A apenas una semana de las elecciones, todavía quedan alrededor de 14% de indecisos. Casi la mitad decidirá su voto en algún momento de las últimas 24 horas antes de dirigirse a las urnas. Y un 6% se definirá en el cuarto oscuro. Los datos surgen de una encuesta que realizamos esta semana con D’Alessio Irol. ¿Pone esto en duda el descontado triunfo de Cambiemos a nivel nacional? ¿Algo puede torcer la suerte (o la desgracia) de CFK dentro y fuera de Buenos Aires?
El número de indecisos para estas elecciones es inferior al que había en las PASO a la misma altura. Como ocurre con los principales indicadores de opinión pública, la polarización también explica el comportamiento de los votantes: entre el 86% del electorado que se considera “totalmente decidido”, están prácticamente todos los que apoyan a Esteban Bullrich (97%) y los de Cristina (96%). Más aún, Cambiemos y Unidad Ciudadana se caracterizan por la fidelidad de sus votantes: muy pocos cambiarán su preferencia en relación al 13 de agosto pasado. La grieta se ha convertido en un prisma intenso y desalmado a partir de la cual buena parte de la Argentina lee e interpreta la realidad.
Los indecisos, entonces, son sobre todo votantes del peronismo no kirchnerista, algunos de la izquierda dura y un puñado de independientes poco o nada interesados por la cosa pública. Sergio Massa retiene dos de cada tres de los sufragios obtenidos en las PASO. Su proclamada “ancha avenida del medio” se convirtió en un callejón sin salida. Su regreso a las filas del justicialismo parece confirmado (ha venido peronizando su discurso en el último tramo de la campaña, aunque sigue mechando reivindicaciones de clase media y tratando de seducir a los jubilados). Volverá vencido a la casita de los viejos, pero con un caudal de votos nada despreciable para volver a empezar. Sobre todo, en relación a su competidor natural, Florencio Randazzo, que experimenta en relación a sus votantes un fenómeno muy similar. A propósito, el ex ministro de Interior y Transporte prefirió invertir el último fin de semana de campaña, aunque parezca curioso, en viajar al Uruguay para conseguir una foto con Mujica.
En este contexto, una amenaza no menor asoma en el horizonte de la política bonaerense: la gobernadora Vidal se dispone a reducir muy significativamente el gasto político, en particular en (y comenzando por) la Legislatura. Se trata de una de las fuentes de recursos más generosas y menos transparentes mediante las cuales se han financiado las estructuras políticas de la Provincia desde la vuelta a la democracia hasta la fecha. Esto explica la incertidumbre (¿incredulidad?) de la que son víctima muchos actores (no sólo del peronismo) que durante décadas gozaron de la protección de un sistema que puso de manifiesto la existencia de acuerdos interpartidarios muchos más profundos y duraderos de lo que la volatilidad de la política pública pareciera indicar.
Vidal no deja de sorprender: su ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, anunció en el Coloquio de IDEA una eventual reducción del impuesto a los ingresos brutos. Música para los oídos de los empresarios que, con cifras récord, abarrotaron el evento. Y tiro por elevación para el resto de los gobernadores que se disponen a debatir a partir del lunes 23 de octubre el presupuesto 2018, pero sobre todo están preocupados por la reforma tributaria y por la nueva ley de responsabilidad fiscal. Moderar la presión tributaria y mejorar la calidad del sistema impositivo (simplificándolo y eliminando los más distorsivos, como el impuesto al cheque) constituye uno de los pilares de las políticas pro competitividad que pretende impulsar el presidente Macri. Crucial para diferenciar a la Argentina de otros países de la región que ofrecen ventajas para atraer inversiones, como es el caso de Brasil y su promocionada reforma laboral.
Por su parte, la campaña de Unidad Ciudadana carece de consistencia, sobre todo de foco en el mensaje. Cristina mecha su versión “abuenada” con declaraciones duras y gestos agresivos, como los que tuvo en la inusual conferencia de prensa que dio esta semana en el Instituto Patria. La principal novedad fue la incursión puntual en el interior bonaerense, que parecía haber resignado luego de las PASO, para centrar casi todos sus esfuerzos en el Conurbano y en los medios de comunicación. Pero la mejora en los indicadores de aprobación de Cambiemos tanto en la primera como en la tercera sección electoral (fruto de la obra pública, de los créditos subsidiados y del crecimiento económico), la obligó a replantear su táctica en su último y tal vez fútil esfuerzo por sobrevivir en la política nacional. Improvisó una contra cumbre en Dolores, para diferenciarse de la simbiosis perfecta entre el Gobierno y el establishment cuando Macri cerró el Coloquio de IDEA.
Allí, la crema del sindicalismo peronista hablaba de acuerdos políticos de largo plazo, en absoluta sintonía con los principales líderes del sector privado. La enorme mayoría del peronismo la ha abandonado, disfruta de su eclipse, imagina una recomposición sin ningún legado de la era K.
Cristina los ayudó huyendo hacia el pasado, con su típica reivindicación del estatismo, el proteccionismo extremo, los subsidios inflacionarios y el consumismo como objetivo de la política económica. Así escribe la trama de su primera derrota electoral: aferrada a las ideas que la llevaron al fracaso, incapaz de una mínima autocrítica, rodeada sólo de mediocres y obsecuentes, en el tobogán de su propia encerrona trágica, alimentando la voracidad de quienes la esperan pletóricos de evidencias en su patíbulo de Comodoro Py.