Imaginamos que hablar de la pobreza no la elimina. Nadie cree en el pensamiento mágico. Pero las palabras crean sus propios escenarios e instalan ciertos problemas. Existe en la actualidad una disputa por ocupar, cada vez más espacios para adueñarse del tema. La Iglesia Católica, por tradición, habla de los pobres un par de veces por año. Tiene concedido los espacios mediáticos para trasmitir esta preocupación en las vísperas de las fiestas, en el día de San Cayetano y en acontecimientos similares. En nuestros días no sabemos si se ha agravado la pobreza respecto de otros momentos, pero sí se ha acentuado de parte de esta confesión religiosa la alarma social hasta hacerla casi diaria.
De parte de los sectores laicos esta insistencia no es menor. Hay especialistas internacionales de la pobreza que tienen armado dispositivos digitales para ser usados en interminables giras ante auditorios selectos para mostrar la realidad del hambre. Son los conferencistas que con sus poderosos power points nos muestran los gráficos y los macabros números que recuerdan que muere en el mundo un niño cada tres segundos, antes de servirse las delicias del catering contratado para el fin del evento.
Al gobierno de los Kirchner no les gusta nada que se insista en señalar la cantidad de pobres que hay en el país. Supone que esta avanzada social tiene el propósito de convencer a los próximos votantes que la política oficial ha fracasado y que el modelo no ha servido para lo que debe servir: mejorar la vida de las mayorías.
Las estadísticas varían entre un 20% a un 40% de pobres según lo calcule el Indec o los institutos privados. Las razones del aumento de la pobreza se dirime entre los que responzabilizan de la misma a la crisis financiera internacional y quienes las atribuyen a la política económica de este Gobierno. Por otra parte, están quienes afirman que se gasta mucho y mal en ayuda social y los que insisten en que deberían destinarse más fondos para este propósito.
Hoy la oposición se agrupa alrededor del tema de la pobreza y de una propuesta que los mancomuna: el ingreso ciudadano universal. Esta idea, que tiene varios años, le aseguraría a cada habitante del suelo argentino, hasta los dieciocho años, el derecho de percibir una suma de dinero por el sólo hecho de haber nacido en esta tierra. No se hacen según esta iniciativa distinciones de clase ni de posición económica. Hay una idea moral detrás de la propuesta que tiene que ver con la protección que el Estado debe dar a los hijos de su tierra que no son culpables de haber nacido en la misma y que ya no son cautivos exclusivos de la responsabilidad familiar, y hay un trasfondo político.
Existen denuncias contra el clientelismo que somete a los necesitados de ayuda a cumplir con las órdenes de punteros del poder político si quieren ser acreedores del subsidio social. Mediante el ingreso ciudadano no selectivo se evitarían las presiones, las humillaciones y la compraventa de consciencias.
Hasta aquí la idea. Ahora viajemos a la tierra. Entregar cada mes una suma que varía entre 130 y 300 pesos a cada madre o padre o tutor de uno o varios menores requiere una organización de un nivel óptimo. Una excelencia burocrática sin fisuras. La palabra “trámite” que destaca el modo de vida que deben sobrellevar millones de argentinos deberá achicarse hasta casi desaparecer del Estado.
Una tarjetita que habilite el cobro en los cajeros automáticos tendrá que contar con los fondos bancarios destinados a tal efecto y las interminables colas a fin de mes no deberían perpetuarse. Las sucursales bancarias estarán en la obligación de atender con cortesía ciudadana a las masas de pobres que se alinearán en sus puertas y evitar señalamientos discriminatorios tanto como a los habituales patovicas que vemos en las discotecas.
Si se llega a implementar una tarjeta alimentaria los supermercados habilitados deberán estar organizados para tal efecto y no ser los que tienen precios más caros. Si se exige a cambio del dinero pruebas de que el menor cumple con los requisitos de escolaridad y salud, más oficinas y empleados deberán cumplir con celeridad y eficiencia la tarea encomendada.
Nadie se podrá quejar por la eliminación de los descuentos por sostén familiar en el pago de ganancias, de acuerdo a la nueva disposición, aduciendo que un vecino gana más y no lo declara a la AFIP. Esta institución deberá revisar todas las declaraciones y restablecer en el sistema de pagos todas las sumas exoneradas.
No es necesario seguir con las exigencias que obliga este nuevo sistema ya que es totalmente factible de implementar en una sociedad organizada. La nuestra no lo es, se define por un descalabro burocrático ineficiente. Si nuestro único problema en lo que respecta al funcionamiento del Estado fuera la corrupción, todavía habría esperanza de que nuevo personal gubernamental con afán de transparencia pueda mejorar las cosas, pero cuando la ineficiencia es estructural y tiene que ver con la conformación de los aparatos estatales encargados de la gestión pública, entonces la dificultad es grave.
Hay ilusiones que se inflan y nuevas realidades que se barajan. Se piensa que con este mecanismo de ingreso universal el pobre ya no será pobre, sino un ciudadano incluido en el funcionamiento de la democracia republicana dueño de su consciencia y liberado de la tutela de los caudillos políticos. Hay muchos que dicen que está en manos del Congreso de la Nación terminar con la pobreza y con el servilismo político en la Argentina. Emergerá todo un país de clase media educado en los principios de la ciudadanía gracias a los –más o menos– ciento cuarenta pesos por hijo.
Sin embargo, las cosas pueden no ser así. Madres de tres hijos pueden verse estimuladas a tener más hijos si no se implementan políticas de planificación familiar que impidan que la ayuda obtenga resultados contrarios a los buscados. Pensar que en los barrios pobres y en las villas miseria los que mandan son sólo punteros mercenarios y no auténticos líderes sociales, es ignorar la realidad de la protesta social y del trabajo de los que colaboran todos los días para llevar comida a miles que lo necesitan.
Se habla de más de cien organizaciones sociales a las que adhieren más de cien mil militantes en todo el país, creer que un ingreso ciudadano diseminará las consciencias en la individualidad responsable es desconocer los procesos sociales y menospreciar a los que sufren la miseria. Si no fuera por el escándalo que los damnificados provocan con los cortes y las manifestaciones públicas, si no fuera por los medios de comunicación que difunden las noticias de estas movilizaciones, nadie escucharía los reclamos del pueblo, y menos lo harían los responsables de políticas públicas.
Pobre no es aquel al que le faltan ciento cincuenta pesos por hijo, sino aquel que por su trabajo no tiene un horizonte de progreso social. Trabajo, esfuerzo recompensado, movilidad social, vivienda, salud y educación de calidad. (Esta nota fue escrita antes del nuevo decreto oficial, cuya factibilidad da para otros análisis.)
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).