COLUMNISTAS
arboles y estufas

Invierno

default
default | Cedoc

Falta la Santa Rosa y después es primavera. Eso espero. En eso creo. Y como todavía es invierno, pero menos, me pongo al sol y reflexiono. Y llego a la conclusión de que me han estado engañando desde que era una niñita chiquita así (ayer nomás)(bueno, antes de ayer). ¿Cómo era eso del infierno lleno de llamas y hogueras que esperaba a quienes pecaban? ¿Y el paraíso entonces? ¿En el paraíso qué tal estamos de clima, eh? ¿Templadito? ¿Más o menos? ¿Frío? Ay. Ahí fue en donde me di cuenta de que me habían estado engañando. Fíjese: invierno - infierno. Una, una sola letrita insignificante y nos da vuelta la cabeza. Oiga: en el infierno hace frío. Hace un frío espantoso. Corre un cierzo helado por todos los rincones. Ah, sí, porque en el infierno hay rincones, no crea que no: está lleno de rincones todos traicioneros por donde se cuelan las ráfagas gélidas (y además esdrújulas). Cae una lluviecita suave y traicionera que a cada rato se convierte en aguanieve y después de eso, ¿qué viene? Pues lo inevitable, la nieve. Y las almas de los y las pecadoras se estremecen y sufren sufren sufren, pobre gente, aunque claro que ya no es gente, son almas nomás. Usted me dirá que estoy exagerando y yo le diré que no, que de ninguna manera. Mire el mundo a su alrededor y dígame si no nos sirven (el destino, el azar, la suerte, los dioses, quien o quienes sean) un adelanto de lo que nos espera si nos portamos mal. Piense: verano, sol, todo es de oro, los amaneceres se pueblan de pajaritos que cantan en las ramas, a mediodía una se va a la playa o simplemente se sienta en una plaza bajo la sombra verde de un árbol y así por el estilo y los atardeceres son coloridos y las noches son serenas. Hasta que llega el otoño y el oro se va y viene un color que, en fin, me gustaría ser un poco más elusiva pero no sé cómo hacerlo con esto: el color que viene es el color de ciertos desechos que no vamos a nombrar, ah no, de ninguna manera. Todo es del color de la muerte que se avecina. Y en eso, en eso llega el invierno y ya no hay amaneceres dorados porque casi no hay amaneceres. Los días son cortos, húmedos, fríos, grises de un gris profundo y desesperado hasta que llega el Padre Invierno que como padre no sirve para nada. Los árboles no tienen hojas, no dan sombras ni verdes ni de ningún color, no hay dónde guarecerse como no sea en casa junto a la estufa, o el hogar si es que usted se gasta esos lujos. Y así, abrigada hasta la inmovilidad, cubierta con una frazada, pantuflas de lana, se sienta una a esperar que vuelva el sol y decide que en adelante se va a portar maravillosamente bien para poder ir al paraíso, es decir para no tener que ir al invierno infierno. Ya sé: a usted le gusta el frío, es cómplice de quienes dicen cosas como “en invierno se trabaja mejor”. O: “El frío es vivificante”. O: “Uno tiene ganas de hacer cosas”. ¿Y por qué no decirlo? Tiene mi permiso, pero eso sí, trate de que yo no lo oiga. Gracias.