Ahí están, distendidos y disponibles. Para ellos el esfuerzo no ha concluido, apenas comienza. Pedido imposible de rechazar, IDEA me pide que lleve adelante una entrevista en público a estos hombres, ante los centenares que congrega, como cada año, su coloquio anual.
Rodolfo H. Terragno cumple 66 años el 16 de noviembre. Eduardo A. Duhalde cumplió 68 el 5 de octubre. Ambos, abogados, egresaron de la UBA. A IDEA le importa sustancialmente que en esta cita de Mar del Plata ambos hablen de cordura, acuerdos, convergencias, intereses nacionales, desactivar la beligerancia y ese veneno divisivo que intoxica a la Argentina.
Deberán decir lo suyo, pero en pocos minutos, sin peroratas ni monólogos. Son ellos, su pasado, su presente, incluso su futuro. ¿Cómo juzgarlos? ¿Cómo ser estricto, pero justo con ellos?
Experiencia casi inefable para un periodista: disponer en exclusividad de personajes a los que la coyuntura convierte en codiciables y asegurarse su disponibilidad, para preguntar sin enterrarles un micrófono en la boca ni codeando al movilero de al lado.
La platea es el mundo de las empresas, no una manada de ricachones opíparos. Hay algunos dueños, es cierto, accionistas tal vez, pero la abrumadora mayoría sólo son ejecutivos que trabajan para que sus compañías generen lucro. En este contexto expectante y receloso, advierto una electricidad asombrosa en el vasto auditorio reunido en el gran hotel desde cuyas ventanas se divisan los pocos y desvencijados buques de la encogida Armada, amarrados a lo que alguna vez fue una base naval.
Interés y desconfianza, expectativa y escepticismo cruzan a esos 800 seres (abrumadora mayoría de varones) que habrán de devorar el reportaje público e intentarán averiguar cómo viene y hacia dónde va la Argentina.
Las percepciones revelan de modo inconfundible el comienzo de un final de época. Horas antes, Daniel Scioli llegaba en su helicóptero para cumplir con su pequeño pero importante dato de diferenciación de los Kirchner: el gobernador habla con quienes están en otro lado, de manera civilizada. Verbaliza su catecismo, pero de manera afectuosa, pidiéndoles a los empresarios que no pongan “palos en la rueda” (¿al país?, ¿al Gobierno?). Scioli habla a su derecha con Terragno y a su izquierda con José Aranda, de Grupo Clarín, pero no se queda a degustar el mediocre corderito al tomillo. Se va y lo anuncia. Me rajo, dice. ¿Te vas en el avión o en el helicóptero? La pregunta de Duhalde es sencilla, aunque capciosa. Scioli remolonea y se repliega, sin alterar su cordialidad amiguera y su distancia casi mecánica ante todo lo que pueda complicarlo.
El jueves es el día reservado para el plato fuerte, cuando Duhalde, en respuesta a mi pregunta, describirá a Kirchner como un líder extorsivo, tras identificar las eras de Alfonsín y Menem como fuertes conducciones carismáticas de la Argentina. Pero cuando habla en el plano corto y usa tono de confidencia, Duhalde proclama su angustia por encontrar cuadros jóvenes que se hagan cargo. Admira en voz alta a Sergio Massa y a Juan Manuel Urtubey, y admite que anda reclutando gente. Está a la cacería de los sub-40, los que deben protagonizar la democracia del Bicentenario.
Terragno es diferente y a la vez convergente. No maquilla su angustia por el presente del país. No tenemos conciencia de la gravedad de la situación argentina, dramatiza, y suena creíble en eso. Enseguida compensa: tampoco imaginamos qué sencillo puede resultar salir de esto.
Antes, durante y después del Coloquio de IDEA, se percibe la resignada aceptación de la hegemonía brasileña. El embajador Mauro Vieira, que ha venido a escoltar al ministro de Planeamiento, Presupuesto y Gestión del presidente Lula, Paulo Bernardo Silva, me confía con serena naturalidad que en pocas semanas concluye su comisión y deja la embajada en Buenos Aires. Habla un castellano casi perfecto, apenas matizado de tonalidad brasileña. ¿Regresa a la patria? No, se hace cargo de la Embajada de Brasil en Washington y será el hombre de la superpotencia latinoamericana ante la administración de Obama. Y deja dos píldoras de pesada digestión para argentinos dispépticos: el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño tiene un presupuesto anual de 1.000 millones de dólares y mantiene embajadores ante 150 países. “Estamos comprando edificios y residencias propias en cada país”, me revela. Nunca un gobierno brasileño apoyó tanto a Itamaraty y a su mítica diplomacia. Si ellos son cinco veces más que nosotros en población, en casi todo lo estratégico nos multiplican por 10 y hasta por 15.
En el gran salón, el reportaje sube de temperatura. Duhalde se defiende, con énfasis y pasión. Pide que se recuerde lo que hizo y cómo lo hizo cuando a comienzos de 2002 se hizo cargo de la presidencia. Sensibilizado cuando le recuerdo su pasado, se proyecta, irritado, al futuro. Piensa que sería bueno que el peronismo dejara el gobierno en 2011, para que de una buena vez por todas en la Argentina plasme una alternancia madura en la que todos apunten al progreso y no al fracaso.
Terragno apela a su lenguaje pulido y a sus filosas y contundentes precisiones económicas e históricas. A la hora de preguntar, el público responde con vicios argentinos primordiales. Así, el 61% de los interrogantes del auditorio de IDEA me llegaron anónimos, sin firma. Hasta en la serenidad confortable del gran hotel junto al mar, muchos capitanes de negocios parecen preferir la tranquilidad de no dar la cara.
Terragno y Duhalde. De uno soy amigo y al otro lo entrevisto desde hace 25 años. ¿Creerles? ¿Tener expectativas? ¿Abrirles crédito? ¿Tomar sus palabras al pie de la letra? Mi tarea es preguntar, descreer, desconfiar e incluso incomodar. Pero en el espléndido atardecer oceánico concluyo que no siempre corresponde la rutina de la incredulidad patológica cuando un país resuelve dejar de hacerse daño.
Esa respiración me acompaña al irme de Mar del Plata, la tenue pero vital certeza de que es indispensable nutrir la incubación de una esperanza.
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