terruño, blandirá los dichos nacionales y populares de otras figuras del novecientos, los argentinos Jauretche, Scalabrini Ortiz y Ramos, sus paradigmas.

Asumido como uno que viene a polemizar en serio, Coscia visitó la otra noche Le doy mi palabra, el programa de TV de Alfredo Leuco y como justo esa noche yo estaba ausente con aviso, pude ponderar lo que aconteció en el/mi programa desde el lado del televidente. La ocasión era atractiva: ver cómo y con que argumentos se defiende un “cuadro” que apoya al Gobierno, simpatiza con él y es funcionario a su servicio desde el comienzo.

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Coscia es un secretario de Cultura convencido de que les falta perspectiva a los que se sienten agraviados por el Gobierno y lo confrontan. Califica a los críticos del kirchnerismo como herederos de los golpistas de 1930 y 1955: o sea que, según él, hoy critican a los Kirchner quienes antes ya derrocaron dos gobiernos. Primera conclusión: la espesa sopa ideológica en la que se cocinó en 2008 la acusación de “destituyentes” sigue siendo hoy el nutriente predilecto de las nuevas espadas.

Que Coscia haya ido a poner la cara en un programa que no forma parte del armado mediático del oficialismo es promisorio y esperanzador. Durante años y hasta las elecciones del 28 de junio, las figuras principales del kirchnerismo han definido por su ausencia el valor que les merece quienes discrepan desde la honestidad intelectual. Para ellos no ha habido ni siquiera debate, sino pura negación identitaria. No existían. Ahora cambiaron un poco.

Haber quedado encerrados en el 30% de los votos ha sido, así, positivo para el país. Ahora, al menos, los kirchneristas vienen y tratan de formular sus puntos de vista, algo que –en cambio– sería improbable y muy arduo de lograr a la inversa en cualquiera de los numerosos eslabones que integran el combinado mediático oficial, donde la propaganda gubernamental es excluyente. Las ideas de Coscia son, empero, de una rusticidad llamativa, salpimentadas con asombrosas dosis de ignorancia.

Sin pestañear, dice –por ejemplo– que al matrimonio Ceausescu lo fusiló “el ejército ruso”, un derrape penoso en un secretario de Cultura.

Corresponde desasnar al nuevo funcionario: Nicolae Ceausescu fue el jerarca comunista que gobernó Rumania con puño de hierro, uno de los virreyes atípicos de la Cortina de Hierro, de 1967 a 1989. Dictador inescrupuloso y odiado, Ceausescu y su esposa, Elena, fueron acusados de genocidio y obsceno enriquecimiento ilegal, juzgados por una corte militar rumana y fusilados el 25 de diciembre de 1989, no por tropas rusas, sino por los soldados del regimiento de paracaidistas de élite Ionel Boeru, Dorin Cârlan y Octavian Gheorghiu, cuando el régimen ya se había desplomado y los Ceausescu huían tratando de salir de Rumania.

Error de poca monta, tal vez, o confusión suscitada por el nerviosismo que provoca la televisión, esta enfática demostración de ignorancia es un paradigma del rosario de indigestiones ideológicas que encuadran la performance del tercer secretario del área que ha trabajado para los Kirchner (el primero fue Torcuato di Tella). Este es el primero que se define taxativamente como peronista.

Los pedidos que formula Coscia ante el combate que lo aguarda son muy embarazosos: aflojen un poquito, pidió trémulo, al dirigirse a los destituyentes que conspiran contra el modelo, y citó a Charly García, que en su tema Peluca telefónica, escribe

“Córtenla, déjenos vivir en paz. Sáquenla, sáquenla un poquito, sáquenla un poquito”.

Plañidero, confuso, dolido (no se sabe bien de qué), el máximo funcionario cultural de la Nación asegura que si la clase media sigue enfrentando al gobierno de los Kirchner, después se arrepentirá. Dice que eso fue lo que le hicieron a Yrigoyen y Perón. Con tino impecable, Leuco le recordó que ambos líderes fueron derrocados por las Fuerzas Armadas en golpes de estado, eventualidad hoy inexistente y, además, imposible de que se produzca, cuestión que no despeina a Coscia, un personaje singular para quien al vicepresidente Julio Cobos está siendo “inventado” ahora por la oposición, como si su designación como candidato en 2007 por Kirchner hubiera sido, en verdad, efectuada por el ejército ruso.

Quejoso de que contra los Kirchner se está produciendo una verdadera demolición, el secretario Coscia ofrece, autocrítico, aceptar errores y fallas de su Gobierno. ¿Cuáles? No responde a la pregunta: valeroso, alega que no puede criticar al Gobierno porque hasta ahora no integraba el poder ejecutivo. ¿Y el aumento del patrimonio de los Kirchner en un 160 por ciento? La pregunta de Leuco era inevitable, pero no lo era la grosera reacción de Coscia: que lo decida la justicia.

Al final del día, el nuevo zar cultural del kirchnerismo les explica a los periodistas que su Gobierno defiende la genuina (sic) libertad de prensa y no puede sino recostarse de nuevo en un mar de lágrimas de autocompasión. Excreta: “nosotros somos los judíos ¡y nos acusan de nazis!”. ¿Será por eso que la Presidenta, a diferencia de Lula en Brasil, se negó a recibir a su paso por Buenos Aires al ministro israelí de Relaciones Exteriores?

Coscia, que pide piedad, debería memorizar otro párrafo del tema de Charly, que podría sentarle bien:

“Cuando vuelvo a mi casa temprano me tengo que tomar un litro de vino prestado que no pienso pagar”.


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