No deja de resultar patético y doloroso que el Gobierno que más ha hecho para impulsar el juicio y castigo a los culpables de los crímenes de la dictadura termine haciendo algo que simbólicamente lo emparenta con aquellos años: negar la muerte.
Fue obsceno el tono festivo de la celebración de los 30 años de democracia mientras una decena de compatriotas perdían la vida a causa de la conflictividad social. Campeones de los derechos humanos, políticos, dirigentes y artistas danzaron y cantaron sin mencionar a un solo fallecido, mientras varias provincias ardían.
Esa lógica se extendió a todos los diarios y canales de TV: PERFIL es hoy el primer medio que le pone rostro a estas muertes. Entre los comunicadores críticos con el Gobierno, la explicación que se da es que resulta complejo cubrir técnicamente múltiples focos en lugares dispares y que tampoco se quiere impulsar una situación de psicosis colectiva, como forma de justificar por qué no hubo transmisión en vivo de la violencia. En el resto de los medios, casi más oficialistas que la propia Cristina, lisa y llanamente se arriaron las banderas que dijeron defender siempre y se sumaron a la fiesta de la negación. Tristemente obsceno.
Acaso lo más penoso no sea solo tomar simple nota de estas contradicciones flagrantes, sino el retroceso cultural que pueden conllevar semejantes dislates. Así, lamentablemente, se les da pasto a las fieras y a los agazapados nostálgicos del autoritarismo.
Y todo en nombre de defender lo indefendible con pátina progresista y alma reaccionaria.