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Implacables

Por donde se lo mire, no tiene vueltas. Lo que dicen y callan es lo que piensan y ya no ocultan. Exhiben furor, desprecio, ira y despecho.

Pepe150
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Por donde se lo mire, no tiene vueltas. Lo que dicen y callan es lo que piensan y ya no ocultan. Exhiben furor, desprecio, ira y despecho.
El decisivo miércoles de la ausencia de Carlos Menem del Senado, festejada por los Kirchner como gran triunfo, el siempre hipertenso y agarrotado Miguel Angel Pichetto lo enunció sin pudor desde el canal del Gobierno. Se quejó de una presunta falta de autoestima nacional de políticos, empresarios y periodistas que admiran –dice– lo que sucede en otros países, pero no aprecian lo propio. Pichetto peroraba en la TV gubernamental sin interrupciones ni repreguntas.
En el penoso show nocturno 6, 7, 8 que la televisión “pública” tiene para defender “el modelo”, sólo hay espacio para el Gobierno, el resto no existe. Daniel Filmus y Pichetto se explayaban sin ser importunados, acompañados de otro senador, un fueguino ex ARI conchabado por el oficialismo. “Las instituciones son menos importantes que el cambio social”, decía, impunemente, otro panelista, ufanándose de ser periodista y politólogo, mientras que la única mujer de esa mesa nocturna acusaba con voz metálica a la oposición, a la que tildaba de ser sólo una confesión religiosa.
En ese marco de unanimidad blindada que caracteriza al programa emblema del más obsecuente oficialismo todo terreno, Pichetto denunció la supuesta deficiencia de autoestima que lleva a envidiar lo que, en realidad, abundaría por aquí.

Cuando en Le doy mi palabra le subrayé hace un par de semanas a Ricardo Forster, por Canal 26, ese rasgo totalitario de falta absoluta de pluralismo en la radio y la TV gubernamentales, el intelectual K me replicó, molesto: “¿Cómo decís eso, si una vez en la TV ‘pública’ la invitaron a Sandra Mihanovich para que debata conmigo?”.
Michelle Bachelet fue a la cumbre de Cancún de la semana pasada junto al presidente electo Sebastián Piñera, mientras que hace una quincena el uruguayo José Mujica se presentó en Punta del Este junto a los ex presidentes Sanguinetti y Lacalle para recibir a inversionistas potenciales en Uruguay. Son casos inimaginables en una Argentina abrumada por el monocolor excluyente del kirchnerismo. Para no hablar de los Estados Unidos.
Mientras Cristina Kirchner vive desesperada porque Barack Obama no le concede su soñada entrevista bilateral, y se presenta como logro que Hillary Clinton tal vez la salude en Montevideo, a donde viaja para la asunción de Mujica como presidente, Washington muestra la exacta contracara del pedregoso kirchnerismo argentino.
El jueves, el presidente Obama cruzó caminando la calle que separa la Casa Blanca de la Blair House, una mansión pública usada para recibir a huéspedes oficiales. Allí participó de un foro organizado por él mismo para discutir con la oposición la nueva ley de salud pública, estancada en el Congreso y a la que los gobernantes demócratas han convertido en clave de su gestión.
Obama, el vicepresidente Joe Biden y la presidente de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, se sentaron junto a unos cuarenta legisladores de ambos partidos, en una mesa en forma de o.

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El foro, de varias horas, se transmitió en vivo por televisión. Obama no habló desde un atril ni se valió de teleprompter. Ni siquiera abrió con una arenga; se limitó a pedirles a los dos partidos que abandonen sus caballitos de batalla y se involucren en una discusión real y sin libreto previo. Admitió que el foro tal vez no lograría reducir profundas diferencias filosóficas existentes entre republicanos opositores y demócratas en el poder: “No sé si ese abismo puede franquearse y puede que al final digamos ‘bueno, tenemos algunas honestas discrepancias’, pero me quiero asegurar de que esta discusión sea un debate de verdad y no sólo un intercambio de temas de conversación”, aclaró.
No le fue bien, al cabo, y al terminar el foro se evidenció que Obama y la oposición no habían logrado ponerse de acuerdo. Pero Obama lo intentó. Ambas partes se reconocieron y se legitimaron, como expresiones de un mismo país.

¿Alguien imagina a Néstor o a Cristina Kirchner en un foro con opositores como el organizado por Obama? Obama apostó a la sociedad civil y a que el pueblo norteamericano reconocerá en los demócratas mejores ideas para la cuestionada salud pública de los Estados Unidos. La oposición y el Gobierno se vieron las caras en un maratón cara a cara y a la vista del público.
No es baja autoestima lo que impulsa a muchos argentinos a suspirar de melancolía ante los ejemplos de Bachelet, Mujica y Obama, versus la estólida realidad argentina, con un gobierno visiblemente desinteresado en acordar algo con nadie. Es un impresionante contraste.
Cristina vive obsesionada por ser recibida por Obama o, en su defecto, al menos por Hillary, pero sería sencillamente incapaz de hacer aquí lo que es mera rutina para Bachelet y Mujica, aceptar que existen otras realidades, otras personas,
otras ideas.

La patética escapada de los kirchneristas del Senado ratifica que el Gobierno se ha parado en el ring dispuesto a prevalecer como sea. Si no puede superar al adversario por derecha, lo hará como esos boxeadores que cabecean para lastimar o pegan donde está prohibido. Es capaz incluso de arrojar el banquito donde descansan entre rounds. O, de última, colgarse de las sogas del cuadrilátero.
Todo vale, hasta el apoyo indescriptible del hasta ayer “innombrable” Carlos Saúl Menem. El único funcionario que jamás agravió al ex presidente, e incluso le manifestó cariño, es el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, pero Kirchner en cambio hizo cuernos con los dedos y se tocó los testículos ante las cámaras de televisión cuando el Dr. Menem juró como senador nacional en 2007.
Con una Presidenta que zamarrea a Obama (“me decepcionó”) y un oficialismo que deja sin quórum al Senado para evitar quedarse en minoría, con medios estatales convertidos en tribunas cloacales del más pedestre stalinismo, la Argentina exhibe la lúgubre y deprimente imagen de una sociedad vieja, gobernada por gente sistemáticamente enojada.